Planetas rocosos poco acogedores
Excepto la Tierra, los demás planetas rocosos del sistema solar no parecen aptos para la vida. Sin embargo, protegen el planeta azul de posibles impactos, como auténticos escudos salvadores.
14 DE MAYO DE 2023 · 10:00

Los planetas del sistema solar se pueden clasificar en tres grupos: los rocosos (Mercurio, Venus, la Tierra y Marte); los grandes y gaseosos (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) y los enanos del cinturón de Kuiper (Plutón, Eris, Haumea, Makemake y Ceres). Actualmente estos cinco últimos no se consideran como verdaderos planetas ya que pertenecen a un grupo o enjambre de pequeños astros que orbitan muy alejados del Sol pero en la misma zona del espacio. Pues bien, solamente en la Tierra se dan las condiciones adecuadas para la vida inteligente. Es verdad que se habla acerca de la presencia de agua -ya sea líquida o congelada- en alguno de ellos o en ciertos satélites que orbitan a su alrededor, lo cual podría ser un indicio de que quizás albergaran microorganismos desconocidos. Sin embargo, hasta el presente no existe ninguna constancia de ello. No obstante, aunque tales planetas no sean aptos para la vida, algunos sí han contribuido a permitirla y protegerla en la Tierra, así como al despertar y desarrollo de la ciencia. Por ejemplo, la gravedad de Marte y Venus atrae asteroides sobre estos planetas, protegiendo así el nuestro de sus peligrosos impactos. De la misma manera, la gravedad de Júpiter, Saturno y Urano, al atraer cometas sobre ellos, constituye también una especie de escudo protector de la Tierra. Veamos algunas características de estos vecinos protectores.
Mercurio es el planeta más próximo al Sol, con unas temperaturas en su superficie que son incompatibles con cualquier forma de vida. Al carecer de atmósfera, se consiguen unos 227 grados centígrados de media durante el día (aunque en algunas zonas pueden alcanzarse los 430 grados, que son más que suficientes para derretir el plomo), mientras que por la noche la temperatura baja a 173 grados bajo cero. Se trata de un mundo desolado de ceniza que curiosamente posee una elevada densidad media, impropia de un planeta tan pequeño. Se supone que tiene un enorme núcleo de metales y silicatos que ocupa casi un 75% del volumen del planeta, lo cual ha venido generando controversias entre los astrónomos acerca de cómo pudo originarse. La idea de que Mercurio se formó de manera lenta y gradual, como el resto del sistema solar, no explica cómo pudo generarse tan enorme núcleo metálico. Por tanto, se supone que hace millones de años debió ocurrir una enorme catástrofe. Algún hipotético astro se debió estrellar con Mercurio, despojándole así de su material menos denso.[1] En fin, tal como decimos, es un planeta inhóspito para la vida pero curiosamente protege la de la Tierra.
A pesar de ser el planeta más cercano a nosotros, Venus es otro infierno para la vida. Se trata de uno de los lugares más insólitos y terribles de todo el sistema solar. Posee una densa atmósfera de dióxido de carbono en la que existen nubes con gotitas de ácido sulfúrico que corroen cualquier instrumento enviado por el ser humano. Su temperatura en superficie alcanza los 460 grados centígrados. Al ser tan densa la atmósfera, ejerce una presión que es unas noventas veces mayor que la de la Tierra. En vez de una sola atmósfera de presión en superficie (1 kg/cm2) propia del planeta azul, la presión del aire en Venus es de 90 kg/cm2. ¡Esto significa que si estuviéramos pisando su suelo soportaríamos una presión comparable a la que existe en el mar a unos mil metros de profundidad![2]
Otra sorprendente característica venusiana es su rotación cabeza abajo. Se dice que su movimiento es retrógrado porque gira sobre sí mismo al revés que lo hacen los demás planetas (a excepción de Urano). La mayoría de ellos -incluida la Tierra- rotan en sentido antihorario pero Venus lo hace en sentido horario. Por ejemplo, si nos situáramos a vista de pájaro sobre el polo norte terrestre y comparásemos la Tierra con un reloj de pulsera analógico, veríamos que ésta gira en sentido contrario al movimiento de las agujas del mismo. Tal movimiento de rotación antihorario es el que tienen la mayoría de los planetas del sistema solar. Sin embargo, Venus se mueve en el mismo sentido que las agujas de los relojes. ¿Por qué? Pues porque su eje de rotación está inclinado casi 180 grados. El polo norte está abajo y el polo sur arriba. En realidad, gira como los demás planetas pero bocabajo. No se conoce a ciencia cierta la razón de este comportamiento.
Además, en Venus los días duran más que los años. El planeta tarda en dar una vuelta completa sobre su eje (rotación diaria) 243 días terrestres, mientras que gira alrededor del Sol (traslación anual) en tan solo 225 días de la Tierra. Tampoco se sabe por qué esto es así. De ahí que se suponga que quizás pudo sufrir algún impacto en el pasado con algún cuerpo celeste de grandes dimensiones que le causó tales anomalías. De cualquier manera, lo que está claro es que estas no parecen ser muy buenas condiciones para la vida vegetal y la del restos de los organismos, tal como los que conocemos en nuestro planeta.
