“Nuestra forma de relacionarnos con el otro cambiará si reconocemos no ser sabios en nuestra propia opinión”

La crisis migratoria requiere mucho más que política, dice la experta en lengua y cultura árabe, Victoria Aguilar.

Jonatán Soriano

MURCIA · 16 DE ABRIL DE 2020 · 12:00

A finales de 2018, según ACNUR, había 70,8 millones de desplazados en todo el mundo. / <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@m_a_x_b?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Max Böhme </a>, Unsplash CC,
A finales de 2018, según ACNUR, había 70,8 millones de desplazados en todo el mundo. / Max Böhme , Unsplash CC

La de 2010 ha sido la década de los movimientos migratorios. La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) cuantificaba en 70,8 millones el número de personas desplazadas “debido a la persecución, los conflictos, la violencia o las violaciones de los derechos humanos”, a finales de 2018. Una realidad que ha llegado a muchos televisores y portadas de prensa en forma de caravanas de millares de personas cruzando frontera tras frontera para llegar a Estados Unidos. O también de lanchas de caucho varadas en el medio del Mediterráneo. Nombres de islas como Lesbos o Lampedusa, antes inadvertidas, han cobrado un sentido de destino trágico para quienes llegaban de las guerras de Siria y de Libia. Y después de diez años, 2020 ha comenzado igual; con cientos de personas cruzando la frontera de Turquía con Grecia y el ejército disparando gas lacrimógeno sobre los grupos de familias. 

“Si hay países en los que el hambre sigue siendo generalizada, igual que la falta de seguridad, es inevitable que esto siga siendo una realidad”, señala la profesora titular de Lengua Árabe en la Universidad de Murcia, Victoria Aguilar. Para Aguilar, que también colaboró con la Alianza Evangélica Española en la redacción de la última edición del documento  Vota sabiamente, se necesita renovar y poner en práctica determinados acuerdos políticos, como el Pacto Mundial sobre los Refugiados de 2018, pero lo que es imperante es una reflexión personal que cambie la percepción de la situación y genere una conciencia incapaz de convivir con semejantes muestras de sufrimiento. “Dios tiene misericordia de los perdidos, y nosotros también debemos tenerla. Necesitamos el dolor y la compasión por los perdidos, que es lo que mueve a Dios”, dice.

Esta entrevista forma parte de la serie ‘La década en resumen’.

 

Pregunta: Entre las imágenes con las que se va a recordar la década de 2010 a 2020 se encuentran las de las pateras en el Mediterráneo, los campos de refugiados abarrotados en Oriente Medio y las largas columnas de personas cruzando Centroamérica. ¿Por qué esta ha sido la década de los movimientos migratorios?

Respuesta: En algunos sitios influye el cambio climático. En otros, las guerras. Es una cuestión de hambre y de necesidad en la mayoría de los casos. Y de derechos humanos. También tiene que ver con la globalización y la información. Si alguien está mal en un sitio es lógico que quiera huir del lugar, por la circunstancia que sea. Y, sobre todo, si se sabe que hay otras partes del planeta en las que se está mejor. Es un deseo de cambiar las situaciones que están alrededor, y es legítimo.

 

P: Un informe de ACNUR en 2017 revelaba que se había superado la barrera de personas desplazadas de la Segunda Guerra Mundial, alcanzando los 65,6 millones. Los últimos datos de la organización, de finales de 2018, sitúan esta cifra en más de 70 millones ahora. ¿Hasta qué punto, en esta década hemos visto el inicio de unos movimientos migratorios masivos que van a ir creciendo, aumentando en número, y que van a seguir siendo una realidad?

"Cuando cerramos nuestras fronteras estamos produciendo integrismo".

R: Si no cambian las situaciones en algunos lugares, las migraciones seguirán. Si hay países en los que el hambre sigue siendo generalizada, igual que la falta de seguridad, es inevitable que esto siga siendo una realidad. Hay que tener en cuenta que las migraciones van cambiando. Por ejemplo, no hace tanto que España recibe a gente de Venezuela, pero esos flujos pueden cambiar de forma repentina. En Venezuela hay toda una generación afectada por la desnutrición infantil, y esto tiene un impacto de por vida. ¿Quién quiere quedarse en esa situación y que sus hijos no vivan una vida mejor? ¿Quién se expone a que sus hijos pasen hambre día tras día? Es legítimo que la gente quiera salir de esas situaciones, que en este caso, no existían hace unos años.

