La ciudad egoísta

Incluso en la ciudad y lo artificial, podemos vivir de una manera diferente, si somos capaces de comprender que podemos resplandecer en cualquier circunstancia.

08 DE MAYO DE 2023 · 09:00

Imagen de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/fotos/Nl_FMFpXo2g#:~:text=Foto%20de-,Benno%20Klandt,-en%20Unsplash">Benno Klandt</a>, Unsplash.,
Imagen de Benno Klandt, Unsplash.

Blade Runer es una de las películas más famosas en toda la historia del cine. Dirigida por Ridley Scott (1982), y protagonizada por Harrison Ford entre otros, es uno de los primeros films en los que aparecen seres humanos artificiales, llamados “replicantes”; en una fotografía que intenta reflejar el futuro del planeta tierra, dónde todo es oscuridad y luces artificiales que surgen de las enormes vallas publicitarias, porque ya no existe la luz del sol. Como si la publicidad y el consumismo hubieran arrasado con todo.

Casi no nos damos cuenta, pero esa sensación de vivir artificialmente, lo llena todo. Por si fuera poco, la polución de fábricas, automóviles, consumo, etc. hace que, en muchas ocasiones, las ciudades vivan en una bruma sobrecogedora que nos impide disfrutar de la luz y va poco a poco minando nuestra salud. La publicidad, lo aparente, las luces de neón, la semioscuridad, la polución, las prisas, el individualismo, la rutina y la apatía, los enfados, los rostros arrugados por la tristeza y el silencio… Eso es todo. Nos falta la luz, el calor, la naturaleza, el poder respirar hondo y disfrutar, las miradas, los abrazos, el cariño, las sonrisas, los paseos para meditar, los saludos tiernos, las conversaciones, los besos…

Todo es forzado, casi nada es natural. Hasta las personas pueden ser cambiadas por robots replicantes, sin consciencia ni sentimientos, que hacen siempre lo que nosotros queremos. Realidad virtual, máquinas que cumplen nuestros deseos ¡se está comenzando a hablar de amistad con robots que pueden llegar a satisfacer nuestro placer individual! todo es artificial, no existe la aventura ni el riesgo, y mucho menos la dependencia de los sentimientos de los demás o el luchar por el amor y la fidelidad. Nada de sufrir por otras personas, porque estamos construyendo un “mundo perfecto” de acuerdo a nuestra imagen. El que Dios creó a su imagen ya no nos sirve.

Puede parecer que estoy escribiendo una versión apocalíptica, pero no lo es del todo. Las redes sociales cada vez más nos acercan a quienes piensan lo mismo que nosotros, y terminamos “borrando” literal y simbólicamente a aquellos que disienten. Esa es una de las razones por las que la industria de los animales de compañía sea una de las más prósperas, porque queremos a nuestro lado a “seres” que obedezcan siempre y no discutan.  

Dios creó el primer jardín, Caín construyó la primera ciudad. La naturaleza abre nuestro corazón, la ciudad nos obliga a pensar en nosotros mismos en primer lugar. Lo natural exhala libertad, lo artificial nos obliga a comprar nuestro espacio y defenderlo. En la ciudad vivimos bajo el egoísmo de lo cerrado, de lo “mío”, frente a la inmensidad del horizonte. Nos acostumbramos a vivir de noche y a perder tiempo en la tiranía de lo inútil. Pero aún en esas circunstancias, incluso en la ciudad y lo artificial, podemos vivir de una manera diferente, si somos capaces de comprender que podemos resplandecer en cualquier circunstancia: “Ya no necesitarás que el sol te alumbre de día ni la luna de noche, porque Yo, el Señor, seré tu luz eterna; yo, tu Dios seré tu resplandor. Tu sol no se ocultará jamás, ni tu luna perderá su luz” (Isaías 60:19-20).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Con otro ritmo - La ciudad egoísta