El dilema del ‘pin parental’

No me quiten una religión para sustituirla por otra, porque igual de mal me parecería que se impusiera un credo como el otro a quienes no comulgan con él.

26 DE ENERO DE 2020 · 10:00

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Para los lectores que nos siguen desde el otro lado del Atlántico y quizá algún que otro despistado en este, permítanme que les ponga rápidamente en contexto... 

Lleva nuestra España en los últimos días bastante más revuelta de la cuenta, y ya es decir, por el asunto del pin parental que se ha aprobado implantar en una de nuestras diecisiete autonomías bajo una política de signo radicalmente diferente a la del recién estrenado gobierno estatal. 

Resumiendo el objetivo de la iniciativa, la cosa se traduce en que los padres de los niños de la citada región podrán asegurarse, a través de dicho mecanismo, de que sus hijos no reciben determinados contenidos extraescolares, como los relacionados con la ideología de género que se ha impuesto en nuestras escuelas, o la educación sexual, que parece ser el tema verdaderamente preocupante en este país, para unos y otros grupos extremos en la última década, aunque por razones evidentemente diferentes. La verdad es que no me identifico ni con los unos, ni con los otros, pero ese es otro tema.

Al final los que perdemos somos los de siempre: la parte más frágil de la cadena

Me da igual de qué signo sean, al igual que si hay religión o ideología de por medio.  Hoy, más que nunca, me apetece bajarme del barco de los unos y de los otros a menudo, porque con los extremos nunca se consiguió el tan anhelado equilibrio que nos mantiene donde tenemos que estar. Evidentemente, tengo mi postura fundamentada de sobra, pero cada vez me repugna más la forma en la que, desde el extremismo de uno u otro signo se defienden los grandes valores, solo que de forma retorcida. Unos, desde una libertad mal entendida, que anula la libertad del de al lado cuando resulta molesta a los propios principios que no son tales. Los otros, a bibliazo limpio cuando se enarbolan de santas razones que son de todo menos santas. Y entre los unos y los otros algunos vamos procurando ir sobreviviendo y poner algo de orden al batiburrillo, sin conseguirlo francamente, porque esto nos excede mas de que sobra. 

Ahora bien, hay una realidad que como persona con creencias religiosas no mayoritarias en este país palpo cada vez más descaradamente: que se están reduciendo nuestras libertades y derechos desde acusaciones más que dudosas y tergiversaciones no fundamentadas y basadas en absolutos prejuicios y una lógica de parvulario (del tipo “si no piensas como yo, es que me odias y te llamo fóbico”, por poner como muestra solo un botón). 

Esto, evidentemente, no aplica a quienes hoy defienden desde cargos públicos que la heterosexualidad no es una manera natural de vivir la sexualidad, con un llamado evidente a la violencia que bien podríamos llamar venganza como medio para conseguir la anhelada “igualdad”, y que además se recompensa dándole un cargo como defensora de las mujeres aunque a muchas, desde luego, no nos representa. Como ven, las últimas semanas han dado para mucho. Pero para los tales y quienes les defienden, no hay consecuencias, porque esto es la ley del embudo. Si alguien desde un plano religioso hiciera lo mismo con contenido de signo contrario -algo que me repugnaría horriblemente, he de decir, y a veces algunos ciertamente se aproximan a ello de forma peligrosa- al tal se le aplicaría un correctivo digno de recordar, con fines claramente ejemplarizantes y disuasorios para quien quiera entender con pocas palabras. De nuevo, la ley del embudo. No quiero incitar a lo segundo, pero pediría que no se me obligue a tragar con lo primero, porque clama al cielo igualmente. Se agradecería en general que se dejara de tratar por incultos, ingenuos, carentes de criterio o directamente imbéciles a quienes no pensamos igual, más si hay creencias religiosas de por medio.

Quienes tenemos convicciones diferentes a las de la mayoría y pretendemos vivir preservándolas sin imponérselas a nadie más contemplamos con horror y estupor cómo se nos tilda directamente de fóbicos, intolerantes o fanáticos por pensar distinto, como si esas cosas fueran propiedad exclusiva de quienes se obcecan en un contenido religioso alejado del todo de su propósito original. Dicho de otra forma, es evidente que se puede ser fanático sin ser religioso. A la vista está. Y desde el fanatismo se dicen cosas como las que venimos oyendo sin que les tiemble el pulso a quienes lo dicen. El problema es que a los demás se nos ponga una mordaza y tengamos que tragar también con ruedas de molino. La única diferencia entre unos y otros es el dios al que se adora, si al del grupo religioso, o al que representa la propia ideología que se idolatra y se coloca en el centro de todo y de todos. 

