¿Cuál es la misión de la Iglesia?, de Kevin Deyoung y Greg Gilbert
"Nos preocupa que, con toda nuestra pasión por renovar la ciudad o abordar los problemas sociales, corramos el riesgo de marginalizar la única cosa que hace cristiana a la misión cristiana: esto es, hacer discípulos de Jesucristo." Un fragmento de "¿Qué es la misión de la Iglesia?", de Kevin DeYoung y Greg Gilbert (Peregrino, 2015).
02 DE JULIO DE 2015 · 21:20
Este es un fragmento del libro "¿Cuál es la misión de la Iglesia?", de Kevin DeYoung y Greg Gilbert (Editorial Peregrino, 2015). Puede saber más sobre el libro aquí.
¿QUÉ SIGNIFICA MISIÓN?
Antes de seguir adelante para responder a la pregunta planteada en el título de este libro, deberíamos reconocer la dificultad que reside en la pregunta misma. Gran parte del problema al definir la misión de la iglesia es definir la palabra misión. Dado que misión no es una palabra bíblica como pacto o justificación o evangelio, determinar su significado para los creyentes es particularmente difícil. Podríamos hacer un estudio de la palabra evangelio y llegar a algunas conclusiones bíblicas bastante firmes acerca de qué es el evangelio (¡y lo haremos más adelante en este libro!). Sin embargo, la palabra misión es un poco más complicada. Por una parte, el verbo latino mittere corresponde al verbo griego apostellein, que aparece ciento treinta y siete veces en el Nuevo Testamento. Así que la palabra misión no es precisamente extrabíblica. Pero como sustantivo, misión no aparece en la Biblia, lo cual hace la pregunta de este libro más difícil.
La respuesta a la pregunta ¿cuál es la misión de la iglesia? depende —en gran medida— de lo que se entienda por misión. Uno podría argumentar que glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre es la misión de la iglesia, porque este es nuestro fin principal como creyentes redimidos. Otros podrían decir que amar a Dios y amar al prójimo es la mejor descripción de nuestra misión, porque estos son los más grandes mandamientos. Y algún otro podría tomar prestada la frase de un himno del siglo XIX y argumentar que confiar y obedecer es la esencia de nuestra misión, porque este es el gran llamado del mensaje del evangelio. En un sentido seríamos insensatos si nos opusiéramos a alguna de estas respuestas. Si misión es simplemente un sinónimo de vivir una vida cristiana fiel, entonces hay docenas de maneras de responder a la pregunta ¿cuál es la misión de la iglesia?
¿Pero no es sabio buscar una definición más precisa para una palabra tan común? Nunca hemos conocido a ningún cristiano que estuviera en contra de la misión. De hecho, todas las iglesias que hemos conocido dirían que están apasionadas por la misión. Entonces, ¿no deberíamos intentar ser claros sobre aquello que todos apoyamos? Los cristianos han visto por mucho tiempo la importancia de definir cuidadosamente otras palabras teológicas como Trinidad, esencia e inerrancia. La teología no llegará lejos sin prestar una cuidadosa atención a las distinciones y a las definiciones. Así que, ¿por qué no trabajar en una definición de misión? Los cristianos a menudo hablan de viajes misioneros, campos misioneros, y trabajo misionero, por lo que parece ser una buena idea, al menos, intentar definir aquello de lo que estamos hablando. Es cierto que el significado de las palabras puede cambiar, y puede que no sea posible controlar la definición de misión después de cincuenta años de expansión. Pero nos parece que hace falta una definición más precisa, ya que la afirmación de Stephen Neill da en el clavo: «Si todo es misión, nada es misión».
¿Pero por dónde empezamos con una definición? En su influyente libro Transforming Mission, David Bosch argumenta acertadamente que «desde los años cincuenta se ha producido entre los cristianos una notable escalada en el uso de la palabra ‘misión’. Esto vino de la mano con una significativa ampliación del concepto, al menos en ciertos círculos». La misión solía referirse de forma bastante específica al envío transcultural de cristianos para convertir a los que no son cristianos y plantar iglesias. Pero ahora la misión es entendida de una manera mucho más amplia: la protección del medio ambiente es misión; la renovación de la comunidad es misión; bendecir a nuestro prójimo es misión. Misión aquí, misión allá... La misión está en todas partes; todos somos misioneros. Como Christopher Wright dijo, en desacuerdo con la cita de Stephen Neill: «Si todo es misión… todo es misión». La ambigüedad del término misión no ha hecho más que aumentar con la reciente proliferación de términos como misional y missio Dei. No es de extrañar que Bosch concluya unas páginas más adelante: «Al final, la misión permanece indefinible».
