Después de 150 años de infalibilidad papal, ¿qué?

Cuando el Estado Pontificio estaba a punto de colapsar, el Papa y la Iglesia Católica Romana sintieron la necesidad de proclamar un nuevo dogma, esto es, la infalibilidad del Papa.

  · Traducido por Rosa Gubianas

20 DE SEPTIEMBRE DE 2020 · 18:00

Representación del Papa Pío IX en el Concilio Vaticano I. / <a target="_blank" href="https://www.britannica.com/">Britannica </a>,
Representación del Papa Pío IX en el Concilio Vaticano I. / Britannica

El 18 de julio de 1870, hace ciento cincuenta años, el Primer Concilio Vaticano (Vaticano I) aprobó la constitución dogmática Pastor Aeternus, emitida por el Papa Pío IX (1846-1878) en la solemne pero alterada atmósfera de la Basílica de San Pedro. La situación política alrededor del Estado Pontificio era extremadamente tensa y la perspectiva del fin de una era se sentía como inminente. De hecho, en la batalla de Sedan (1-2 de septiembre de 1870) el ejército prusiano derrotó a Napoleón III, el principal defensor del Papa, dejando así al Pontífice sin la protección militar francesa de la que se había beneficiado en el pasado. La captura de Napoleón III significó el fin del apoyo francés y allanó el camino para la “ruptura de Roma”, es decir, la entrada del ejército italiano en la ciudad de Roma (20 de septiembre de 1870) y la proclamación de Roma como la capital del reino italiano. Por lo tanto, el Concilio fue interrumpido y suspendido abruptamente. Es sorprendente, por no decir trágicamente irónico, que cuando el Estado Pontificio estaba a punto de colapsar, el Papa y la Iglesia Católica Romana sintieran la necesidad de proclamar un nuevo dogma, esto es, la infalibilidad del Papa. La iniciativa fue impulsada en gran medida por preocupaciones políticas. Esa doctrina fue elevada a un estatus dogmático (o sea, formando parte de la enseñanza básica, revelada, inmutable y vinculante) y utilizada como un marcador de identidad y un arma simbólica para luchar contra un enemigo político y cultural. 

Una ventana al Concilio

Un libro reciente de John O'Malley, Vaticano I: The Council and the Making of the Ultramontane Church [El Concilio y la creación de la iglesia ultramontana] (Cambridge, MA: The Belknap Press, 2018), se centra en el contexto histórico del Concilio y el significado teológico de la discusión que tuvo lugar en torno a la infalibilidad del Papa. El historiador jesuita O'Malley no es nuevo en la redacción de reevaluaciones de eventos fundamentales de la historia moderna católico romana. Se puede pensar en sus importantes volúmenes sobre Lo que pasó en el Vaticano II (2010) y Trento: Lo que sucedió en el Concilio (2013), que han demostrado ser una tendencia en su interpretación del catolicismo romano actual. En este nuevo libro sobre el Vaticano I es como si hubiera completado la trilogía sobre los tres concilios modernos.

Se han proporcionado más lecturas negativas del Vaticano I que las de O'Malley por A.B. Hasler, How the Pope Became Infallible: Pius IX and the Politics of Persuasion [Cómo el Papa se volvió infalible: Pío IX y la política de la persuasión] (1981), y H. Küng, Infallible? An Inquiry [Infalible? Una investigación] (1983). La fuerza de O'Malley reside en la amplitud de su reconstrucción histórica, mientras que su lectura del significado doctrinal del Concilio es sólo ligeramente crítica y dentro del lado “progresista” de los estudios católico romanos. Señala que el problema básico del Pastor Aeternus es su “ingenuidad histórica” (p. 197), es decir, que ignoró las diferenciaciones históricas y congeló todo posible desarrollo en la perspectiva institucional de la Iglesia Católica Romana. Es cierto que un siglo más tarde el Vaticano II (1962-1965) suavizó el modo de la autoridad papal pero no cambió (no pudo) su marco teológico básico.

Lo que pasó en el Vaticano I

Hubo presiones externas e internas que llevaron a la Iglesia Católica Romana a emitir el dogma de la infalibilidad papal. En cuanto a las primeras, en el siglo XIX el papado tuvo que enfrentarse a dos adversarios acérrimos que fueron capaces de desafiar su supervivencia. En el plano político, estaba el absolutismo de los príncipes y los estados europeos que reclamaban la autoridad sobre la Iglesia, poniendo así en duda el difícil equilibrio entre los poderes que se había logrado en los siglos anteriores. Los papas fueron percibidos como parte del Antiguo Régimen que el mundo moderno pronto superaría en muchos frentes.

En el frente filosófico, la difusión de la Ilustración Francesa chocó con la tradicional visión del mundo del Papado. La insistencia en la prominencia de la “razón” sobre la “superstición” de la religión, la creciente importancia de la teoría evolutiva sobre los relatos más estáticos de la realidad y la difusión de las ideas socialistas contra la mera protección del statu quo hizo que los papas reaccionaran fuertemente para salvaguardar su participación en el sistema de poder establecido. Esta actitud negativa alcanzó su clímax en 1864 cuando Pío IX emitió el Programa de los Errores, una lista de declaraciones que fueron condenadas como incompatibles con el cristianismo. Además de prohibir las ideas filosóficas modernas, la libertad religiosa y las actividades de las sociedades bíblicas, el Programa incluía la siguiente declaración que el Papa rechazó: “El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y aceptar el progreso, el liberalismo y la civilización moderna” (80).

