Excelencias del planeta azul

Los planetas grandes, como por ejemplo Júpiter, protegen a la Tierra de los impactos provocados por meteoritos o asteroides. Si no fuera por este gran gigante gaseoso tampoco podríamos habitar nuestro querido planeta azul. Probablemente alguna colisión catastrófica nos habría borrado ya del universo. ¿Casualidad o diseño?

22 DE AGOSTO DE 2014 · 22:00

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(Viene del artículo previo:"La Tierra no es mediocre") La segunda predicción del principio de la mediocridad -mal atribuido a Copérnico, según vimos- afirma que el Sol es una estrella bastante ordinaria y típica. Hoy podemos decir, sin embargo, que el Sol no se ajusta para nada a esta afirmación ya que es bastante atípico. De hecho, se encuentra entre el 9% de las estrellas con mayor masa de la Vía Láctea. Su luz varía bastante menos que la media de la luz de estrellas similares a él en edad y actividad de manchas solares, evitando así que se produzcan cambios radicales del clima en la Tierra.A la vez, sus particulares condiciones abren información científica vital de un modo más abundante que muchos tipos de estrellas que son más comunes en el cosmos. La tercera predicción dice que el Sistema Solar es también típico y que cabe esperar que haya muchos sistemas como él. No obstante,los descubrimientos de otros planetas extrasolares vienen a contradecir esta afirmación. La mayor parte de tales planetas tienen órbitas excéntricas que describen elipses muy estrechas y alargadas, bastante en contraste con los planetas de nuestro Sistema Solar. Aún no se tienen suficientes datos, pero los que se van recopilando sugieren que el nuestro es un sistema muy atípico en relación a su habitabilidad. Una cuarta predicción de mediocridad afirma que el número y tipo de planetas y satélites de un sistema tienen poco que ver con la existencia de vida en ellos. Esta aseveración también está equivocada ya que los planetas grandes, como por ejemplo Júpiter, protegen a la Tierra de los impactos provocados por meteoritos o asteroides. Si no fuera por este gran gigante gaseoso tampoco podríamos habitar nuestro querido planeta azul. Probablemente alguna colisión catastrófica nos habría borrado ya del universo. ¿Casualidad o diseño? La quinta predicción dice que la localización de nuestro Sistema Solar en la Vía Láctea carece de importancia. ¿Es esto así? El Sistema Solar está localizado en la Vía Láctea a miles de años luz del centro de la galaxia y cerca de un brazo espiral. Los defensores del principio de Copérnico vieron este descubrimiento como una confirmación de su teoría. Sin embargo, ahora sabemos que el centro de la galaxia, lo mismo que el infierno de Dante, es el último lugar donde querríamos estar. En el centro de las galaxias hay agujeros negros, zonas polvorientas, luz contaminada con rayos gamma, radiación abrasadora y no es posible de ninguna manera la vida. Nuestro Sistema Solar está ubicado dentro de una estrecha región habitable del espacio. Ocupamos el mejor lugar de la galaxia no sólo para vivir sino también para aprender sobre las estrellas y el universo. Igual que existe una Zona Habitable Circumestelar en nuestro Sistema Solar, también hay una Zona Habitable Galáctica que permite la existencia de agua líquida para la vida en este preciso lugar de la Vía Láctea. Dice la sexta proposición de la mediocridad que nuestra galaxia no es particularmente excepcional o importante y que la vida puede existir en cualquier galaxia. Esto tampoco parece ser así. Las grandes galaxias en espiral como la Vía Láctea son más habitables que las galaxias de otras edades y tipos. Alrededor del 98% de las galaxias del universo local son menos luminosas y más pobres en metales que la Vía Láctea. Hay galaxias enteras desprovistas de planetas como la Tierra. Por tanto, nuestra galaxia es un hogar especialmente adecuado para el Sistema Solar. La creencia de que el universo era eterno en el tiempo e infinito en espacio y materia se mantuvo hasta que a principios del siglo XX, Edwin Hubble, descubrió los corrimientos al rojo, las distancias de las galaxias y dedujo la expansión del universo. Otros descubrimientos posteriores, como la radiación cósmica de fondo de microondas y la relativa abundancia de isótopos de elementos ligeros, vinieron a corroborar dicha idea. Hoy se asume la teoría del Big Bang, que acepta que el universo tuvo un principio en el tiempo, igual que la Tierra y el resto de los astros. Pero, al no querer aceptar esta evidencia, pues la noción de creación no les gusta, algunos científicos han sugerido el modelo de un “universo oscilatorio”. La idea de que nuestro universo sería sólo un episodio de un ciclo de Big Bangs, expansiones y regresiones. Sin embargo, esta teoría presenta serios inconvenientes: la energía disponible para el trabajo de expansión decrece con cada ciclo sucesivo, por lo que el universo si es eterno habría alcanzado ya un equilibrio inerte hace tiempo; las medidas realizadas sugieren que el universo tiene solamente