Un animal bíblico llamado ‘argol’
Este texto del libro de Levítico es el único de toda la Biblia que, además de la langosta y el langostín, menciona otros insectos saltadores y voladores como el “argol” y el “hagab” que sí se podían comer.
19 DE ABRIL DE 2018 · 16:00
Todo insecto alado que anduviere sobre cuatro patas, tendréis en abominación.
Pero esto comeréis de todo insecto alado que anda sobre cuatro patas, que tuviere piernas además de sus patas para saltar con ellas sobre la tierra;
estos comeréis de ellos: la langosta según su especie, el langostín según su especie, el argol según su especie, y el hagab según su especie.
(Lv. 11:20-22)
Una de las características generales de los insectos (en hebreo, hā-‘ō-wp̄, הָע֔וֹף) es la presencia de seis patas. Sin embargo, estos versículos se refieren a “todo insecto alado que anduviere sobre cuatro patas”. ¿Cómo hay que entender dicha expresión del Antiguo Testamento? El autor bíblico acababa de referirse a las aves que, como es sabido, solamente poseen dos patas, por lo que al llegar a la sección sobre estos pequeños animalitos que también vuelan, los insectos alados, lo que quiere dar a entender es que, a diferencia de las aves, caminan sobre cuatro (o más de dos) patas (Lv. 11:42). La idea es que estos minúsculos “cuadrúpedos” poseen más extremidades que las aves. Por supuesto, el redactor sabe bien que tales insectos (langostas, grillos y saltamontes) presentan en realidad seis apéndices locomotores. De ahí que especifique que tienen “piernas además de sus patas para saltar con ellas sobre la tierra”. De manera que las seis patas totales equivaldrían a las cuatro patas del mismo tamaño, más las dos piernas mucho más grandes, según la percepción del redactor bíblico.
La ley decía que los insectos voladores como las moscas, avispas, abejas, libélulas, etc., no se podían comer. Pero había otros insectos que también volaban y se podían consumir, como varios tipos de langostas aladas, a las que también se refiere el Nuevo Testamento indicando que Juan el Bautista se alimentaba de ellas. Este texto del libro de Levítico es el único de toda la Biblia que, además de la langosta y el langostín, menciona otros insectos saltadores y voladores como el “argol” y el “hagab” que sí se podían comer. ¿De qué animales se trata?
Es difícil saberlo. Algunos autores han traducido argol por grillo y hagab por saltamontes.[1] Sin embargo, conviene tener en cuenta que hay grillos que vuelan y otros que no pueden hacerlo por carecer de alas o tenerlas demasiado reducidas. Entre los primeros, están algunas especies pertenecientes a los Tetigonioideos, mientras que en los segundos se integra a los típicos grillos campestres oscuros, cuyos rítmicos cantos adornan las cálidas noches estivales. Estos no pueden volar y se les clasifica dentro de los Grilloideos. Por tanto, el argol bíblico podría referirse a alguna especie voladora de Tetigonioideo de las que todavía hoy abundan en Israel, como por ejemplo Tylopsis liliifolia o alguna similar.
El gran teólogo galés de los siglos XVII y XVIII, Matthew Henry, comentando la impureza ritual que contraían los hebreos cuando entraban en contacto con cadáveres de insectos voladores no comestibles, escribió: “Esta impureza duraba sólo hasta la noche. Y nosotros debemos aprender a renovar nuestro arrepentimiento cada noche por los pecados del día, a quedar limpios por la sangre de Cristo de la contaminación que ocasionan a nuestro ser, para que así no nos acostemos en nuestra impureza.”[2]
Estas palabras pueden sonar anacrónicas en la actualidad para una sociedad relativista que valora ante todo la libertad del individuo y su no sometimiento a ninguna norma establecida. Sin embargo, los cristianos debemos recordar en todo tiempo las palabras del apóstol Pablo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2).
[1] Darom, D., Animals of the Bible, PALPHOT, Israel, p. 40.
[2] Henry, M., 1999, Comentario Bíblico de Matthew Henry, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 124.
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