Pero tal vez una definición común no es todavía una causa perdida. Antes de renunciar a una definición, Bosch reconoce que misión, al menos en el uso tradicional, «presupone alguien que envía, una persona o personas que son enviadas por el que envía, aquellos a quienes uno es enviado, y una tarea». Aunque su teología de la misión es más amplia y muy diferente a lo que vamos a proponer en este libro, y a pesar de que no le gusten muchas de las formas en las que esta visión tradicional ha sido empleada, Bosch tiene algo de razón aquí. En su sentido más básico, el término misión implica dos cosas para la mayoría de la gente: (1) ser enviado y (2) recibir una tarea. El primer punto tiene sentido ya que misión viene de una palabra latina —mittere— que significa «enviar». El segundo punto está implícito en el primero. Cuando somos enviados en una misión, somos enviados a hacer algo —y no a hacerlo todo—, más bien se nos da una tarea en particular. A nivel de la calle, las personas saben básicamente lo que significa una misión. Por ejemplo, la vieja serie de televisión Misión Imposible siempre implicaba un objetivo específico que se suponía que Peter Graves debía cumplir. Las empresas gastan millones cada año perfeccionando las declaraciones de «su misión», y los restaurantes de comida rápida incluso cuelgan el letrero «Nuestra Misión» en la pared, para asegurarnos que están fanáticamente centrados en servirnos las mejores hamburguesas de la ciudad. Incluso en el mundo que nos rodea, todos entienden que una misión es aquella cosa principal que te has propuesto lograr. La mayoría de las organizaciones tiene algo —a diferencia de otras cosas— que hace y debe hacer, y se entiende que tal cosa es su misión. Creemos que sucede lo mismo con la iglesia.
En su estudio de la misión en el Evangelio según Juan, Andreas Köstenberger propone una definición práctica en esta misma línea: «La misión es la tarea específica o propósito que una persona o grupo pretende lograr». Fíjate otra vez en los conceptos claves de ser enviado y recibir una tarea. Del mismo modo, John Stott ha argumentado que la misión no es todo lo que la iglesia hace, sino «todo para lo que la iglesia es enviada al mundo». Estamos convencidos de que si le preguntas a la mayoría de los cristianos ¿Cuál es la misión de la iglesia?, te oirán preguntar: ¿Cuál es la tarea específica o propósito para el cual la iglesia es enviada al mundo? Esta es nuestra definición práctica de misión y lo que queremos preguntar con el título de este libro.
UNA CORRECCIÓN A LA CORRECCIÓN
Nuestro sincero deseo es que este libro pueda ser una contribución positiva al debate acerca de la misión (tan frecuente y necesario en el mundo evangélico). Queremos ser positivos con nuestro tono. Queremos edificar en vez de destruir. Pero, inevitablemente, una buena parte de nuestro trabajo en estos capítulos será correctivo.
Algo que queremos corregir es una definición demasiado amplia que entiende la misión como cada cosa buena que un cristiano puede hacer como colaborador de Dios en su misión de redimir al mundo entero. Sin embargo, no somos antimisionales. Cada vez más, misional significa simplemente estar «de misión», esto es, ser conscientes de que todo lo que hacemos debería servir a la misión de la iglesia, siendo amables, centrándonos en el bien de otros, actuando como buenos samaritanos con aquellos que están fuera de la comunidad de fe, y teniendo una estrategia santificada al ser intencionales y «atractivos» para aquellos que no conocen a Cristo. A menudo esto se resume como «sal de tu burbuja santa e implícate en tu comunidad con el evangelio». Estamos a favor de esto. Todo cristiano debería estarlo. No pretendemos criticar a cualquier cristiano que se atreva a poner -al al final de misión. Mucho menos queremos difamar a muchos de nuestros amigos que felizmente usan esta palabra para decir normalmente cosas muy buenas.