 

P: Todos estos movimientos de personas han impactado la realidad de la sociedad occidental, que se ha visto con la necesidad de afrontar el debate de qué postura tomar ante todas esas personas. ¿Se ha asumido verdaderamente esa necesidad en occidente?

R: La postura general de la sociedad con, por ejemplo, los refugiados de la Guerra de Siria ha sido la de crear las estructuras para acoger. Luego, la realidad ha sido que muchos gobiernos no han tomado la iniciativa. Supongo que por miedo a la llegada de otro tipo de refugiados. Es difícil acoger porque implica que cambiemos en muchas cosas y que compartamos. No todos estamos dispuestos a hacerlo porque no  es fácil ceder parte del Estado del bienestar para que otros viva un poco mejor de lo que viven. 

 

P: En una entrevista hace unos meses decías que el Estado del bienestar se había convertido en nuestro “campo de concentración” y nos aprisionaba a la hora de ser flexibles en la acogida a otros. Entonces, ¿no estamos ante un mero problema político?

R: Si somos tan dependientes de lo que llamamos Estado del bienestar, es que realmente estamos en una especie de campo de concentración. Si no podemos compartirlo, tenemos un problema como sociedad. Cada uno tiene su posibilidades. También como cristianos estamos limitados por ese bienestar cuando no podemos compartirlo o limitamos nuestro trabajo por los necesitados. Cuando olvidamos que hemos recibido de gracia y que también debemos dar de gracia. Cuando cerramos nuestras fronteras estamos produciendo integrismo. Nuestra falta de generosidad se nos volverá en contra. Aunque solo fuese por egoísmo, deberíamos cuestionarlo. 

“Nuestra forma de relacionarnos con el otro cambiará si reconocemos no ser sabios en nuestra propia opinión”

"No compartir nuestro Estado del bienestar nos pasará factura", dice Aguilar. / James Beheshti, Unsplash CC

P: Pero la sensación es que la cuestión se ha abordado, sobre todo, desde una perspectiva ideológica y política.

R: La cuestión migratoria es una opción. A nivel político ha sido la derecha la que ha tomado esta opción, actuando de una forma más reaccionaria, pero podría haber sido al revés (como el caso del movimiento alemán Aufstehen impulsado por la líder de izquierdas Sarah Wagenknecht). Lo han convertido en una cuestión identitaria, hablando de la pérdida de nuestros privilegios, como si no hubiera fronteras y todos los gobiernos anteriores hubiesen permitido que entrase cualquiera, lo cual para mí no es realista. Esto es lo que han hecho partidos como el Frente Nacional en Francia o Vox aquí. 

 

P: ¿Cómo gestionar estos discursos?

R: Hay una cuestión previa que es el hecho del poco conocimiento acerca del otro. No conocer al otro genera miedo. Por ejemplo, el integrismo islámico sirve muchas veces para una generalización injusta de todos los musulmanes, cuando muchos de ellos son objeto del ataque de los extremistas. Pero la sociedad occidental se empeña en una reacción de oposición a todo lo musulmán, y eso no tiene razón de ser. Es el desconocimiento el que genera ese racismo. Es en momentos de crisis como el que estamos atravesando ahora con la Covid-19 cuando nos damos cuenta de que tenemos que ser solidarios porque hay cosas que nos atacan a todos. Hace poco leía una viñeta egipcia en la que aparece un niño que le dice a su padre que le gusta el coronavirus porque es muy democrático y ataca igual a ricos que a pobres. Necesitamos ser solidarios en esta epidemia y darnos cuenta de que a veces no lo hemos sido con la crisis migratoria. No creo que nadie tenga el deseo de por sí de abandonar su casa, sino que se debe a la complicación de las situaciones.

 

P: ¿Qué nos hace falta como sociedad para superar esas barreras, el desconocimiento?

"Necesitamos el dolor y la misericordia por los perdidos, que es lo que mueve a Dios".

