La soledad de Dios

El auténtico culto es aquel al que nos presentamos reconciliados con el prójimo por haber practicado la búsqueda de justicia y haber practicado la misericordia. 

25 DE ABRIL DE 2023 · 13:00

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Imagen de Wolfgang Moritzer, Unsplash., Unsplash.

La verdad es que no sé si Dios puede sentir momentos de soledad. Así, pues, hablar de la soledad de Dios es un atrevimiento que no podemos asegurar al 100%, pero me vale para seguir la línea que quiero desarrollar en este artículo. Se trataría de preguntarnos que si muchas veces, cuando estamos reuniéndonos entre las cuatro paredes del templo de forma insolidaria con el prójimo y sin importarnos las problemáticas del mundo, de espaldas al dolor de los apaleados de la historia y ajenos a su grito, estamos, de alguna manera, dejando a Dios solo en la estacada en cuanto al mandato que tenemos de ser sal y luz en medio de la tierra, de ser las manos y los pies del Señor en medio de nuestras sociedades tan problematizadas y sufrientes. 

Un requisito cúltico para que Dios nos escuche y esté con nosotros eliminando soledad y atento a nuestro clamor es que hagamos justicia y practiquemos misericordia. Si no, Él cierra sus oídos y es sordo a nuestro clamor. Doctrina profética. Leed al profeta Isaías.

No estaría mal hacer una reflexión desde el templo y preguntarnos que si es posible que en muchas veces y en muchas situaciones hayamos dejado solo al Señor observando en un mundo a donde hay tantos y tantos prójimos nuestro esperando nuestra mano tendida de ayuda, de servicio, de amor, de búsqueda de justicia y de misericordia, mientras que nosotros caemos en ese pecado de omisión de la ayuda que nos aleja de Dios y del prójimo. ¿Cuántas veces te hemos dejado en la estacada, en soledad, Señor, cuando damos la espalda al grito del marginado y hemos pasado de largo como malos prójimos? 

¿Se puede dar la incoherencia de que dejemos a Dios solo en el mundo mientas nos centramos en la práctica de un ritual insolidario que practicamos de forma continua, pero de espaldas al dolor de los hombres? El concepto de projimidad en la Biblia y fundamentalmente en Jesús es tan fuerte que, a veces, he dicho que a la entrada del edificio cúltico debería haber un semáforo que nos detuviera y nos hiciera esta pregunta bíblica: “¿Dónde está tu hermano?”. No entrar al templo hasta responder esta pregunta con coherencia y responsabilidad y búsqueda de justicia. Así, hemos de reflexionar en la coherencia del texto bíblico en la que se nos dice que “antes de presentar tu ofrenda en el altar, ve y reconcíliate primero con tu hermano”. Si no, estaremos dejando solo al prójimo y, creo que se podría decir que también dejamos solo a Dios.

Posible problema: si somos insolidarios y no hacemos justicia a los apaleados de la historia, yo veo a Dios solo en el mundo —lo digo solamente a efectos didácticos y para entender lo que quiero decir, pues creo que en Dios no cabe la soledad—, mientras que nos alejamos y dejamos solo al prójimo buscamos la seguridad y los goces celestiales del templo, allí escondidos si divisar o pasando de largo del prójimo apaleado, robado, caído en manos de ladrones. No hagamos posible que la oscuridad del templo nos cubra y guarde de las interpelaciones de nuestra conciencia. Sin duda el auténtico culto es aquel al que nos presentamos reconciliados con el prójimo por haber practicado la búsqueda de justicia y haber practicado la misericordia. 

No penséis que yo tengo nada contra el templo, contra los lugares de reunión. Os equivocaríais. Gracias a mi influencia y con la ayuda de Dios he sido una pieza central para que surja mi propia iglesia, en que se haga una realidad Misión Urbana y muchas otras ONGs y entidades evangélicas en donde se ha compartido y se comparte la Palabra, pero nunca hay que hacerlo con insolidaridad contra el prójimo y de espaldas a su grito por justicia y misericordia en el mundo. Nos quedaremos solos, dejaremos solos también a los sufrientes de la tierra y, de alguna manera al Dios que se goza con nuestra compañía. 

El cristiano es ciudadano de dos mundos y está llamado a ser coherente, comprometido y responsable con ese el mundo en donde se mueven tantos y tantos prójimos nuestros que claman por ayuda.

Insisto. No debemos dejar solo a Dios al ser insolidarios con el prójimo y dejarlo en la estacada en abandono en medio de las problemáticas del mundo. Él quiere que seamos su voz, sus manos y sus pies en medio de un mundo hostil e inmisericorde, en medio de un mundo injusto, económicamente desequilibrado y en donde los recursos del mundo que deberían ser para todos son guardados por algunos que acumulan desmedidamente mientras otros pasan hambre y sufren en una especie de infravida que no es agradable al Señor, al Creador.

No sé si podríais estar de acuerdo en que nuestra falta de compromiso con el mundo y el vivir, en cierta manera, una vida retirada en los templos sin pararse ante el grito del sufriente puede expresarse como una especie de soledad de Dios, de dejar a Dios solo en medio de la estacada. El auténtico culto presupone también la projimidad. 

¡Cuántas veces hemos cantado en nuestras iglesias un corito que hemos tenido y, quizás, tenemos en nuestros coriteros y que sigue esta línea de pensamiento! El corito es éste: “Saca a Dios de los templos donde lo encerraron hace muchos años”. Aunque parece que el coro quiere decir que hemos dejado al mundo sin Dios, yo no sé qué es peor. O sea, que siempre han existido sensibilidades que han caminado por estas sendas buscando más compromiso del creyente con el mundo, con el prójimo y con Dios. No, no son críticas, sino deseos de una mayor responsabilidad para con el prójimo siguiendo las líneas bíblicas, para con el mundo sufriente, para con los abusos, injusticias, opresiones y marginaciones de tantos y tantos a los lados del camino de la vida.

Señor, perdónanos si te hemos dejado solo en el mundo mientras hemos quedado absorbidos por el ritual. Ten piedad de nosotros. Nos avergonzamos de ser seguidores tuyos alejados del compromiso y el servicio que ello presupone. Señor, sácanos de ese almud oscuro en el que, a veces, nos escondemos para evitar responsabilidades y trabajos. Que sepamos siempre que, en el fondo, lo hacemos por ti.

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