¿Contamos bendiciones o solo cadáveres?
El Dios al que adorábamos en la bonanza es exactamente el mismo que controla en la tormenta, aunque ésta no nos deje verle con claridad.
28 DE MARZO DE 2020 · 19:00
En momentos de dificultad como los que vivimos, cada cual busca consuelo como quiere o como puede. Algunos, como búsqueda de alguna especie de “salvavidas” en medio de la tempestad, encuentran algún grado de tranquilidad en contar cuántos euros tienen en su banco. Otros, cuentan ovejas para poder dormir, o se evaden como pueden de lo que pasa fuera, para no pensar. Algunos más, cuentan lo que les pasa a otros de su confianza, que puedan entenderles, escucharles, o darles una recomendación. La obsesión de buena parte de la población en estos días, sobre todo, está en no despegar los ojos de las noticias, los datos, las estadísticas, previsiones y los recuentos de infectados o de cadáveres. Y hay una vasta mayoría de nuestro autosuficiente primer mundo que hace todas estas cosas a la vez, con alto riesgo de explotar en el intento.
Los cristianos a veces no nos diferenciamos demasiado en nuestro enfoque de la crisis. Ahí se ve lo poco que a veces hemos profundizado en nuestra “teología del dolor y del sufrimiento”. Muchos, en medio de la tormenta, abandonan al Maestro o ya no les parece tan buena Su enseñanza. No es que no podamos hacer lo que hemos mencionado al principio con mesura y proporción, pero hemos de hacernos, principalmente, expertos en contar bendiciones para no perder la perspectiva. Ahí es donde empezamos a reconocer a Dios en nuestros caminos de una forma, no puramente nominal, sino eminentemente práctica. Si no lo hacemos, deberíamos empezar a contarlas en conciencia, para no olvidarnos nunca de que, en medio de esta especie de “tormenta perfecta”, Jesús reposa al otro lado de la barca.
Identificar bendiciones es un ejercicio que ya no solemos hacer tanto como se hacía antaño. Para muchos, justo previo a sus oraciones al ir a dormir, el ejercicio de contar bendiciones era, no solo un extraordinario recordatorio de lo importante, sino también una invitación clarísima a doblar sus rodillas y derramarse ante Dios. No es un ejercicio natural en nosotros y mucho menos ahora. De hecho, no se producirá si no se realiza de manera intencional. Porque las personas tenemos mucha más tendencia a fijarnos en lo que no funciona, en lo que nos falta, en lo que estamos a punto de perder... pero mirar hacia arriba y decir “Gracias” es prácticamente algo sobrenatural que Dios pone en nosotros y a lo que solemos resistirnos con pataleo sorprendente.
Los propios cristianos hemos perdido esta costumbre de contar bendiciones. Frágiles como somos, sujetos a enfermedad y también a este tiempo y espacio que nos subyugan, somos muy conscientes de que la tormenta puede llevársenos por delante en cualquier momento. Al menos ahora, con todo esto que vivimos, no hemos tenido más remedio que darnos cuenta. Pensábamos que éramos más fuertes, que teníamos más control y más medios... pero no es así. La enfermedad y la muerte se alzan, aparentemente implacables, frente a nosotros y frente a los que queremos, igualándonos a todos. Nos llenábamos la boca, en el mejor de los casos, declarando las bondades del Señor y, ahora, muchas veces, incluso siendo cristianos, nos cuesta hacer recuento de bendiciones. Sin embargo, el Dios al que adorábamos en la bonanza es exactamente el mismo que controla en la tormenta, aunque ésta no nos deje verle con claridad. La gran pregunta es ¿le veíamos, de verdad, cuando el día era claro, o ahí no le necesitábamos?
¿Qué ocurre en nosotros para que, en medio de toda esta calamidad que vivimos, hayamos perdido de vista al Dios de las bendiciones? ¿Nos estamos obligando a recordarnos que el Señor da y el Señor quita, y que su nombre es bendito siempre, como decía Job ante su propia tragedia? ¿Creemos de veras que detrás de cada una de estas situaciones de caos que vivimos se esconde una parte de la bondad del Señor? ¿Estaremos dispuestos a tener la paciencia y la humildad de reconocer, llegado el momento, que en medio del dolor que nos está causando todo esto se esconde la mano bondadosa de Dios, aunque no entendemos cómo actúa?
Dios se muestra a nosotros, no para darnos lo que queremos, sino para ofrecernos lo que necesitamos.
