El misterioso origen de la vida

Cuando se ojea alguno de los textos universitarios de biología con los que se forma hoy a los futuros biólogos, se tiene la sensación de que el enigma del origen de la vida esté perfectamente resuelto.

18 DE ENERO DE 2020 · 14:00

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Foto de Joel Filipe en Unsplash.

En la mayoría de los centros docentes del mundo se enseña que la primera célula viva apareció en algún charco de la Tierra, hace miles de millones de años, como consecuencia de una lenta evolución a partir de moléculas químicas inorgánicas que fueron uniéndose al azar y haciéndose cada vez más complejas. Por tanto, si esto hubiera sido así, la vida tendería a surgir por sí sola en cualquier otro lugar del cosmos donde hubiera agua y las condiciones ambientales lo permitieran. Esta es la creencia que impera todavía hoy en el mundo occidental. ¿Hay evidencias sólidas de que el origen de la vida haya sido realmente así?

Cuando se ojea alguno de los textos universitarios de biología con los que se forma hoy a los futuros biólogos, se tiene la sensación de que el enigma del origen de la vida esté perfectamente resuelto. Por ejemplo, el extenso volumen de biología con más de 1.300 páginas de Scott Freeman, usado en las facultades españolas, afirma lo siguiente acerca del famoso experimento sobre el principio del origen de la vida de Miller: “En 1953, un estudiante universitario llamado Stanley Miller realizó un experimento rompedor en el estudio de la evolución química (…). El experimento, producido por la energía del calor y de las descargas eléctricas, había recreado el inicio de la evolución química (…). En estas muestras encontró grandes cantidades de cianuro de hidrógeno y formaldehído. Estos datos fueron asombrosos, ya que tales compuestos son necesarios para las reacciones que conducen a la síntesis de moléculas orgánicas más complejas. De hecho, algunos de los compuestos más complejos ya estaban presentes en el océano en miniatura. Las descargas y el calor habían causado la síntesis de compuestos que es fundamental para la vida: los aminoácidos.”[1] Sin embargo, a pesar de semejante euforia bioquímica, hoy sabemos que ningún experimento de laboratorio ha producido jamás aminoácidos con más de tres carbonos -las células de los seres vivos utilizan algunos hasta con seis- y ninguno de tales intentos tipo Miller ha generado nunca proteínas, ni nucleósidos, ni nucleótidos, que son esenciales para la formación del ADN y ARN.

El problema del origen químico de la vida sigue siendo irresoluble

Es verdad que en los sofisticados centros de investigación actuales, empleando una refinada tecnología, los bioquímicos pueden producir sustancias que forman parte de los ácidos nucleicos de los organismos vivos. Sin embargo, en las rudimentarias condiciones ambientales que se le suponen a la Tierra primitiva no había químicos, ni laboratorios, ni inteligencia para producir tales moléculas vitales. Ningún experto en biología molecular sellaba tubos de ensayo a cien grados centígrados durante 24 horas. Nadie separaba ciertos productos, como el cianoacetaldehído, -sustancia reactiva capaz de combinarse con una gran cantidad de moléculas comunes que podían haber estado presentes en la Tierra primitiva y anular así todo el proceso-. No se eliminaban en el momento oportuno otras moléculas competidoras que aparecían espontáneamente en la reacción. Tampoco había nadie que extrajera y aislara convenientemente aquellas que interesaban, como la citosina -una de las bases nitrogenadas del ADN-, que al reaccionar con el agua se autodestruye. Ningún bioquímico detenía el proceso en el momento oportuno para evitar que los productos obtenidos se descompusieran por la acción de la misma energía que los originó. En fin, hay una profunda diferencia entre el hipotético escenario sin vida de la Tierra original y el de los laboratorios modernos repletos de los últimos recursos tecnológicos. Lo que se consigue en éstos, gracias a la inteligencia humana, no tiene por qué haberse logrado por casualidad al principio. 

