¿Qué ves en el rostro de Dios? ¡Míralo!

En la espiritualidad cristiana el rostro de Dios y el de los hombres están interrelacionados.

24 DE FEBRERO DE 2015 · 16:08

Crosses in B/W / Ken Rowland (Flickr - CC BY-NC-ND 2.0),crosses
Crosses in B/W / Ken Rowland (Flickr - CC BY-NC-ND 2.0)

Si tienes una fe viva, base de la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, al contemplar el rostro de Dios es posible que te sientas redireccionado hacia la contemplación del rostro de los hombres. Creo que en la espiritualidad cristiana, a diferencia de otras espirituales más desencarnadas, esto es una verdad incontrovertible, una demanda del Evangelio.

Contemplar el rostro de Dios nos reclama contemplar también el rostro del hombre y, fundamentalmente, el rostro del hombre que sufre por haber sido empobrecido, oprimido o excluido. Esto está en relación con el hecho de que el amor a Dios y el amor al prójimo se complementan, se necesitan, son interdependientes y nos hace llegar al auténtico amor cristiano. La fe nos obliga, cuando es viva y auténtica, no sólo a abrir nuestras vidas y nuestros corazones a Dios, sino que nos reorienta a abrir nuestros corazones al prójimo. Lo otro es simplemente la fe muerta.

Es por eso que se puede afirmar en la parábola del Buen Samaritano que la salvación se obtiene vía amorosa, pues este amor del que ahora estamos hablando, y del que habla la parábola, es simplemente una consecuencia de la vivencia de la fe. Por eso se nos responde a la pregunta que se da en el prólogo de la parábola: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” a través del amor en acción. Ama y actúa. En todo el trasfondo, aunque no se diga, está la siguiente respuesta: ten fe. Es la consecuencia de la fe viva que según el apóstol Pablo actúa a través del amor dando lugar a lo que podríamos llamar las obras de la fe. 

Es por eso que cuando miramos el rostro de Dios, vemos también al hombre, al prójimo. Quizás sea también a la inversa: Cuando contemplamos con amor el rostro de los sufrientes de la tierra, de tantos inocentes del mundo, nos acercamos a la contemplación del rostro del Dios de la Biblia. Quizás sea por eso que a un libro mío sobre la inmigración le llamé “Inmigrantes. El multiforme rostro de Dios”. 

A veces nos gustaría contemplar solamente el rostro de Dios y evitar el de los sufrientes de la tierra. Es un error y un pecado.  Es entonces cuando notamos que nuestra conciencia nos interpela cuando volvemos insolidariamente la espalda al pasar cerca de los rostros los excluidos del mundo, de los robados de dignidad, de las víctimas del egoísmo humano.. 

En la espiritualidad cristiana el rostro de Dios y el de los hombres están interrelacionados. Así es. Es una verdad, un hecho. Si no miramos el rostro de los sufrientes del mundo, quizás se nos esté vedando e impidiendo ver el rostro de Dios. Si no amamos al prójimo sufriente, deberíamos replantearnos nuestra fe.  

¿Puedes ver al hombre reflejado en el rostro de Dios? Por la fe puedes ver el rostro de Dios. Hay un coro que dice: “Abre mis ojos, Señor, yo quiero verte”. Esto con los ojos de la fe no es sólo un deseo, es una realidad. Si intentas ver el rostro de Dios, te encontrarás inexorablemente con una evidencia: todos nos reflejamos en el rostro de Dios. 

Y no sé si el ser humano, creyente o no, pero más los creyentes, se deberían ver también reflejados en el rostro de los sufrientes. Eso alienta la projimidad y la hermandad entre los hombres. Es entonces cuando notamos que la dignidad que les han robado, quizás junto con su hacienda, a muchos de los coetáneos nuestros, debe ser como si también nos la hubieran robado a nosotros mismos. 

Párate. Detente ante el rostro de tu prójimo que sufre. Siéntete reflejado ahí de alguna manera. Intenta ver allí el rostro del Dios sufriente. Deja que tu fe actúe a través del amor. Eso hizo el Buen Samaritano y eso hizo Jesús ante una llamada que le hacían, como Hijo de David, en busca de misericordia. Jesús se paró. No es posible mirar hacia otro lado y pasar de largo. 

La interpelación de los rostros de los pobres y de los sufrientes nos debe lanzar sin excusa y sin remedio a trabajar por la justicia en el mundo, a sembrar, a actuar  en contracultura con los valores antibíblicos entre los que se mueven nuestros coetáneos. Tenemos que esparcir  los valores del Reino en medio de la historia que nos ha tocado vivir. Si no, ¿cómo nos vamos a atrever a mirar el rostro de Dios?

 

God inside a Homeless / Laurent Lavì Lazzeresky (Flickr - CC BY-NC-ND 2.0)

Rostro de Dios y rostro de los hombres en interrelación e interdependencia. La fe y el amor coimplicados. No hay auténtica fe sin amor y tampoco se puede dar un amor como el que estamos hablando sin tener fe. Sería un simple humanismo ateo. Por eso, quizás, el cristiano puede ver una interrelación entre el rostro de Dios y el de los sufrientes. El hombre de fe, de la fe viva y actuante, cuando mira a Dios y contempla su rostro, debe ver también la faz de tantos sufrientes en el mundo que necesitan que nosotros tendamos una mano de ayuda. Es así como nos sentiremos más cercanos a los gemidos de Getsemaní, más cerca del Siervo Sufriente, del experto en sufrimiento o experimentado en quebranto.

No busquéis el rostro de Dios en los orondos y brillantes rostros de los enriquecidos del sistema mundo. Si lo hacéis así, os equivocaréis. El rostro de Dios no se identifica con el de los que triunfan enriqueciéndose y adquiriendo los tintes amarillos del rostro del dios Mamón. El peligro grande que se corre es el de caer en la idolatría del dinero, de las ganancias, de la acumulación en nuestros almacenes de todo aquello que pertenece a otros.

Que no nos dé miedo el contemplar el rostro de Dios, pero tampoco el de las víctimas.  Quizás en el de Dios se acumulan todos los dolores, penas y amarguras de las víctimas del mundo y en el de las víctimas se acumula el grito de Dios clamando por amor y justicia. Desde tu fe viva, puedes escuchar ese grito y responder… déjate llevar.

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