No obstante, no está mal examinar la palabra misional. Es un gran maletero que puede contrabandear una gran cantidad de equipaje no deseado. Sospechar de cada mención de la palabra es malo, pero es sabio expresar preocupación sobre cómo se usa la palabra a veces.
Con esto en mente, tenemos algunas preocupaciones sobre cómo el pensamiento misional se ha desarrollado a veces en la conversación acerca de la misión de la iglesia:
1. Nos preocupa que los buenos comportamientos sean a veces elogiados pero en las categorías equivocadas. Por ejemplo, se promueven muchas buenas obras bajo el término justicia social, pero pensamos que «amar a tu prójimo» es a menudo una mejor categoría. O bien, la gente hablará acerca de transformar el mundo, cuando pensamos que una «presencia fiel» es una mejor forma de describir lo que estamos tratando de hacer y lo que realmente podemos llegar a hacer en el mundo. O, a veces, cristianos con buenas intenciones hablan de «edificar el reino» o «edificar para el reino», cuando en realidad los verbos asociados con el reino son casi siempre pasivos (entrar, recibir, heredar). Sería mejor que habláramos de vivir como ciudadanos del reino, en lugar de decirle a nuestra gente que construyan el reino.
2. Nos preocupa que en nuestro recién descubierto celo misional a veces pongamos duros «deberías» sobre los cristianos donde deberíamos estar invitándolos con «puedes». Deberías hacer algo acerca de la trata de personas. Deberías hacer algo respecto al SIDA. Deberías hacer algo sobre la falta de buena educación pública. Cuando dices «deberías», estás implicando que si la iglesia no aborda estos problemas, entonces estamos siendo desobedientes. Pensamos que sería mejor invitar a los cristianos individualmente de acuerdo a sus dones y llamados, para intentar solucionar estos problemas en lugar de acusar a la iglesia por «no preocuparse».
3. Nos preocupa que, con toda nuestra pasión por renovar la ciudad o abordar los problemas sociales, corramos el riesgo de marginalizar la única cosa que hace cristiana a la misión cristiana: esto es, hacer discípulos de Jesucristo. Pero antes de ir más lejos en el camino misional correctivo, tal vez sería útil dejar claro desde el principio lo que queremos y lo que no queremos lograr con este libro.
No queremos:
· Que los cristianos sean indiferentes ante el sufrimiento a su alrededor y alrededor del mundo.
· Que los cristianos piensen que la evangelización es la única cosa que realmente cuenta en la vida.
· Que los cristianos que arriesgan sus vidas y se sacrifican por los pobres y los desfavorecidos piensen que su trabajo es de alguna forma sospechoso o que solo es digno de alabanza si resulta en conversiones.
· Que los cristianos se retiren a sus burbujas santas o sean felizmente indiferentes en cuanto a trabajar duro o causar impacto, en cualquiera que sea el campo o la carrera a la que el Señor los ha llamado.
· Que los cristianos dejen de soñar con formas creativas y valientes de amar a su prójimo e impactar sus ciudades. Queremos subrayar todos estos puntos, ponerles un asterisco, marcarlos con un rotulador, y escribirlos en nuestros corazones. Es demasiado fácil tener nuestras cabezas bien pero tener mal nuestros corazones y manos.
Habiendo dicho todo esto, sin embargo, aquí hay algo que sí queremos:
· Queremos asegurarnos de que el evangelio —la buena noticia de la muerte de Cristo por el pecado y su posterior resurrección— sea prioritario en nuestras iglesias.
· Queremos cristianos libres de falsa culpa (de pensar que la iglesia es responsable de la mayoría de los problemas que hay en el mundo o responsable de arreglar estos problemas).
· Queremos que la tarea clara y absolutamente única de la iglesia —hacer discípulos de Jesucristo para la gloria de Dios el Padre— sea puesta al frente y en el centro, y que no se pierda en un frenesí de elogiables preocupaciones.
· Queremos que los cristianos entiendan la historia de la Biblia y que piensen más críticamente acerca de los textos específicos que hay dentro de esta historia.
