En qué creen los que no creen

Los que no creen en Dios creen que la ciencia atea explica su inexistencia afirmando que Dios no ha hecho al hombre, sino al revés, el hombre ha hecho a Dios.

22 DE DICIEMBRE DE 2023 · 13:00

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Imagen de Hal Gatewood, Unsplash.

Cuatro citas de recortes de prensa que tengo en mis archivos literarios. 

- Ana María Matute, novelista catalana: “Los que no creen en nada por lo menos creen en sí mismos”.

- Luis A. de Villena, poeta y filósofo: “Creo que no hay nadie que no crea en nada”.

- Enrique Miret Magdalena, ensayista y publicista: “Todos creen en algo: Creen en su propia incredulidad, en una creencia de la anticreencia”.

- Blaise Pascal, científico, filósofo y escritor francés: “Los que no creen son los que más creen”.

La Biblia afirma y confirma la existencia de Dios, sin principio ni fin. Los que no creen en Dios creen que la ciencia atea explica su inexistencia afirmando que Dios no ha hecho al hombre, sino al revés, el hombre ha hecho a Dios y que ha quedado en su lugar como centro del universo. Los que no creen en Dios ya creen en algo: en la Ciencia atea que niega su existencia.

La Biblia afirma que Dios creó el universo físico en seis días o períodos de tiempo. Los que no creen dicen que el universo fue creado como lo explica la teoría del Big-Bang. La explosión de un huevo cósmico que liberó la energía, la transformó en materia y dio lugar a un universo, como lo creía el físico George Lemaitre, o a varios, según la explicación de Stephen Hawking. Los que no creen en Dios ya creen en algo, en el huevo cósmico que puso la gallina papanata de la historia.

La Biblia afirma que Dios creó al hombre a su misma imagen y semejanza. Quienes no lo creen, creen que la vida se originó en el fondo marino procedente de un animal acuático en forma de urna de mar, que saltó a tierra y dio lugar al espectáculo de la creación hasta llegar a la familia de los simiodes, según Charles Darwin, “un cuadrúpedo peludo, provisto de cola y de orejas aguzadas, probablemente de costumbres arbóreas y que habitaba en el antiguo continente”, África. Los que no creen en el relato bíblico se ven obligados a creer que los padres del género humano fueron el gorila o el orangután, procedentes de una urna marina.

La Biblia enseña que al ser creados a imagen y semejanza de Dios, los humanos tenemos un alma inmortal. Cristo lo dejó bien claro. “No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar”. (Mateo 10:28). Los que no creen, tampoco creen en las palabras de Jesucristo. Sí descendemos por evolución del orangután, este tiene espíritu, puesto que es un ser vivo, pero no tiene alma.

Quienes no creen en un alma inmortal se ven obligados a creer en la doctrina del materialismo, los seres humanos sólo están compuestos de átomos materiales, somos materia pura, aunque jamás la materia haya podido explicar el pensamiento ni las emociones. La materia muerta no puede crear vida.

La existencia de otra vida en el más allá después de la muerte en el más acá, llena todas las páginas de la Biblia. El apóstol Pablo resume esta doctrina en breves palabras: “Sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos”. (2ª Corintios 5:1).

Los que no creen, tampoco creen esta grande y gloriosa verdad. Creen que, como los animales, carentes de alma inmortal, morimos y desaparecemos en las profundidades de la nada. Ernest Hemingway, célebre novelista norteamericano, Premio Nobel de Literatura en 1954, quien según confesión propia había aprendido a escribir leyendo la Biblia, publicó en 1927 un pequeño cuento que tituló Un lugar limpio y bien iluminado. En este cuento Hemingway reescribe el Padre Nuestro a la manera de los que no creen. Dice así: “Nada nuestra que estás en la nada, nada sea tu nombre, venga a nosotros tu nada, y hágase tu nada como en la nada. La nada nuestra de cada día dánosla hoy, así como nosotros perdonamos a nuestras nadas. Y no nos dejes caer en la nada, mas líbranos de nada. Pues nada”.

Este es el negro y descorazonado credo de la persona que no cree. ¡Qué diferencia con la creencia del genial francés Víctor Hugo!: “Cuando yo baje a la tumba, podré decir, como muchos: He terminado la faena del día, pero no podré decir: Ha terminado mi vida. Mi trabajo comenzará a la mañana siguiente. Mi tumba no es un callejón sin salida; es un camino abierto que se cierra con el crepúsculo de la noche y abre con la aurora. ¡Tierra, no eres mi abismo!”.

Los que no creen en Dios creen en los dictados de la ciencia atea que lo niega. Los que no creen en Dios creen que el Universo físico es consecuencia de una explosión cósmica. Los que no creen en Dios creen que los seres humanos descienden por evolución a partir de una célula marina. Los que no creen en Dios creen que tanto el alma como el cuerpo están compuestos de átomos materiales. Los que no creen en Dios creen que la vida termina definitivamente en la tumba. Que no existe un más allá celestial.

Cuando la Virgen María se encuentra con Elisabet, que vivía a 140 kilómetros de Nazaret, la madre de Juan el Bautista dice a la madre de Jesús: “Bienaventurada la que creyó”. (Juan 1:44). Bienaventurados los que leen este artículo y creen.

 

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Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El color de mi cristal - En qué creen los que no creen