El enfrentamiento no pudo ser más estridente. En palabras de O'Malley, la infalibilidad papal fue vista “como la única respuesta viable a la crisis cultural, política y religiosa encendida por la Revolución Francesa y sus secuelas paneuropeas de Napoleón” (p. 3).

En lo que respecta a las presiones internas, O'Malley estudia la confrontación entre dos tendencias que eran especialmente fuertes en Francia (pero que tenían ramificaciones en toda Europa) y que polarizaban el debate: el “galicanismo”, que hacía hincapié en la libertad de las iglesias particulares frente a Roma, y el “ultramontanismo”, que exaltaba la autoridad central del Papa sobre las iglesias nacionales. Temiendo que las posiciones “galicanas”, marcadas por el cuestionamiento de las estructuras de poder centralizadas, hicieran incursiones en la Iglesia Romana, Pío IX impulsó la consolidación de la autoridad absoluta del Papa como la fuente de la cual todo lo demás fluía. Su convicción está bien capturada por las palabras de Joseph de Maistre: “El Papa gobierna y no es gobernado, juzga y no es juzgado, enseña y no es enseñado” (p. 65).

El significado de la infalibilidad papal

La mentalidad de asedio cultural fue el trasfondo del Primer Concilio Vaticano (1869-1870). O'Malley habla de “una defensiva llena de ansiedad” (p. 227). El sentimiento de peligro de ser asaltado por el mundo moderno empujó a Pío IX a insistir en que el Concilio especificara claramente la primacía jurídica del Papa en lo que respecta al liderazgo de la Iglesia y proclamara la infalibilidad de su enseñanza bajo ciertas condiciones. Después de emitir Dei Filius, la constitución dogmática contra el ateísmo, el panteísmo y el materialismo (¡y hacer que tengan su origen en el protestantismo!), el Concilio estaba listo para abordar el tema eclesiástico de la infalibilidad papal. Esto es lo que el Vaticano I declaró:

“Si alguien dijera que el Romano Pontífice tiene el oficio meramente de inspección o dirección, y no la plena y suprema potestad de jurisdicción sobre la Iglesia Universal, no sólo en las cosas que pertenecen a la fe y a la moral, sino también en las que se relacionan con la disciplina y el gobierno de la Iglesia extendida por todo el mundo; o afirmara que sólo posee la parte principal y no toda la plenitud de este poder supremo; o que este poder del que goza no es ordinario e inmediato, tanto sobre todas y cada una de las Iglesias como sobre todos y cada uno de los Pastores y los fieles: sea anatema” (III).

Aviso:

  •  La autoridad del Papa es “plena y suprema sobre la Iglesia Universal”, no es una mera supervisión o un liderazgo moral: es un papel político.
  •  Su amplio alcance, esto es, no sólo la fe y la moral, sino también la disciplina y el gobierno: implica toda la vida en lugar de aceptar limitaciones, controles y equilibrios.
  •  Su “plenitud”: o la aceptas en su totalidad o la niegas.

En cuanto a la infalibilidad papal, el Pastor Aeternus la define así:

“Enseñamos y definimos que es un dogma divinamente revelado: que el Romano Pontífice, cuando habla ex Catedra, es decir, cuando en ejercicio del oficio de Pastor y Maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina sobre la fe o la moral que debe ser sostenida por la Iglesia Universal, por la divina asistencia que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, posee esa infalibilidad con la que el divino Redentor quiso que su Iglesia estuviera dotada para definir la doctrina sobre la fe o la moral: y que por lo tanto tales definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia. Pero si alguien -Dios no lo permita- se atreve a contradecir esta definición nuestra: sea anatema” (IV).

Aviso:

  •  El sujeto enfático “nosotros”, es decir, el Papa como cabeza de la Iglesia: no se invoca ninguna autoridad superior porque en la tierra no hay ninguna.
  •  El marco teológico, o sea, la “suprema autoridad apostólica”: el oficio papal se caracteriza principalmente en términos de “poder”.
  •  El contenido dogmático, esto es, la “infalibilidad”: atribuye a un hombre una prerrogativa divina. 
  •  Su alcance: cuando el Papa habla “desde la silla”, o sea, ejerciendo sus últimas prerrogativas.
  •  Su naturaleza inmutable, es decir, “irreformable”: es una marca permanente de la Iglesia Romana;
  •  y la maldición que se impone a aquellos (por ejemplo, los protestantes) que no aceptan esta doctrina: siguen estando bajo esa maldición emitida por la Iglesia Católica Romana al más alto nivel con un dogma irrevocable.