El conflicto de Murcia nos afecta a muchos padres y madres en todo el país que vemos con preocupación que desde la desigualdad y el favoritismo sobre ciertos grupos pretenda ganarse la igualdad y la libertad. Es un contrasentido por definición: desde la desigualdad no obtendremos la igualdad. Y por decir esto no es que me identifique o defienda la ultraderecha, créanme (me pregunto, por cierto, por qué no se le llama al otro extremo la ultraizquierda). Es que ando cansada de ser siempre el grupo minoritario, el que pierde siempre, el que termina pagando los patos, gobierne quien gobierne con el signo que sea. 

Por unas razones o por otras se cumple lo que ya nos dijo Jesús: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad; Yo he vencido al mundo”. No aspiro a corregirlo y cuento con que seguirá sucediendo, pero sí al menos me empeño en poder declarar en voz alta que sigo sintiendo, como muchos en mi situación, que la parte ancha del embudo sigue siendo para los demás, para los que se sienten con derecho a querer a mis hijos más que yo, y se piensan más capaces de darles “lo que necesitan”, por encima de sus propios padres, a los que pretenden desproveernos descaradamente de los derechos que nuestra Constitución garantiza. Jesús nos avisó de lo que venía, pero a la par veo a un apóstol Pablo, ciudadano romano, haciendo uso de sus derechos de forma asertiva y al servicio de sus convicciones, como creo que nos toca a nosotros dos mil años después.

Sospecho que, si algo está poniendo de manifiesto este asunto del dichoso pin es, ni más ni menos, el antiguo dilema de la injusticia tras la citada ley del embudo. Lo parafraseo dándole la vuelta a la tortilla:

  • Imagínense ustedes que mañana se levantan, como por arte de magia, en un país gobernado, no por la ultraizquierda, sino por la ultraderecha. 
  • Y que se les pone en la nariz -lo cual sería igual de desafortunado que el asunto que nos ocupa hoy- que a partir de este momento es obligatorio en los colegios tener clases de religión, de la que sea, o de ideología de ultraderecha porque para eso gobiernan.
  • Mientras eso se dice podrían estar cargándose de razones diciendo que nadie adoctrina, que solo se enseña lo que cada ciudadano debe saber y, eso sí, que los padres están obligados, no solo a permitir, sino a colaborar y promover dichas acciones.
  • Visualicen que entonces, ante las posibles reacciones, se empieza a perseguir a quien ose discrepar respecto a esas medidas (que eso ya pasa aquí, solo que beneficiando a unos pocos o muchos que nunca somos nosotros y sin que buena parte de la población sepa que está pasando);
  • e imaginen que quienes se ofenden por tal medida, porque quieren educar a sus hijos en la postura aconfesional y laica más absoluta, deciden poner en marcha recursos que puedan poner algo de concierto y sentido común a semejante tropelía, por ejemplo, un pin parental. Es lo menos, ¿no les parece?

Me temo que, desde ese punto de vista (que no es sino el más sencillo ejercicio de empatía, que me parece casi hasta condescendiente de mi parte, porque esto lo ven hasta los niños) los que ahora se rasgan las vestiduras y prácticamente se atribuyen la educación del “vulgo” de huérfanos que son nuestros hijos, serían los primeros en, no solo pedir el pin parental, ya que ellos no piden, solo imponen, sino en exigirlo sin ninguna clase de problema. Se tildaría al gobierno en cuestión de fascista como poco y tendríamos la misma situación que ahora, solo que pintada de color diferente. 

