Una casa en el cielo

La promesa de la vida eterna es una de las esperanzas más firmes de todos los que confiamos en Dios.

12 DE ABRIL DE 2021 · 09:40

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Foto de Neostalgic en Unsplash CC.

Francis Obikwelu, nigeriano de nacimiento pero portugués de adopción, fue el subcampeón de la final de la prueba de atletismo de los 100 metros en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Este corredor se quedó en Lisboa cuando tenía 16 años después de disputar los campeonatos mundiales juveniles. Estuvo viviendo con un amigo para seguir compitiendo, y a veces tenían que dormir casi en la calle. Ese mismo 2004 fue considerado uno de los mejores corredores del mundo. Cuando le preguntaban sobre las penurias que pasó para seguir corriendo, respondió: «No me interesa el dinero, tengo un hogar en el cielo porque soy cristiano».

La promesa de la vida eterna es una de las esperanzas más firmes de todos los que confiamos en Dios. Nuestra vida no termina aquí, así que siempre podemos ver todas las situaciones desde una perspectiva más amplia. Sabemos que nos espera una morada perfecta, preparada por el mismo Señor Jesús para nosotros. La Biblia habla de cielos nuevos y tierra nueva.

Como una moneda, la verdad tiene dos caras. Por una parte tenemos que aprender a no vivir agobiados: el dinero no es nuestro rey, no debe preocuparnos. No es cuestión de trabajar por nada, ni de tirar todo lo que nos dan y es justo; de lo que se trata es de no vivir siempre pendientes del dichoso dinero. Recuerda que la Biblia dice que la raíz de todos los males es el amor al dinero.

La otra cara de la moneda tiene que ver con nuestra responsabilidad de hacer todo lo posible para que el mundo sea mejor. Cuanto más amamos a Dios, más tenemos que luchar por los demás y más fuerzas tenemos que derrochar en ayudarles. Dios nos habla de amar al prójimo como a uno mismo y eso lo hicieron a lo largo de la historia la mayoría de los cristianos. Nos faltarían páginas para explicar los ejemplos de Martin Luther King, William Willberforce, John Newton, Durant, George Muller, Charlotte Elliot, Amy Charmichel, etc. Para el cristiano, ayudar a otros no es una opción, es parte integral del evangelio que predica. Ser cristiano es vivir como Cristo vivió.

A pesar de todo su sufrimiento, Job pudo afirmar: «No hay violencia en mis manos» (Job 16:17). Si somos capaces de vivir así, el mundo será completamente diferente. Parece sencillo, pero para realizarlo necesitamos mirar más hacia nosotros mismos, porque los culpables de la maldad en el mundo no son en primer lugar las grandes naciones, sino cada uno de nosotros. Dios repite una y otra vez que si le damos la espalda a él, nos damos la espalda unos a otros. Y eso es pecado. Tan sencillo y tan claro.

Si queremos que el mundo sea diferente, debemos recordar que nuestras palabras y nuestros hechos tienen mucho más valor del que creemos. Tenemos que abandonar todo tipo de violencia y luchar por ayudar a los más desfavorecidos. Eso está al alcance de todos. Vivir sabiendo que tenemos un lugar reservado en el cielo implica trabajar para que este mundo sea mejor.

Amar y ayudar a los que nos rodean es la manera más sencilla de comenzar a amar a Dios.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Con otro ritmo - Una casa en el cielo