Las fronteras del hambre

Los éxodos o traslados masivos de personas han existido desde la más remota antigüedad. El ser humano ha venido cambiando su lugar de residencia desde la noche de los tiempos con el fin de buscar mejores tierras, nuevos alimentos o climas más saludables. En las páginas de la Biblia se describen algunas de tales migraciones como, por ejemplo, la del patriarca Abraham que con su esposa Sara y todas sus posesiones salió de la tierra de Ur de los caldeos, “sin saber a dónde iba”, y fue extranjero du

27 DE ENERO DE 2007 · 23:00

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No obstante, las migraciones que se están produciendo en el presente son diferentes a las antiguas porque no afectan a toda la sociedad o a todo un grupo social, sino únicamente a ciertos individuos. Hoy no suele trasladarse toda la familia a la vez. Unas veces es el padre, otras la madre, quienes se marchan primero en busca de trabajo para reclamar después a los hijos o demás familiares cuando disponen de los recursos económicos necesarios. Estas situaciones de separación generan traumas familiares y psicológicos que repercuten en la sociedad. Actualmente hay entre 130 y 145 millones de inmigrantes en todo el mundo y este número continúa aumentando. Más de un 2% de la población mundial vive y trabaja en un lugar distinto del que nació. En opinión de los sociólogos, el siglo XXI va a ser el siglo de las grandes migraciones desde los países pobres a aquellos otros industrializados que tienen necesidad de mano de obra joven y trabajadora. El hambre, las frecuentes guerras así como la devastación que padece el continente africano han incrementado tanto la inmigración legal como la ilegal, en condiciones desesperadas, hacia la Europa del bienestar. Pero también de Sudamérica y los países de Europa Oriental, cientos de miles de personas abandonan su patria con la esperanza de encontrar mejores condiciones de vida. Esta palpable afluencia de criaturas pertenecientes a diferentes etnias, culturas y religiones ha contribuido a crear la sensación, en ciertos sectores de la población autóctona, de que se está produciendo una auténtica invasión extranjera que vendría a poner en peligro la cultura del país que los acoge, así como las tradiciones e incluso los propios recursos económicos. Tal sentimiento constituye el caldo de cultivo para la generalización de la xenofobia y los prejuicios contra los inmigrantes. Sin embargo, a pesar de las apariencias, lo cierto es que los estrictos controles inmigratorios que existen en los países de entrada, como España e Italia en relación a la Unión Europea, así como la falta de oportunidades laborales, han limitado considerablemente la afluencia de inmigrantes desde el sur y el este hacia las naciones europeas. Las catastróficas previsiones que hablaban de la arribada de casi 25 millones de rusos se han quedado sólo en unos pocos miles. Lo mismo ha ocurrido con los cálculos para África. Hay que entender que países como España e Italia, que prácticamente no tenían inmigrantes, han visto aumentar su población en varios cientos de miles, lo que ha convertido la sociedad en multiétnica. Y a esto los ciudadanos originarios no estaban acostumbrados. Es más la psicosis de invasión de inmigrantes creada, que el número real de los mismos que consiguen establecerse en el país. Según las autoridades españolas, de cualquier manera, la baja tasa de natalidad de la sociedad española haría necesaria la presencia de un mayor número de extranjeros que viviera y trabajara aquí. Durante la década de los noventa se produjo también un notable aumento de la inmigración en los Estados Unidos, Canadá y Australia. Incluso países que solían tener muy poca afluencia de inmigrantes con la intención de quedarse a vivir, como Japón, han visto recientemente cómo su población acogía a cientos de miles de ciudadanos procedentes de todo el mundo. Este creciente flujo de inmigración ha provocado que la sociedad occidental, en general, se haya vuelto más diversa desde el punto de vista étnico y cultural. Por desgracia, tal transformación ha generado también la degradación del concepto de “inmigrante” que, en ciertas regiones, viene a ser sinónimo de ciudadano de segunda, perteneciente a una minoría discriminada. A pesar de todo, parece que la tendencia que marcará el siglo XXI será la acentuación de las migraciones y la multietnicidad de la población del Primer Mundo. Los inmigrantes han sido denominados los “nuevos bárbaros” ya que tal como los bárbaros primitivos intentaron traspasar las fronteras del Imperio romano durante el siglo II de nuestra era y lo consiguieron, también los actuales inmigrantes están logrando introducirse en los países ricos, aunque sea jugándose la vida. Miles de personas consideradas como los “espaldas mojadas”, “balseros” o “sin papeles” procuran cada día burlar la vigilancia de la policía estatal tejana, los guardacostas de Florida, los agentes de aduanas de Marsella o las patrulleras de la Guardia Civil española. El Primer Mundo intenta cerrar herméticamente sus puertas y no quiere reconocer que no es posible ponerle fronteras al hambre. La gente va irremediablemente allí donde están las oportunidades de supervivencia. De manera que este flujo migratorio continuará en tanto en cuanto las criaturas se vean empujadas a salir de su patria para poder comer. Y esto nos lleva a preguntarnos, ¿quiénes son los bárbaros, ellos o nosotros?.

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