La cuestión es que, en estos y otros temas, al final los que perdemos somos los de siempre: la parte más frágil de la cadena, con niños incluidos. Parece que nos toca aceptar sin pestañear ni abrir la boca que cualquiera venga a contarles, vía colegio o medio cualquiera, lo que deben pensar, al margen de la educación y formación moral, espiritual o religiosa que reciban de los padres, lo cual pensábamos hasta ahora, ingenuos de nosotros, que estaba garantizado por nuestra Constitución como un derecho que nos asistía. Hoy sabemos, gracias a nuestro nuevo gobierno de mega progres (y se lo escribe alguien que jamás se ha identificado con la derecha, debo decir), que “los hijos no pertenecen a los padres”. Gracias, señora ministra, por ilustrarnos y a todo su séquito de liberales e iluminados por hacer nuestra visión mucho más clara. Asumimos que, entonces, la parte que hemos de leer entre líneas es que, quizá pertenezcan al Estado, que les quiere mucho más y sabe lo que realmente les conviene. Ahí lo dejo... pero es como para hacérselo mirar, si no quieren que empecemos a asociarles en nuestra cabecita con otras formas de gobierno a las que muchos preferirían no asociarse por verdadera vergüenza ajena.

Las ideologías de algunos, planteadas desde un laicismo mal entendido, invasivo y tendencioso a conveniencia, resultan ser tan religiosas, proselitistas y fanáticas en formas como nos acusan condescendientemente a los demás, pobres estúpidos que aún tenemos creencias religiosas en el siglo XXI. O más. Como país laico y aconfesional que somos, se ha retirado de las aulas la misa o el rezo católico obligatorios, cosa que como cristiana protestante agradezco, claro, porque lo suyo ha costado, pero viene a ser sustituido por una ideología que, lo siento, no todos suscribimos, aún a riesgo de ser identificados como retrógrados o algo mucho peor. Y me parece estupendo que no se imponga algo de tipo religioso, respetando además, de nuevo, que sean padre y madre quienes establezcan cuál es el contexto en el que consideran que su hijo o hija recibirá los mejores valores, educación y orientación para la vida. Pero agradecería que tampoco lo hagan con la ideología que ustedes, y solo ustedes, han considerado por encima del bien y del mal. Al resto, por lo visto, nos toca callarnos. Pero eso no es libertad. De nuevo, es la ley del embudo con la parte ancha beneficiándoles, como no podía ser de otra manera desde la nueva tolerancia intolerante.

No me quiten una religión para sustituirla por otra, porque igual de mal me parecería que se impusiera un credo como el otro a quienes no comulgan con él. ¡Menuda se hubiera armado si se les ocurriera en Murcia imponer de vuelta la misa y los rezos! Pero no es eso lo que ha pasado, felizmente, sino que lo que se ha propuesto es que, de la misma forma que no puede imponerse la religión desde la escuela, tampoco pueda imponerse la ideología, por muy buena que parezca a la izquierda de este país, a la que respeto y pido respeto, porque cada vez me cuesta más entreverlo en sus formas. 

Tengo hijos a los que no tengo problema en explicarles lo que consideramos desde nuestra posición religiosa, y tampoco tengo problema en adelantarles lo que les contarán en la escuela, que no tiene nada que ver con lo primero. Y duermo a pierna suelta, porque se les está educando con criterio para elegir. Una verdadera educación no necesita anular el resto para potenciar lo propio. Así de segura estoy de que ellos, llegado el momento, tendrán las herramientas para poder elegir sabiamente lo que estimen conveniente. Y si no eligieran lo que yo escogí, seguirán haciendo uso de su libre albedrío, algo que el cristianismo defiende por demás porque el Dios del cristianismo así mismo lo defiende, y eso sigue sin entenderse, ni dentro ni fuera de las filas cristianas.

Por eso animo a mis hijos a que lo examinen todo y procuren retener lo bueno. Les animo a que sean más mayores para tomar determinadas decisiones, incluida la de decantarse públicamente por una ideología o consigna religiosa específica. Pero no pueden ni deben ustedes, autoproclamados policías de la  nueva moral, quitarme el derecho de querer ser la primera en llegar a la educación y formación de mis hijos. El resto, esos adelantamientos antirreglamentarios por la derecha que ustedes están imponiendo y a los que llaman derechos, son la deformación más descarada de los verdaderos derechos que nuestra Constitución dice garantizar. Pero ustedes son más listos que nadie y, por supuesto, tienen la sartén por el mango, que es lo que más importa. Porque, al final, todo va de quién manda.

Igual sería bueno echar un ojo detenido a algunas de las muchas leyes prolibertades para algunos y antiderechos para otros que están ustedes diseñando, imponiendo y usando como medida persecutoria para quienes no opinan como ustedes... pero eso tendrá que ser tema de otro día, me temo.

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