Arriba, abajo, cielo y suelo

Cielo y suelo se unen en Jesús. El Reino de los Cielos es también el Reino de los Suelos.

11 DE FEBRERO DE 2020 · 13:30

Imagen de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@cbarbalis?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Chris Barbalis</a> en Unsplash.,
Imagen de Chris Barbalis en Unsplash.

¿Hacia dónde se extiende tu mirada cristiana? ¿Es el cielo tu único referente? ¿Eres o somos cristianos de mirada unidireccional? ¿Nos interesan más los ángeles que los hombres? ¿Quién marca los parámetros para dirigir nuestra mirada espiritual? ¿Es posible que, si miras solamente al cielo, no encuentres nada, sino solamente el vacío, si no sabes dirigir tu mirada por esos senderos a cuyos márgenes está tu prójimo sufriente? Jesús, tanto con su irrupción en nuestro mundo con la encarnación, como con sus mandamientos para con el prójimo que sitúan al hombre como el auténtico lugar sagrado, une el arriba y el abajo, el cielo con el suelo. 

No. Cielo y suelo no son términos antagónicos, el arriba y el abajo no son irreconciliables. ¿Será posible que el Reino de los Cielos pueda llamarse también el Reino de los Suelos, o todo es el único y mismo reinado? Quizás en Jesús se unen ambos reinados. Jesús fue humano, tremendamente humano, y le preocupó tremendamente todo aquellos que podríamos llamar inhumano. Son líneas y parámetros bíblicos que todos debemos aprender y seguir como discípulos del Maestro.

Vivimos en el suelo y, desde aquí, parece que nuestra irada religiosa, cristiana, debe ser hacia el cielo, pero tengo una pregunta: ¿Se puede vislumbrar también el cielo, cuando desde el suelo lanzamos una mirada al prójimo sufriente? Yo, en mi trabajo en Misión Urbana he tenido muchas veces esta experiencia… y no creo que sea el único. Con el amor al prójimo, fundamentalmente, al prójimo excluido y sufriente que deambula por los senderos del mundo en el no ser de la marginación, experimentamos también el amor a Dios y, en su caso, el amor de Dios. ¡Qué gran verdad! La unión del cielo y el suelo, del arriba y el abajo, del Dios transcendente y el Dios humano.

Cielo y suelo no son términos antagónicos. El arriba y el abajo no son irreconciliables.

Si no captamos estos parámetros del amor, quizás el camino al cielo se nos difumine, se haga oscuro y acabemos por perdernos. Muchos religiosos, cuando creen que han llegado y que ya no hay más trecho porque ya lo hemos transitado, quizás, podría ser, que es que se haya perdido el camino. La comodidad, el final, el haber conseguido todo, no se da en el camino al cielo, tampoco en los senderos de los suelos que pisamos y en los que Dios nos ha puesto para que también podamos divisar al prójimo apaleado. 

El cómodo camino al cielo puede ser, simplemente, un espejismo. ¡Cuidado! ¡Qué responsabilidad tienen aquí los pastores, líderes y guías evangélicos y cristianos en general! Muchas veces nos saturan con teologías estáticas, cómodas, insolidarias con el prójimo y que no nos lanzan a la acción en el mundo. Quieren enseñarnos el camino al cielo, pero, al perder los senderos del mundo, de la historia, de la responsabilidad ante el otro, nos encontramos en una ruta prohibida y cerrada. No. No es el final, la consecución de lo esperado. Es la pérdida del camino que, aunque se al cielo, siempre se complementa con los senderos del suelo que gritan por solidaridad humana, por amor al prójimo tirado al lado del camino, en sus márgenes.

Cielo y suelo se unen en Jesús. El Reino de los Cielos es también el Reino de los Suelos. Los prójimos sufrientes que nos interpelan, son como las señales, los semáforos, los signos e indicaciones que por allí también se puede divisar el camino al cielo. No por obras de un humanismo que puede ser ateo, sino por las obras de una fe viva que actúa a través del amor. 

Por eso, cuando damos la espalda a los prójimos sufrientes, cuando somos sordos a su grito, el camino al cielo se desdibuja, se nubla, se oscurece y, en su inicio, aunque no lo entendamos, aparecerá una señal de prohibido que solamente se levanta con la solidaridad cristiana, con el servicio, con la fe actuante, con las obras de la fe. Así, tantas y tantas veces, la fe y el amor aparecen como dos realidades coimplicadas, imposibles de separar en la vivencia de la espiritualidad cristiana.

Arriba, abajo, cielo y suelo se funden en la persona de Jesús que es el auténtico camino en donde se funden los senderos del suelo y los del cielo… y los senderos del suelo siempre tienen una demanda de compromiso, de servicio, de acción, de denuncia, de búsqueda de la justicia, de lucha contra todo lo que oprime al prójimo. Quizás por eso la frase bíblica: “Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - De par en par - Arriba, abajo, cielo y suelo