La biología confirma la Biblia

Según la Escritura, toda vida viene de Dios ya que Él es la fuente de la vida.

29 DE FEBRERO DE 2020 · 23:55

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Foto de Rodion Kutsaev en Unsplash.

El apóstol Pedro, después de la curación de un cojo, dijo a los judíos en el pórtico de Salomón: Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos (Hch. 3:14-17). Más tarde, el apóstol Pablo les dio a entender también a los atenienses que Dios es el autor de la vida y que, por tanto, toda vida viene de Él. En Hechos 17:24-25, el apóstol Pablo declaró a los griegos en el Areópago: El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. De manera que, según la Escritura, toda vida viene de Dios ya que Él es la fuente de la vida. ¿Qué dice la ciencia hoy al respecto?

A lo largo de la historia, el ser humano ha intentado crear vida en el laboratorio, pero hasta el día de hoy nadie ha sido capaz de hacerlo. Cuando se habla, en ocasiones, de vida artificial (o de vida sintética), se está pensando en realidad en vida bacteriana, o incluso en formas más simples aún que las células, que no se pueden considerar vivas, como son los virus. Hasta ahora lo que se ha logrado es imitar partes de las células que ya existen en la naturaleza e introducirlas en otras células vivas, pero no crear células artificiales nuevas. Se han hecho cosas como, por ejemplo, construir una nueva ruta metabólica en la levadura de la cerveza, Saccharomyces cerevisae, uniendo 10 genes de tres organismos distintos para producir un fármaco contra la malaria (el llamado artemisinina). Aunque este fármaco ya existía en la naturaleza y se extraía de una planta (Artemisia annua). Lo que pasa es que con la nueva ruta en la levadura de cerveza el proceso era más rápido y barato.        

Hoy es posible cortar genes de algunas células vivas e introducirlos en otras para que fabriquen lo que nos interesa: hormonas, proteínas, fármacos, etc. La ingeniería genética ha logrado modificar embriones humanos mediante la técnica CRISPR (eliminar una mutación génica que producía una afección cardíaca hereditaria y mortal).[1]También es posible modificar el genoma de los cerdos con el fin de usarlos como fuente de órganos para trasplantar a las personas. Pero, aparte de esto, lo cierto es que han pasado ya más de cien años desde el primer intento de sintetizar vida en el laboratorio, (hecho que coincidió con la publicación del libro, La biología sintética, del francés Stéphane Leduc, en 1912) y no sabemos todavía ni como escribir el ADN completo de una bacteria artificial o inventarnos algo tan supuestamente simple como el genoma de un virus. Crear la sofisticada información que contiene el ADN o el ARN de un simple microbio, como una bacteria, es algo tan complejo y difícil que, hasta ahora, la ciencia no lo ha logrado hacer. Copiar y modificar partes de las células es algo relativamente fácil pero crear o diseñar la vida de novo es otra cosa.

Ahora bien, ¿se logrará algún día? Es posible, pero para ello se requerirá mucho diseño inteligente de muchos científicos en los laboratorios del mundo. La cuestión es: ¿cómo pudo originarse la vida al principio sin un diseño inteligente previo? Los apóstoles Pedro y Pablo estaban seguros de que sólo Dios pudo crear la vida y, lo cierto es que, hasta el día de hoy, los hechos les siguen dando la razón.

El hombre y la mujer poseen las simientes de la vida humana

Hoy puede parecernos normal que hasta los niños sean capaces de explicar cómo funciona la reproducción humana. Una célula masculina (espermatozoide) se une a otra femenina (óvulo) y se forma el embrión humano. El padre y la madre contribuyen así equitativamente al origen de una nueva vida. Sin embargo, durante miles de años estas cosas no estuvieron tan claras como lo están actualmente. Hubo una época en la que se pensaba que el vapor emitido por el semen, de alguna manera, estimulaba a las mujeres a hacer bebés. Otros creían que eran los varones quienes fabricaban a los niños y los transferían después a las hembras para su incubación. Cuando el naturalista holandés Anton van Leeuwenhoek (1632-1723) observó por primera vez espermatozoides mediante el microscopio que él mismo inventó, muchos creyeron que cada espermatozoide tenía dentro un diminuto ser humano completamente preformado (un niño o una niña). Y esto se aceptó durante mucho tiempo. Se creía que sólo los varones poseían la “simiente de la vida”, mientras que las mujeres no, ya que éstas serían solamente incubadoras naturales. Hasta un filósofo griego como Demócrito llegó a sugerir que si el semen del varón se depositaba en barro tibio, de éste podrían surgir bebés. 

