Ladran, luego cabalgamos
Esta frase del Quijote hace alusión al ladrido de los perros al paso de un jinete en la noche. Ladridos de quienes entienden que la tierra es suya, aunque esté más allá de sus fronteras y dominios. De quienes creen que el simple hecho de que alguien ose interrumpir con su paso el monótono discurso del silencio establecido, es un intruso que les desafía.
16 DE MARZO DE 2009 · 23:00

Ladridos que son sólo eso, aullidos de quienes están encarcelados en el recinto estrecho de su alma, y sueñan con asustar a quien galopa por el camino que es de todos los que saben adónde van.
Ladridos sin sentido, salvo la rabia del disgusto, de quienes se creen dueños del viento, y quieren esclavizar a los que se atreven a desafiar sus intereses y criterios, en vez de buscar sus propias monturas y sendas.
Pero, y esa es la grandeza de la frase del inmortal Cervantes, los mismos ladridos son la mejor señal de que se cabalga. La vida que se mueve, que se define en un camino claro en medio de la oscuridad, siempre está salpicada de ladridos que son el contrapunto y a la vez la mejor señal de que se avanza.
Perros fieros, perros resabiados, cachorros. No importa. Todo son ladridos.
Apretemos las espuelas de la ilusión. Sintamos más que nunca las riendas que nos dan y exigen responsabilidad, y cabalguemos mirando la meta. Galopemos con fuerza, porque el tiempo es corto y el trabajo mucho.
(1) Antonio Machado
Caminante, son tus huellas el camino y nada más, caminante, no hay camino, se hace camino al andar (1)Mientras el que cabalga va haciendo camino, los que ladran se quedan en un punto del horizonte estático de la historia. Cuando Jesús moría en la cruz, callado ante las burlas e insultos de sus enemigos, cabalgaba hacia el infinito del Padre, abriendo la senda que ya nada ni nadie ha podido cerrar. Pisemos con fuerza e ilusión sus huellas, y cabalguemos en medio de las voces. Cada vez se irán quedando más lejos, y la realidad de Dios, de Jesús, de su Palabra, más cercanas. NOTA DE LA REDACCIÓN La parte anterior de este Editorial se corresponde exactamente con el de la revista nº 16, publicado el 16 de diciembre de 2003. Desde entonces muchas cosas han cambiado, evolucionado. Pero los ladridos no. En eso nos equivocamos: siempre han seguido ahí. Primero fue para augurar que esta publicación no alcanzaría un recorrido largo. Se equivocaron. Aquí seguimos, más reforzados e ilusionados que nunca, divulgando y defendiendo lo que creemos justo, cierto y con transparencia. Con errores –no puede ser de otra forma- pero con la mejor intención: construir desde la verdad, aunque haya que derribar escombros o casas que se quieren cimentar en la arena. Y ahora ladran porque la luz que esparce la información que damos molesta a quienes viven acostumbrados a la oscuridad de la noche, al resplandor de la luna antes que al del sol, a los manejos realizados en cónclaves sin puertas ni ventanas. A matar al mensajero cuando su mensaje quiere abrir las murallas del silencio y del secreto de lo que debería ser público, con luz y taquígrafos. Pero, sin duda, cabalgamos. Y si los perros que ahora ladran se convierten en jinetes y galopan con nosotros al alba, serán bienvenidos. Si no, dentro de otros cinco o seis años, volveremos a sacar del baúl este Editorial, y de nuevo recordaremos lo mucho recorrido, y que los dueños de los colmillos siguen en el mismo sitio y haciendo lo mismo: ladrar. Nosotros continuaremos, con la ayuda de Dios, hacia la eternidad del horizonte, como si fuese alcanzable. Porque algún día nos fusionaremos con él en el abrazo del Padre. Y ese día podremos decirle: “Señor, ni nos entretuvimos en ladrar, ni nos asustamos por los aullidos. Seguimos siempre, sin dudarlo, con los ojos y el alma puestos en dirección al horizonte -imposible- de amarte con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas y con todos nuestro pensamiento”. Y allí, así lo esperamos, nos dejarán escribir nuestro último Editorial. O el primero de un ciclo nuevo, ¡quién sabe!
(1) Antonio Machado
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Editorial - Ladran, luego cabalgamos