Estos términos tan fuertes comprometieron a la Iglesia de Roma a una doctrina extremadamente incómoda que ninguna lectura “ecuménica” puede suavizar. El único argumento bíblico dado para apoyar este dogma es la cita de Lucas 22:32 (Jesús le dice a Pedro: “He orado por ti, para que tu fe no falle”). Sin embargo, esta cita no apoya ninguna de las definiciones del Pastor Aeternus en las que Jesús no garantiza de ninguna manera la infalibilidad futura y el poder absoluto de Pedro, y menos aún la infalibilidad y los poderes de los futuros papas, al admitir y no conceder que existe una relación entre Pedro y los posteriores líderes de la Iglesia en la ciudad de Roma. Como ocurre con gran parte de la doctrina del papado, esta última formulación doctrinal también se basa en argumentos extrabíblicos.

El Primer Concilio Vaticano proveyó la más completa y autorizada declaración doctrinal sobre el papado en la era moderna. En lugar de tomar en cuenta las observaciones bíblicas legítimamente ofrecidas por la Reforma Protestante, y en vez de escuchar ciertas tendencias del pensamiento moderno que abogan por la libertad de conciencia y la libertad de religión, el Vaticano I solidificó aún más la naturaleza del oficio papal como una figura cuasi-omnipotente e infalible. La Iglesia Católica Romana invirtió su más alta autoridad doctrinal, es decir, la promulgación de un dogma, una verdad vinculante, irreversible e inmutable, para cimentar la institución del papado fomentando su naturaleza absoluta.

¿Cuándo se implementó la infalibilidad papal?

Sólo un mes después del solemne pronunciamiento, Roma ya no estaba bajo el control papal y el Concilio dejó un trabajo inacabado. Sin embargo, lo que se decidió sí que resultó ser de gran importancia, cuyo mayor resultado fue que la “Iglesia Ultramontana” (es decir, centrada en el papa y dirigida por Roma) se convirtió en la actual Iglesia Católica Romana (p. 242). Después de documentar las diferentes fases que llevaron a la promulgación del Pastor Aeternus, O'Malley se ocupa de las secuelas del Vaticano I. Por supuesto, hubo consecuencias políticas que necesitaron décadas para establecerse en diferentes contextos nacionales. Otra consecuencia duradera fue que “los papas lograron una prominencia sorprendentemente nueva en la conciencia católica del creyente común” (p. 240). Después de ser declarado “infalible” y en el centro de un sistema de poder absolutista, “una devoción casi personal al Papa se convirtió en una nueva virtud católica”. Fue el comienzo de la cultura de la celebridad ligada al oficio papal y a la persona del papa que se extendió hasta el siglo XX.

Hay otra observación importante que O'Malley omite pero que es necesario hacer. El Vaticano I restringe la infalibilidad del Papa a cuando habla “ex cátedra”, esto es, desde la silla. La pregunta es: ¿Cuándo habló de esa manera? ¿Cuáles son los pronunciamientos papales -entre las docenas de encíclicas y documentos papales de los siglos XIX y XX- que están dotados de la “infalibilidad” que el Pastor Aeternus concede al Papa? Incluso en los círculos teológicos católicos se debate la cuestión de la extensión de la infalibilidad.

Lógicamente, el Pastor Aeternus debe ser uno de ellos. El documento papal que define la infalibilidad papal debe ser considerado infalible, de lo contrario todo el argumento que lo sustenta se derrumba.

Aunque puede haber diferentes opiniones sobre el ejercicio de la infalibilidad, hay al menos un claro ejemplo de una enseñanza papal posterior que los católico romanos deben tomar como infalible.

Fue en 1950 cuando Pío XII emitió el dogma de la asunción corporal de María como una creencia vinculante para la fe católico romana. Con la constitución dogmática Munificentissimus Deus, Roma se comprometió a ello.

“Pronunciamos, declaramos y definimos que es un dogma divinamente revelado: que la Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, habiendo completado el curso de su vida terrenal, fue asumida en cuerpo y alma en la gloria celestial” (44).

Esta es claramente la fórmula de una declaración papal infalible, “ex cátedra”. Ningún teólogo católico romano puede cuestionarla. De paso, la Biblia no está interesada en los últimos días de María ni en la forma en que murió. Ella debe haber muerto como cualquier otra persona, y sin embargo aquí nos enfrentamos no con una opinión sino con un dogma. La Iglesia Católica Romana invirtió su más alta autoridad magisterial para formular la creencia de que las Escrituras guardan silencio, por no decir más.

Sobre la base de un dogma no bíblico, es decir, la infalibilidad del Papa, se construyó otro dogma no bíblico, o sea, la asunción de María, convirtiéndose así en parte de la enseñanza vinculante e irreformable de la Iglesia Católica Romana. Bíblicamente hablando, se podría decir: de mal en peor; pero esto es con lo que Roma está comprometida y seguirá estándolo, a pesar de todos los desarrollos “ecuménicos” y las actitudes amistosas. El defectuoso sistema teológico católico romano funciona de esta manera: sin reformar lo que es contrario a la Escritura, sino consolidándolo con otras doctrinas y prácticas no bíblicas. Después de los 150 años desde el Vaticano I, la única esperanza de cambio es una reforma de acuerdo al evangelio bíblico que cuestione y finalmente desmantele y rechace la infalibilidad papal.

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