R: Aunque estamos en la era de la información estamos muy desinformados. Lo vemos con los bulos acerca de la epidemia que corren estos días por las redes sociales y muchas personas no distinguen entre verdades y mentiras. De esta manera, parece que nuestra sociedad sea capaz de propagar cualquier bulo, y no solo en cuanto a una epidemia, sino también con respecto a los inmigrantes. Hay pocas informaciones auténticas en cuanto a esta cuestión, y uno sigue teniendo miedo de lo diferente. Pero nosotros, como sociedad,  tenemos el reto de estar informados y conocer la situación. Como diría Proverbios, no creernos sabios en nuestra propia opinión porque, de otra manera, estaremos equivocados. Si pensamos que nuestra opinión es la verdad revelada podemos ser terribles. En este sentido, como creyentes debemos enfatizar que la única ‘opinión’ verdadera es la de Dios. Y esto, al margen de los refugiados, pasa también con otros temas, como con la teología.  Si todo lo que yo pienso a nivel teológico es cierto, los demás estarían perdidos. Lo mismo sucede cuando afrontamos otros idiomas, otras culturas, otras formas de comer. Puede que no nos gusten, pero si reconocemos no ser sabios en nuestra propia opinión estaremos más abiertos a que pueda cambiar nuestra forma de relacionarnos.

 

P: ¿Qué le dirías a un cristianos que está a favor de aumentar las restricciones migratorias?

R: Las restricciones no son malas. Sin ellas, tendríamos un escenario terrible. Pero nosotros creemos que Jesús es capaz de salvar una vida en muchas situaciones diferentes. Él tiene misericordia de los perdidos, y nosotros también debemos tenerla. Si no, nosotros somos los que hemos perdido de vista nuestra identidad como hijos de Dios, y nuestra opción política se ha comido nuestra opción espiritual. Necesitamos el dolor y la compasión por los perdidos, que es lo que mueve a Dios. 

“Nuestra forma de relacionarnos con el otro cambiará si reconocemos no ser sabios en nuestra propia opinión”

Ni Estados Unidos ni Hungría, lugares de destino y de paso respectivamente, han suscrito el acuerdo internacional sobre los refugiados./Gene Jeter, Unsplash CC

P: Diferentes voces llevaban tiempo pidiendo un Pacto Mundial sobre los Refugiados que la ONU materializó en diciembre de 2018. Sin embargo, se hizo sin el apoyo de Estados Unidos y Hungría, dos países clave en el flujo del desplazamiento de personas en sus continentes. ¿Cómo de resolutivo podemos entender este acuerdo?

R: El problema es que, muchas veces, las cosas se quedan en agua de borrajas. Son muchas fotos, muy bonitas, pero la realidad es otra. La mayoría de los países europeos no están entre los que reciben refugiados. Algunos entran por la puerta de atrás, en pateras, a otros se los devuelve, y la realidad es que Alemania es el único país que ha acogido a un número considerable de personas. Otros países como Suecia, que tradicionalmente ha sido receptor, han cerrado sus fronteras. En Turquía hay más de dos millones de personas en campos de refugiados y en condiciones pésimas. Así que necesitamos llevar a la práctica esos acuerdos. En el caso de Estados Unidos y Hungría, creo que también hay una cuestión de ideología política. 

 

P: Precisamente acabamos de ser testigos de un nuevo episodio de crisis, coincidiendo con el comienzo de una nueva década, después de que Turquía abriese sus fronteras con Grecia y cientos de personas cruzasen a territorio de la Unión Europea. De nuevo, imágenes de soldados desplegados y gases lacrimógenos disparados contra familias. ¿Qué es lo que exige la situación migratoria?

R: Necesitamos la misericordia de Dios. Estamos hablando de personas sufrientes. Son imágenes dolorosas, imágenes de la desesperación. Hay mucha gente desesperada en otras partes del mundo. El modelo de globalización que se ha desarrollado ha demostrado ser desigual. Detrás de un refugiado hay una situación de trauma, y a veces no pensamos en el dolor que tiene que experimentar alguien que sufre una pérdida tras otra. No es fácil ser generosos y acoger, pero nosotros como creyentes debemos cuestionar a qué hemos sido llamados, que no es a poner fronteras cada vez más altas para defender lo que tenemos.  

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