· Queremos que la iglesia recuerde que hay algo peor que la muerte y algo mejor que la prosperidad humana. Si solo esperamos ciudades renovadas y cuerpos restaurados en esta vida, somos, de todas las personas, las más dignas de lástima.
Al corregir ciertos aspectos del pensamiento misional, nos damos cuenta de que el pensamiento misional mismo está luchando para corregir abusos de la misiología tradicional. Ambas correcciones pueden ser necesarias en ciertas ocasiones. Esperamos que ningún evangélico diga, o piense: ¡Ah, que se queme todo! ¿A quién le importa la comida y el agua para los pobres? ¿A quién le importa el SIDA? Dadles el evangelio para el alma e ignorad las necesidades del cuerpo. Esto es a lo que el pensamiento misional se opone. Y similarmente, esperamos que ningún evangélico diga, o piense, lo contrario: Compartir el evangelio es ofensivo y hay que evitarlo. Mientras que los pobres tengan una capacitación laboral, atención sanitaria, y educación, es suficiente. El mundo necesita más comida, no más sermones. Esperamos que el pensamiento misional no esté a favor de esto.
UNA ORACIÓN PIDIENDO HUMILDAD Y ENTENDIMIENTO
La verdad es que ambas partes tienen algunas cosas importantes que decirse una a la otra, y deberíamos ser cuidadosos en nuestra mutua corrección para no compensar en exceso. Tomando lo mejor, los pensadores misionales advierten a la iglesia acerca de una indiferencia descuidada y una falta de amor ante los problemas y las oportunidades potenciales que hay a nuestro alrededor, una desconsideración dualista por la persona completa. Por otro lado, un grupo —usualmente— diferente de cristianos teme sueños utópicos demasiado optimistas —y agotadores—, una pérdida de teocentrismo y una dilución del urgente mensaje de la iglesia (Cristo crucificado por pecadores que merecen el Infierno).
Ambos peligros son reales. Admitimos que probablemente seamos más sensibles al segundo de estos peligros. Y de hecho uno de los objetivos de este libro es proteger a la iglesia de estos errores. Pero entendemos plenamente que muchos cristianos —quizá incluso nosotros dos— estamos a menudo en peligro de pasar de largo ante el hombre herido en el camino de Jericó. Uno de los riesgos de este libro —probablemente el mayor riesgo— es que seamos vistos como (¡o seamos de verdad!) dos tipos que solo hablan de las buenas obras de labios para afuera. Si bien esperamos que este libro dé a los cristianos un mejor manejo de los textos en disputa y mejores categorías para pensar acerca de su servicio en el mundo, estaríamos decepcionados si descubriésemos que pasado un año nuestro trabajo contribuyó a desalentar un amor radical y la generosidad hacia las personas que sufren. Nosotros dos —aunque estamos lejos de ser ejemplos perfectos— a menudo hemos ayudado a personas que lo pasan mal y hemos apoyado tanto a organizaciones como a individuos que trabajan para aliviar el sufrimiento. Nuestras iglesias participan en ministerios de misericordia a nivel local e internacional. Queremos ser —y queremos que nuestros congregantes y todos nuestros lectores sean— el tipo de «persona justa» que vive «una vida de honestidad, equidad, y generosidad en cada aspecto de su vida», como dice Tim Keller, vive «una vida de honestidad, equidad, y generosidad en cada aspecto de su vida».
Aun así este libro no trata de la «justicia generosa», sino de la misión de la iglesia. Queremos ayudar a los cristianos a articular y vivir sus perspectivas sobre la misión de la iglesia de forma que sean más fieles teológicamente, más cuidadosas exegéticamente y más sostenibles personalmente.