Volviendo al antiguo experimento de las descargas eléctricas, de Miller-Urey, que tanta repercusión ha tenido en los libros de texto hasta hoy y tan eficazmente ha avivado el naturalismo materialista, es posible decir a la luz de los actuales conocimientos, que se trata de un icono emblemático de la evolución que jamás pudo ocurrir en la realidad.[2] El principal inconveniente para ello lo plantean las características de la primitiva atmósfera terrestre. Como la mayor parte de los compuestos orgánicos propios de los seres vivos se oxidan y descomponen en presencia del oxígeno, los primeros investigadores partidarios de la evolución química asumieron que la atmósfera de la Tierra no debió ser al principio como la actual, sino reductora. Es decir, sin oxígeno libre. En lugar de dicho gas se supuso que habría hidrógeno libre. Los principales componente de una atmósfera reductora así deberían haber sido: metano, monóxido de carbono, amoníaco e hidrógeno, en vez del dióxido de carbono y el oxígeno característicos de la actual atmósfera oxidante. ¿Existe evidencia de que la atmósfera primigenia fuera reductora? No solamente no hay evidencia geoquímica de una atmósfera primitiva de metano-amoníaco, sino que además hay mucha en contra de ella.[3] En efecto, si hubiera habido metano en cantidad considerable, la irradiación del mismo habría producido muchos compuestos orgánicos hidrófobos que deberían haber sido absorbidos por rocas sedimentarias como las arcillas, muy abundantes en la corteza terrestre. Sin embargo, tales rocas no muestran evidencias de que esto haya sido así.[4] No obstante, si la atmósfera terrestre del pasado fue oxidante como la actual, entonces la evolución de la materia habría sido química y termodinámicamente imposible.

El científico evolucionista alemán, Klaus Dose, que fue presidente del Instituto de Bioquímica de la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz (Alemania), escribió hace casi tres décadas: “Más de 30 años de experimentos sobre el origen de la vida en los campos de la química y la evolución molecular han conducido a una mejor percepción de la inmensidad del problema de dicho origen en la Tierra antes que a su solución. Actualmente, todas las discusiones sobre las teorías y experimentos principales en ese campo, finalizan en una dificultad insuperable o en la confesión de ignorancia.”[5] Puede afirmarse que en la actualidad seguimos prácticamente en la misma situación.

En febrero del 2007, el famoso químico, Robert Shapiro, publicó un artículo sobre el origen de la vida en Scientific American, en el que manifestaba que los experimentos como el de Miller habían generado en la sociedad una especie de vitalismo molecular. Una creencia consistente en entender la materia como poseedora de una fuerza innata o impulso misterioso que la conduce inevitablemente a su transformación en células vivas. En relación a este famoso experimento de Miller-Urey, reconoce que provocó un sentimiento de euforia injustificada entre los investigadores y, en un apartado del artículo que titula: La olla de la sopa está vacía, escribe: “Mediante la extrapolación de estos resultados, algunos escritores han dado por supuesto que todos los componentes de la vida se podrían formar con facilidad en experimentos tipo Miller y que estaban presentes en meteoritos y otros cuerpos extraterrestres. Pero no es así.” [6] De manera que, actualmente, el problema del origen químico de la vida sigue siendo irresoluble. Muchas preguntas y planteamientos hipotéticos, pero ninguna solución plenamente satisfactoria.

¿Por qué durante tantos años estas investigaciones han resultado infructuosas? ¿Será porque no se busca en la dirección adecuada o, sencillamente, porque la vida no evolucionó al azar a partir de la materia inorgánica -como asume el darwinismo- sino que fue diseñada inteligentemente? Esto último es lo que propone la teoría del diseño.

 

Notas

[1] Freeman, S. 2009, Biología, Pearson Educación, Madrid, p. 45.

[2] Wells, J. 2000, Icons of Evolution, Regnery Publishing, Inc., Washington, pp. 9-27.

[3] Gish, D. T., 1978, Especulaciones y experimentos relacionadas con las teorías del origen de la vida: crítica, Portavoz, 1978, p. 14.

[4] Thaxton, Ch. B. 1992, The Mystery of Life’s Origin, Lewis and Stanley, Dallas, p. 76.

[5] Dose, K. 1988, “The Origen of Life: More Questions Than Answers”, Interdisciplinary Science Reviews, vol. 13, nº 14, p. 348.

[6] Shapiro, R. 2007, “A Simpler Origin for Life”, Scientific American, February 12.

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