Blas de Otero (siglo XX)

Su primer libro, Cántico Espiritual, apareció en 1942. Fue un homenaje a san Juan de la Cruz.

04 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 11:00

Blas de Otero. / Wikimedia Commons.,
Blas de Otero. / Wikimedia Commons.

Blas de Otero, uno de los poetas líricos más significativo de las últimas generaciones, nació en Bilbao, igual que Miguel de Unamuno, el 15 de marzo de 1916. Cursó las primeras letras en el colegio María Maeztu de su ciudad natal y en Madrid el bachillerato. En la Universidad de Valladolid se licenció en Derecho y en la Universidad Central de Madrid en Filosofía y Letras. Vivió unos años en Bilbao dedicado a actividades propias de su carrera de Leyes. Luego se instaló en Madrid.

Desde la capital de España hizo largos viajes a Francia, China, Cuba, Unión Soviética y Suiza.

Su primer libro, Cántico Espiritual, apareció en 1942. Fue un homenaje a san Juan de la Cruz. Aquí aparece el sentimiento religioso de Blas de Otero, que nunca desapareció. A partir de ahí su obra adquiere una honda preocupación social. Torrente Ballester, en el libro Panorama de la Literatura Española Contemporánea, dice que la actitud de Blas de Otero ante la vida “le arranca los versos casi estremecedores e indudablemente estremecidos de tierra”. Ejemplo de esto es una de sus últimas obras, Redoble de conciencia, que le valió cuatro premios: el Premio de la Crítica, el Premio Fastenrath, el Premio Internacional y el Premio Bosón de Barcelona.

El gran poeta vasco falleció el 29 de junio 1979.

Serena verdad

Hay un momento, un rayo en rabia viva,

entre abismos del ser que se desgarran,

en que Dios se hace amor, y el cuerpo siente

su delicada mano como un peso.

Hemos sufrido ya tanto silencio.

Hemos buscado, a tientas, tanto; estamos

tan cubiertos de horror y de vacío,

que, entre la sombra, su presencia quema.

Grandes dolores, con su hambre inmensa,

nos comieron las ansias; mas ninguno

es como tú, dolor de Dios: león

del hombre; hambre inmortal; sed siempre en vilo.

Pero, de pronto, en un desmayo íntimo,

en un instante interno, eternizado,

nace el amor, irrumpe, nos levanta,

nos arroja en el cielo, como un mar.

Somos pasto de luz. Llama que va

vibrando, en el vaivén de un viento inmenso;

viento que sube, arrebatadamente,

entre frondas de amor que se desgarran.

Y este río que pasa siempre y nunca,

y esta selva ignorada que me acoge,

son, sobre abismos milagrosos, sueños

de Dios: eternidad que fluye y queda.

Busqué y busqué. Mis manos sangran niebla,

troprezaron en llambrias y galayos,

se me abrieron, llagaron de infinito,

pero todo fue en vano: Te evadiste.

Llegué a odiar tu presencia. Odiemos, dije,

al Inasible. ¡Ah, sí! Pero el suplicio

se hizo mayor. Mi sed ardía sola.

Como una ola, me anegaste Tú.

Y fui llama en furor. Pasto de luz,

viento de amor que, arrebatadamente,

arrancaba las frondas y las iba

subiendo, sí, subiendo hasta tu cielo.

Allí, mecidas, en vaivén de céfiro,

en finísima luz y aguas de oro,

gozan la paz, parece que te miran,

¡oh serena Verdad!, con mis dos ojos…

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Dios en la poesía religiosa española - Blas de Otero (siglo XX)