Evidencia de lo milagroso

Hay hechos que cuanto más avanza el conocimiento científico, más recalcitrantes se vuelven. Son sucesos que se resisten a cualquier intento de explicación científica.

28 DE JUNIO DE 2020 · 17:00

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Foto de Adrian Dascal en Unsplash.

¿Qué criterios pueden seguirse para averiguar si un milagro se ha producido realmente? En primer lugar, el milagro ha de ser reconocido. Sólo cuando existe constancia de que un suceso no puede ser explicado en términos naturales es cuando resulta posible atribuirlo a Dios y considerarlo milagro. Un historiador puede analizar los sucesos que acompañan a un milagro. La resurrección de Jesús, por ejemplo, no se puede explicar en términos naturales, ni apelando al método científico del historiador, pero sí podemos analizar los hechos que lo acompañan, como lo que dijo Jesús de sí mismo sobre su naturaleza divina; sus predicciones acerca de su propia resurrección; el hecho de que fue crucificado y sepultado; el que unos días después algunos seguidores afirmaran que la tumba estaba vacía; los testimonios de los que le vieron después, etc. Estos hechos sí son analizables. Pero, por ejemplo, si la arqueología demostrara que el sepulcro de Cristo no quedó vacío o se encontraran sus restos óseos, entonces toda la creencia en la resurrección se vendría abajo. Esto, desde luego, no ha ocurrido, aunque algunos lo deseen y hasta lo hayan llevado a la gran pantalla.

El supuesto milagro siempre puede ser revisado. Es verdad que hay que evitar caer en el error de apelar al “dios tapagujeros”. En ocasiones, mientras la ciencia no podía explicar algún fenómeno natural, alguien decía que era así porque Dios lo había hecho así. No obstante, el avance del conocimiento científico hacía que se llegara a entender el funcionamiento del fenómeno, la ciencia descubría la explicación natural y Dios quedaba en entredicho o iba siendo arrinconado poco a poco. Pero también está el error contrario: el naturalismo considera que hay que esperar siempre que un día la ciencia explicará, de forma natural, todos los milagros. Se podría hablar aquí de “la ciencia tapamilagros”. Pues bien, ni lo uno ni lo otro. A pesar de todo hay hechos que cuanto más avanza el conocimiento científico, más recalcitrantes se vuelven. Son sucesos que se resisten a cualquier intento de explicación científica o naturalista, como la resurrección de un muerto, el origen del universo, el origen de la vida, la aparición de la conciencia humana, el origen del lenguaje, etc.

El milagro debe basar su credibilidad en la evidencia de los testimoniosUn milagro será más creíble cuanto más número de testigos presente y cuanta más veracidad puedan aportar éstos. El milagro siempre se da como una señal, es decir, en un contexto explicativo. La resurrección de Jesús, por ejemplo, no es sólo un hecho milagroso, es también un acontecimiento consistente con las afirmaciones del propio Cristo sobre su deidad. Es consistente con sus enseñanzas y, por lo tanto, refuerza la creencia en ellas. Sólo quien esté dispuesto a valorar el testimonio de Jesús y los hechos relacionados con su resurrección podrá aceptar la veracidad de tal milagro. El valor de los milagros en el Nuevo Testamento radica precisamente en que su realidad histórica señala a una realidad que es aún más milagrosa. Por ejemplo, leemos que Jesús alimentó a una multitud mediante la multiplicación de unos pocos panes y peces. Pero esto fue solamente una señal de un milagro mucho mayor: la transformación de las vidas de los seres humanos a lo largo de la historia y la posibilidad de una vida eterna después de la muerte, para todos aquellos que se alimentan espiritualmente de Jesús. Por lo tanto, sin la tarea del Espíritu Santo actuando en el corazón y en la mente de las personas no es posible el milagro de la fe. Sin este trabajo del Espíritu de Dios, los argumentos racionales, filosóficos e históricos se quedan cortos y no son suficientes.

No obstante, si no nos planteamos nunca estos argumentos racionales, la labor de Espíritu Santo corre el peligro de quedarse en una fe no elaborada. En una credulidad poco madura. Todo creyente necesita previamente reflexionar sobre la veracidad de los relatos evangélicos, especialmente sobre el de la resurrección. La autenticidad de los milagros va indisolublemente ligada a la autenticidad de la experiencia subjetiva. ¿De qué nos sirve que Jesús resucitara hace dos mil años, si hoy no resucita nada dentro de nosotros?

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