UN ENOFQUE PASTORAL
Al principio de un libro es útil entender qué tipo de material estás leyendo. Este no es un libro escrito por y para eruditos bíblicos o teológicos. Vamos a abordar muchos textos y vamos a interactuar con mucha teología —y esperamos hacerlo con responsabilidad—, pero no estamos intentando hacer una monografía académica sobre una teología bíblica de la misión. No estamos tratando de decirle a las organizaciones misioneras qué es lo que tienen que hacer, ni estamos enseñando a los misioneros cómo hacer su trabajo, aunque nos gustaría pensar que este libro será útil para ambos grupos. Somos pastores, escribiendo para el cristiano «medio» y el pastor «ordinario» que intenta entender toda una serie de cuestiones misiológicas. Basándonos en muchas conversaciones que hemos tenido —por escrito, en línea y en persona—, nuestra sensación es que todo este tema de la misión —junto con asuntos relacionados como el reino, la justicia social, el shalom, el mandato cultural y la preocupación por los pobres— es el asunto más confuso, más discutido, más energizante y más potencialmente divisivo que hay en la iglesia evangélica de hoy. [...]
VOLVIENDO A LA PREGUNTA QUE NOS OCUPA
Entonces, ¿cuál es la misión de la iglesia? Ya te hemos mantenido en suspense el tiempo suficiente. En resumen, argumentaremos que la misión de la iglesia está resumida en los pasajes de la Gran Comisión14 (las órdenes culminantes de puesta en marcha que Jesús da al final de los Evangelios y al principio de los Hechos). Creemos que la iglesia es enviada al mundo para dar testimonio de Jesús proclamando el evangelio y haciendo discípulos de todas las naciones. Esta es nuestra tarea; este es nuestro llamado singular y central.
Esto es lo que vamos a tratar de defender en el siguiente capítulo, considerando tanto los pasajes de la Gran Comisión como varios otros textos que a menudo se sugieren como comisiones alternativas o adicionales para la iglesia. Los siguientes seis capítulos —parte 2— exploran una serie de conceptos teológicos más amplios que siempre surgen en los debates acerca de la misión. El capítulo 3 pregunta cuál es el significado principal de toda la historia de la Biblia y cómo esto afecta a nuestro entendimiento de la misión de la iglesia. El capítulo 4 trata de entender la estructura y el contenido del mensaje del evangelio y plantea si el evangelio del perdón de pecados a través de Jesús es «demasiado pequeño». El capítulo 5 considera la enseñanza de la Biblia acerca del Reino de Dios y cómo está relacionado con nosotros. Los capítulos 6 y 7 van juntos, y exploran la idea de la «justicia social», mirando cuidadosamente varios textos bíblicos relacionados con la justicia. En el capítulo 8 pensamos acerca de la intención de Dios de rehacer el mundo, y consideramos qué significa esto para la actividad de la iglesia en el mundo. El capítulo 9 es nuestro intento de pensar en términos prácticos sobre lo que todo esto significa. Si la misión de la iglesia es la proclamación y el hacer discípulos, entonces, ¿cuál es la motivación teológica para las buenas obras? ¿Y cómo tiene que pensar una iglesia acerca de lo que debería estar haciendo? Finalmente, el capítulo 10 ofrece una perspectiva final y nos anima a todos a volver a comprometernos con la gran labor que nuestro Señor nos ha dado.
Una última palabra antes de sumergirnos en estas cosas: Queremos decir nuevamente que apoyamos firmemente a las iglesias que llevan a cabo ministerios de misericordia en sus comunidades. Nuestras propias iglesias tienen programas y apoyan a misioneros que buscan satisfacer las necesidades físicas, mientras que también esperan compartir el evangelio siempre que sea posible. Aunque no creemos que la misión de la iglesia sea edificar el reino o colaborar con Dios en rehacer el mundo, esto no significa que estemos en contra del compromiso cultural. Lo que queremos decir simplemente es que debemos entender estos esfuerzos en las categorías teológicas correctas y abarcarlos sin sacrificar prioridades más explícitas. No deberíamos devaluar las buenas obras considerándolas solo como un medio para otro fin —la evangelización—, pero tampoco queremos exagerar nuestra responsabilidad pensando que es nuestro deber edificar el reino a través de nuestras buenas obras. De forma similar, no deberíamos sobreespiritualizar la acción social haciéndola equivalente al shalom de Dios. A medida que la iglesia ame a un mundo tan amado por Dios, trabajaremos para aliviar el sufrimiento donde podamos, pero especialmente el sufrimiento eterno.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Fragmentos - ¿Cuál es la misión de la Iglesia?, de Kevin Deyoung y Greg Gilbert