Sin embargo, ¿qué decía la Biblia? En Gn. 3:15 podemos leer: Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya. Hoy sabemos que la simiente de la mujer está en los óvulos, que contienen en el ADN de sus núcleos, toda la información genética. ¿Cómo pudo conocer Moisés este misterio de la biología humana que no fue descubierto por la ciencia hasta miles de años después? Él no era biólogo ni naturalista. ¿Quién se lo pudo manifestar en aquella época precientífica?

La vida está en la sangre

Moisés dijo a los hebreos (Lv. 17:11-14) que “… la vida de la carne en la sangre está”. Y hoy sabemos que, en efecto, estaba en lo cierto. La vida del hombre y de la mayoría de los animales depende de que los glóbulos rojos de la sangre (eritrocitos o hematíes) puedan transportar oxígeno a todas las células del cuerpo. De manera que los glóbulos rojos se encargan de transportar el oxígeno (O2) desde los pulmones a las células y de retirar el dióxido de carbono (CO2) perjudicial para que sea eliminado del cuerpo. Dicho transporte se realiza gracias a la hemoglobina que existe en estos glóbulos. El grupo hemo de cada hemoglobina contiene un mineral, el hierro, que es capaz de unirse al oxígeno y transportarlo por la sangre. Existen aproximadamente unos 250 millones de moléculas de hemoglobina en cada glóbulo rojo humano. Como cada una de estas moléculas se puede unir con 4 moléculas de oxígeno, resulta que un solo glóbulo rojo puede llegar a transportar hasta 1.000 millones de moléculas de oxígeno. Y esto permite que todas las células de nuestro cuerpo puedan respirar continuamente y hacer así posible la vida. De manera que “la vida de la carne en la sangre está”, tal como escribió Moisés. Pero, ¿cómo pudo saber esto el gran profeta hebreo, si tales datos no se descubrieron hasta el siglo XIX d. C.?

La circuncisión al octavo día del nacimiento

En Gn. 17:10-12, Dios le dijo a Abraham: Este es mi pacto: (…) Será circuncidado todo varón de entre vosotros. Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones. ¿Por qué debía practicarse la circuncisión precisamente al octavo día del nacimiento de todo bebé varón? Se podría pensar, quizás, que cuando la circuncisión se practicaba antes o después del día octavo, la mayoría de los bebés morían y que sólo sobrevivían los operados el día 8. Y así, poco a poco, se iría descubriendo por casualidad tal fecha.

Sin embargo, los pueblos primitivos anteriores a Israel que practicaban la circuncisión lo hacían durante la adolescencia o de adultos y siempre como un rito de iniciación al matrimonio.[2] Estos pueblos no tenían la costumbre de extirpar el prepucio a los recién nacidos. Se sabe incluso que, al principio, se usaban cuchillos de sílex para tal intervención, lo cual indica la antigüedad de la misma, aunque luego fueron sustituidos por instrumentos de metal. De manera que fue el pueblo hebreo, por orden de Dios a Abraham, quien empezó a practicarla a los bebés el octavo día y sin tener ningún tipo de experiencia previa.

Pero, ¿por qué el día ocho? La respuesta científica no se supo hasta la década de los 30 del pasado siglo XX. En efecto, en 1935, el Premio Nobel de Química, el Dr. Henrik Dam, descubrió que la vitamina K ( del inglés, koagulation) ayudaba a prevenir las hemorragias en los niños. Esta vitamina produce protrombina en el hígado, que es un factor coagulante. La protrombina produce los coágulos de fibrina que tapan las heridas e impiden las hemorragias. Pues bien, se comprobó que los bebés suelen nacer con deficiencia de vitamina K y que ésta solamente se empieza a producir del quinto al séptimo día después del parto, gracias a la acción de unas bacterias beneficiosas que hay en el intestino de los lactantes. Y lo curioso es que precisamente el octavo día es cuando el porcentaje de protrombina alcanza su máximo nivel, el 100%. Dicho de otra manera: el único día en la vida de los varones en que la protrombina está al 100% es el octavo día después del parto. Y, por tanto, el 8º día es el más adecuado para extirpar el prepucio porque la sangre coagula pronto y la hemorragia no es tan peligrosa.  

¿Cómo pudieron saber Abraham y Moisés tales misterios de la bioquímica humana que no se descubrieron hasta el siglo XX? En mi opinión, sólo Dios pudo haberlo revelado.

Notas

[1] Científicos chinos aseguran haber creado los primeros bebés humanos modificados genéticamente. Ver más.

[2] De Vaux, R. 1985, Instituciones del Antiguo Testamento, Herder, Barcelona, p. 85

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