La mujer en el frente

Érase una vez un pueblo que entró en conflicto consigo mismo, dándole expresión mediante el uso de las armas por el odio contenido en tiempo de paz.

Los hombres salieron de la casa para ir al frente. Les siguieron las mujeres animadas por la misma sed de liberación.

Podían escapar de la miseria y de la opresión de los poderes políticos y religiosos que les sometieron durante siglos.

Pero las familias en los hogares quedaron desatendidas. Niños, ancianos y enfermos no tenían quienes cuidasen de ellos. Así que se hizo necesario que alguien volviese.

La asignación de tareas por género en aquellos tiempos decía que de ellos se debían ocupar las mujeres. Entonces fueron ellas las que volvieron a los hogares.

Y también acabó aquella guerra como suele pasar con todas las guerras.

Pero el período de paz de hoy en día tampoco ha sido fácil.

Esta vez también salieron las mujeres de los hogares para trabajar fuera. Para estudiar, para formarse, para liberarse de las ataduras de la sempiterna hegemonía masculina, para ser ellas al fin.

Y también quedaron desatendidos los niños, los ancianos y los enfermos.

Pero en esta ocasión no volvieron las mujeres a los hogares. Y para colmo no hubo relevo, el varón continuaba en el frente, en el trabajo de siempre.

El hombre a cambio ideó una solución tramposa. Inventó aparatos como lavadoras, secadoras, lavavajillas, microondas, tostadores, cafeteras, ollas exprés, ollas eléctricas, etc. como sustitutos domésticos de la mujer.

Y no solo eso, abrió centros para ancianos como residencias, guarderías para los niños y sociosanitarios para los enfermos.

El hombre se las ha ingeniado para no relevar a la mujer en las tareas asignadas de antaño.

Y así nos va el pelo. La mujer desde entonces se ve obligada a subir y bajar del frente al hogar y del hogar al frente.

La pregunta: ¿alguna vez acabará también esta guerra?