Tristemente, las personas no creemos en una mano buena si no nos da lo que deseamos. No confiamos en un Dios “generoso” si permite que desaparezca algo o alguien de lo que atesoramos. Nos peleamos con el enemigo equivocado cuando culpamos a Dios de lo que solo nosotros hemos decidido, mucho, mucho tiempo atrás, sacando a Dios de nuestras vidas. Seguir Sus caminos siempre fue “para que nos fuera bien” y no para amargarnos la vida, pero nosotros no hemos querido atender a eso, y vivimos como si Él no existiera (menos cuando hay que culparle de algo, que ahí surge en nuestra mente como si fuera un resorte).Someternos a ese Dios que no entendemos y, sobre todo, que no queremos obedecer, ha sido demasiado para nosotros. Y no estoy diciendo que lo que está sucediendo ahora sea un castigo divino, como algunos pensaron que era la peste y se flagelaban por ello. Realmente vivimos en forma de enfermedad, caída y muerte las consecuencias naturales de haber escogido, en el inicio, allá en el Edén, algo para lo que no habíamos sido creados: para ser independientes de Quien nos hacía bien. No fuimos creados para morir, sino para vivir con el Creador. Cualquier vida fuera de Su oxígeno termina resultando en muerte, como hoy vemos por doquier. Y los cristianos no nos libramos de esto, porque no es a la resurrección aquí a la que aspiramos, sino a la que se produce después de esta vida, que amamos, pero que nos trae tantas amarguras y dolor también por el pecado que escogimos como raza.
Dios sigue haciéndonos bien en medio de todo esto que vivimos y sufrimos. Él no ha cerrado Su mano extendida, pero no sirve siempre para lo que nosotros querríamos. No podemos ni imaginarnos lo que sería todo esto si Dios hubiera decidido retirarse de la “partida”. Para mucha gente, Su actuación es insuficiente, está claro. Para los mismos, Su simple presencia en el Universo hace unos días, antes de la crisis, era demasiado. Con lo cual es evidente que, cuando se trata de Dios, los humanos nunca estamos contentos, ni lo estaremos jamás sin un cambio de actitud en nosotros mismos.
No sé hacia dónde nos llevará esta crisis y tampoco si seremos capaces de sacar algo bueno de ella. Sé que ya hay un número inmanejable de víctimas, afectados, dolidos, rotos... y un nivel de sufrimiento que no será fácil de paliar. En un sentido práctico, quizá lleguemos a parecernos a lo que fuimos, seres que aparentemente funcionan. En otro aspecto, probablemente nunca llegaremos a ser quienes fuimos antes, ni funcionaremos igual. Eso puede ser muy malo o muy bueno, depende de por dónde se mire. Pero no dejes de contar bendiciones... cada cosa pequeña que tienes alrededor y sigue en pie, viene del mismo lugar y de la misma Persona.
El aire que respiras, cada latido de corazón, el vivir en un país con una buena sanidad pública -imagina lo que sería esto sin esa estructura-, gente dispuesta a partirse la cara para que nosotros vivamos, la casa en la que te refugias en esta cuarentena, las personas que te rodean y aún abrazas o besas, las que están lejos, pero sanas y con las que puedes hablar por teléfono o videollamada, las que están lejos y enfermas, pero por las cuales aún puedes elevar una plegaria al cielo...
Cada muerte, cada persona arrebatada, cada situación dramática alrededor de un enfermo, o cada familia rota es el recordatorio directo de que necesitamos un Salvador. No es fácil de reconocer desde el enfado, la rebeldía que nos causa todo esto y la oscuridad de todo lo que vemos. Nuestro corazón de primer mundo está más duro cada vez, a pesar de tener mayor necesidad que nunca. Pero aún es tiempo de revisar nuestra posición en Su mundo y de valorar Su posición en el nuestro.
No podemos manipular a Dios para que haga lo que quiera cuando quiera, a nuestro antojo. Pero desde una disposición correcta, la de un corazón exhausto que reconoce su incapacidad, Dios se muestra a nosotros de una forma incomprensible y cálida. No para darnos lo que queremos, sino para ofrecernos lo que necesitamos. No resuelve la situación inmediata que nos rodea necesariamente, ni resucita a los muertos que se han ido por la enfermedad, pero dirige nuestros ojos hacia la bendición primera y última: la resurrección de Jesús, vencedor sobre la muerte, primicias de todas las bendiciones que vendrán en un tiempo futuro para los que decidieron reconocerle como el regalo de Dios para el mundo por excelencia, entre los que me cuento, aunque todo esto alrededor me destroce, como a ti.
A muchas personas hoy no les vale, ni les valdrá esto. Contar bendiciones les parece un ejercicio estúpido y estéril, con todo lo que está cayendo. Sin embargo, quienes contamos bendiciones seguimos pidiéndolas a Quien sabemos que se conmueve cuando Sus hijos se dirigen a Él clamando por misericordia para un mundo que le rechaza. Su amor no se va a mostrar necesariamente trayendo la anhelada sanidad que a veces le exigimos desde nuestra soberbia. A veces desde la humildad tampoco recibimos un “sí” a nuestra oración. Él no es hombre para obedecernos. Pero Dios no deja de ser quien es por ello, Dios de amor y el amor mismos, aunque sigamos sin entenderle.
Mira alrededor... cuenta tus bendiciones... también las de los tuyos. ¿A quién se las atribuyes? ¿A la suerte? ¿A tu buen hacer? ¿A tu capacidad de previsión? Quizá, si somos honestos del todo, no resulta muy justo culpar a Dios de lo que pasa, cuando no somos capaces de reconocer todo aquello con lo que nos bendice, ¿no crees?
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - ¿Contamos bendiciones o solo cadáveres?