Marte es el planeta rocoso del sistema solar que tiene un clima más benigno y parecido al de la Tierra. Sin embargo, la temperatura media del aire cerca de la superficie es de unos 63 grados centígrados bajo cero. En general, la temperatura oscila entre los tres grados positivos del ecuador y los cien negativos en los polos. Por tanto, sigue habiendo profundas diferencias con el planeta azul. Su atmósfera está compuesta sobre todo por dióxido de carbono (95%), nitrógeno (3%), argón (1,6%), así como trazas de oxígeno, agua y metano. Es un lugar desagradable para vivir porque además se producen fuertes y persistentes tempestades de viento cargado de polvo que erosiona las rocas y el suelo, contribuyendo a darle al planeta ese característico tono amarillento-rojizo.
En su superficie no hay agua líquida, a pesar de los grandes y numerosos cauces secos existentes que indican que quizás pudo existir en el pasado. Sin embargo, el agua congelada se da en los casquetes de hielo polar y en el subsuelo. El aire marciano solo tiene una presión atmosférica de entre tres y quince milibares, mientras que en la Tierra es de mil milibares. Esto hace que, en las regiones que poseen una presión inferior a seis milibares, si hubiera agua líquida ésta herviría espontáneamente y desaparecería. Por eso no puede haber agua en estado líquido en la superficie de Marte. Además, la baja presión del aire hace que exista una continua pérdida de atmósfera que se escapa al espacio exterior.
Se ha especulado mucho acerca de la posibilidad de vida marciana, sin embargo, para desilusión de muchos, es un planeta que también parece estar absolutamente muerto. El suelo marciano carece de moléculas orgánicas complejas. La fuerte radiación solar ultravioleta hace imposible la vida en la superficie del planeta ya que descompone tales moléculas. En cambio, la capa de ozono de la atmósfera terrestre constituye una pantalla protectora que detiene parte de dicha radiación perjudicial y por eso nos llega en menor cantidad, a pesar de que estamos más cerca del Sol. Algunos creen que quizás pudo haber vida en el pasado, si es que en algún momento la atmósfera fue más densa y hubo agua líquida. No obstante, lo cierto es que hasta la fecha no se ha encontrado evidencia definitiva que confirme la existencia presente o pasada de vida en Marte.
Recientemente se publicó un trabajo en la revista científica Astrobiology en el que se presentaba una bacteria terrestre extremófila, conocida vulgarmente como la “bacteria Conan” (Deinococcus radiodurans) que supuestamente podría soportar las condiciones ambientales extremas que se dan en Marte.[3] Un microbio que sería invencible como el famoso Conan el bárbaro.
Algunos medios de comunicación anunciaron, en octubre del 2022, el descubrimiento de la “bacteria Conan” que puede vivir en Marte, enterrada en el suelo a unos diez metros de profundidad. Ante semejantes titulares, parecía que ya se hubiera descubierto vida en dicho planeta. Sin embargo, tal sensacionalismo era engañoso ya que lo que se había podido comprobar en el laboratorio era otra cosa. Esta bacteria terrestre, cuando está en un medio líquido, es capaz de soportar unas dosis de radiación 25 000 veces superiores a las que matarían a un ser humano. Según los autores del trabajo, semejante resistencia la haría apta para vivir durante más de un millón de años debajo de la superficie de Marte.
Sin embargo, es evidente que los científicos no proponen que la bacteria Conan esté presente actualmente en el suelo de Marte, puesto que se trata de un microbio de la Tierra. Lo único que dicen es que, si algún día hubo vida en dicho planeta, las hipotéticas bacterias marcianas podrían haberse parecido a la bacteria terrestre Conan y que, si en un futuro, se descubren microbios allí, es posible que sean similares a esta bacteria extremófila terrestre. Es, por tanto, una especulación que puede ser cierta o no. De manera que se puede concluir que, hoy por hoy, no se ha encontrado vida en Marte. Es más, incluso aunque en el futuro se descubrieran microbios marcianos similares a los terrestres, éstos podrían proceder de la propia Tierra. De hecho, los astrobiólogos creen que los planetas rocosos intercambiaron materiales en el pasado y, por tanto, no sería nada extraño que el planeta azul hubiera contaminado Marte con microbios terrestres.
Excepto la Tierra, los demás planetas rocosos del sistema solar no parecen aptos para la vida. Sin embargo, tal como mencionamos al principio, protegen el planeta azul de posibles impactos, como auténticos escudos salvadores. ¿Se debe esto a la pura casualidad o quizás el creador lo dispuso así desde antes de la formación del mundo? El salmista compara también a Dios con un escudo protector: “porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad (…) Dichoso el hombre que en ti confía” (Sal. 84:11-12).
Notas
[1] Taylor, S.R., 1992, Solar System Evolution: A New Perspective, Cambridge University Press, New York, p. 194.
[2] Miller, R. y Hartmann, W. K. 1983, Viaje extraordinario. Guía turística del sistema solar, Planeta, Barcelona, p. 49.
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