una fracción de la masa requerida para crear una contracción gravitacional en primer lugar; y no solo la expansión del universo no está ralentizándose lo suficiente para implicar una posible contracción, sino que realmente está acelerándose. La teoría del Big Bang implica que el universo no es eterno ni infinito. Además, nuestro tiempo y lugar en el cosmos están bien sintonizados para la vida inteligente y el desarrollo de la tecnología. Otra predicción mediocre afirma que las leyes físicas no están especialmente preparadas para la existencia de vida inteligente. Se ha comprobado que esto tampoco es así. Las leyes del universo parecen intrincadamente bien afinadas para la existencia de vida en la Tierra. En su última época, el astrofísico Fred Hoyle, un astrónomo manifiestamente ateo, escribió: “Una interpretación de sentido común de los hechos sugiere que un superintelecto ha jugado con la física, y también con la química y la biología, y que no hay fuerzas ciegas de las que valga la pena hablar en la naturaleza”[1]. Esta conclusión obviamente no era de su agrado, pero no tuvo más remedio que reconocerla ante la abrumadora cantidad de hechos que la demandaban. Desde entonces, lentamente se ha venido reconociendo que el universo tiene una especie de “ADN cósmico”. Toda una serie de factores que han venido colaborando entre sí con gran precisión para permitir nuestra existencia. Esto se conoce como el principio Antrópico. Tales coincidencias serían como los “genes del universo” que han codificado la formación de la vida. Existen notables correlaciones entre la constante gravitatoria, la constante de Plank, las singulares propiedades de la molécula de agua, y muchos otros precisos números de la física y la química del universo, en los que una leve desviación de sus equilibrios haría imposible la vida humana en la Tierra. Estos valores parecen haber sido finamente ajustados para permitir la existencia del ser humano. La ciencia contemporánea no puede evitar un componente antrópico y viene a decirnos que, después de todo, sí parecemos importantes para alguien. A muchos cosmólogos ateos les repugna esta idea y procuran encontrar vías de escape. Sin embargo, los hechos son los hechos. No queda más remedio que reconocer que el principio de la mediocridad ha fracasado al interpretar el mundo. Es verdad que ni la Tierra ni el Sol son el ombligo del universo. Es cierto que el ser humano no habita en el centro geográfico o espacial del cosmos, entre otras cosas porque el universo, tal como lo concibe la teoría del Big Bang, no tiene centro. No obstante, ¿acaso no es verdad que, en cierto sentido, hemos anidado en el verdadero “centro” del universo? No en un trivial sentido espacial, sino con respecto a la habitabilidad y a la mensurabilidad, es decir, a la posibilidad de medir e investigar el cosmos. Este hecho contradice todas las expectativas del principio de Copérnico y constituye por sí mismo otro principio que podríamos llamar el “principio de la Excelencia”. A veces, da la impresión que puesto que la Tierra y sus habitantes son diminutos en comparación con todo el universo, también somos insignificantes. Esta es la idea que parece expresar el salmista: Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites? (Salmo 8:3-4). Se trata de algo obvio que expresa la pequeñez humana comparada con la grandeza de Dios. Sin embargo, el tamaño físico no es un indicador fiable de significado. Nosotros o la misma Tierra, debemos ser realmente importantes, puesto que, en la escala de tamaños que va desde los quarks hasta el universo, nos encontramos extrañamente cercanos a la mitad. El punto de vista oficial hoy entre los científicos y académicos es que la noción de diseño inteligente no es científica o al menos resulta superflua para la práctica de la ciencia natural. No obstante, después de observar los hechos, creo que esa opinión no está acertada. El diseño es la mejor explicación para el origen de las criaturas, así como para la correlación entre habitabilidad y mensurabilidad. Un universo tan hábilmente labrado para la vida y para la investigación científica, parece ser el susurro de una inteligencia extraterrestre inconmensurablemente más grande, más antigua y más espléndida que cualquier otra cosa que pudiéramos imaginar. La Biblia no sólo afirma que en el principio creó Dios los cielos y la tierra (Gn 1:1) sino que también somos especialmente importantes para él. Por eso nos colocó en un marco idóneo. Nuestra ubicación en el cosmos es la mejor no sólo para poder vivir sino también para hacer ciencia. Y no sólo nos puso en este medio ambiente adecuado, sino que asimismo nos visitó en la persona de Jesucristo. Si Dios es el diseñador supremo que lo hizo todo con un propósito, nuestra vida tiene sentido, la moralidad un sólido fundamento y, por tanto, podemos saber cómo debemos vivir.


[1]Hoyle, F., 1982, “The universe: Past and Present Reflections”, Annual Review of Astronomy and Astrophysics 20, p. 16.

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