El amor es inalámbrico

Érase una vez una familia regida por el amor, compuesta por padre, madre, abuela y dos hijos.

El amor funcionaba como una red inalámbrica, no eran necesarias grandes explicaciones o expresiones para confesarse amados, se sentían y sabían queridos sin más. Pero tampoco escatimaban abrazos.

Con todo, uno de los hijos no se sabía querido. Hasta tal extremo que emprendió el camino de la rebeldía contra todos, padres, hermano y abuela.

Por algún motivo no le llegaba esa señal de afecto que todos compartían desde el aire.

Amistades no convenientes, abandono de los estudios, consumo de drogas, cumplió todas las condiciones de quien emprende el camino extraviado.

La abuela lo cogió aparte.

— ¿Cómo puedes decir que no te queremos?

— Así lo siento.

— El no sentirse querido y el no saber querer van casi siempre de la misma mano. ¿Acaso tú amas? Te has de conectar a la red de nuestra familia.

Aquello le dejó pensativo.

— ¿De qué red me hablas? ¿Y cómo lo hago?

— Habla con tu madre.

Otra noche entró la madre en su habitación.

— Hijo, si no te llega la señal del amor es que te falta el usuario y la contraseña. ¿Quieres saber cuál es en esta casa?

— Tomo nota.

— Usuario JESÚS, contraseña AMOR. Y ya está.