Reflexiones de una visita a Nuremberg

Cuál no fue mi sorpresa al bajarme en la estación de metro correspondiente y, tras andar cinco minutos, encontrarme con el edificio del Palacio de Justicia exactamente tal y como lo había visto en fotos de la época.

28 DE AGOSTO DE 2013 · 22:00

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Me habían dicho que el edificio donde tuvieron lugar los famosos juicios de Nuremberg contra la cúpula de los jefes nazis había sido demolido, así que me encaminé hacia el lugar sin saber a ciencia cierta lo que allí encontraría. ¿Tal vez un solar vacío? ¿O un complejo de edificios nuevos edificados en sustitución del antiguo? En Berlín resulta harto difícil encontrar dónde estuvo situado el búnker en el que Hitler pasó sus últimos días, al haberse edificado sobre el lugar un millar de viviendas, sin que haya ninguna señal de lo que allí debajo hubo. Es entendible el interés para que ese sitio pase desapercibido y no se convierta en centro de peregrinación de los nostálgicos del régimen. Por eso di crédito a quien me dijo que del edificio de los juicios de Nuremberg ya no quedaba nada. Sin embargo, cuál no fue mi sorpresa al bajarme en la estación de metro correspondiente y, tras andar cinco minutos, encontrarme con el edificio del Palacio de Justicia exactamente tal y como lo había visto en fotos de la época. Allí sigue con sus típicos tejados muy inclinados de color rojizo oscuro, escoltado por las cuatro banderas de los aliados que derrotaron a Alemania: Francia, Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética. Un cartel en la puerta tiene el siguiente rótulo: Memorium Nürnberger Prozesse. Así pues, nada de cierto había en lo que se me había informado sobre este lugar. Lo que sí se destruyó es el gimnasio de la prisión, donde los condenados a muerte fueron ahorcados. Pero lejos de haberse convertido en un simple memorial de lo que allí sucedió, el Palacio de Justicia sigue cumpliendo esa misión, porque hasta el día de hoy se continúan celebrando juicios, hasta el punto de que la mismísima sala 600, donde Goering, Hess y los demás fueron juzgados, se usa normalmente para ese propósito. En el caso de que se esté celebrando un juicio, el acceso a esa mítica sala, situada en la segunda planta, está prohibido, pero como hice la visita un sábado por la mañana pude entrar en ella sin problemas. El nombre sala 600 le viene de la capacidad para albergar a 600 personas en la misma, lo cual la hacía idónea para ser sede de un proceso semejante, al tener que dar cabida a acusados, jueces, abogados, fiscales, intérpretes, periodistas, observadores, personal de seguridad, etc. La sala 600 todavía conserva la decoración que en aquel juicio tuviera, con un frontispicio de mármol con figuras en relieve en una de las puertas, por la que entraban los acusados, alusivas a la función de la Justicia. No es posible estar en ese lugar sin experimentar una sensación de solemnidad, ante la trascendencia de lo que en esa estancia sucedió, ya que por vez primera en la Historia se juzgaba por los delitos de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad a los mandos de la parte culpable y derrotada, instaurándose de esa forma un precedente que luego tendría repercusión en la jurisprudencia internacional. Nuremberg no era la ciudad elegida, en principio, para albergar el juicio, sino Berlín. Pero los bombardeos aliados sobre esa ciudad habían sido tan devastadores, que no quedó un edificio apropiado en pie apto para tal menester. El hecho de que Nuremberg contara con un Palacio de Justicia y una prisión anexa fue determinante para su elección. Además se mataban dos pájaros de un tiro, porque en Nuremberg se elaboraron las leyes raciales contra los judíos y también fue el epicentro, en los años de ascenso y triunfo del régimen, de las grandes demostraciones militares y de propaganda nazi. Así pues, por razones prácticas y también simbólicas esa ciudad era el lugar ideal para que se hiciera justicia por todos los crímenes cometidos. De la misma manera que el Palacio de Justicia sigue en pie, también existe el Zeppelinfeld, la inmensa explanada con majestuosa tribuna presidencial que Hitler utilizara en sus días de gloria para magnificar su poder y mostrar a Alemania y al mundo que había comenzado una nueva era. Las disciplinadas unidades de la Wermacht desfilaron en los años treinta por ese lugar y las más encendidas proclamas del führer resonaron también allí. El Zeppelinfeld se encuentra situado en las afueras de Nuremberg, por lo que hay que hacer un esfuerzo para llegar allí. Todavía están en pie las gradas y la tribuna, tal como las diseñó el arquitecto de Hitler, Albert Speer. Pero la desolación del lugar y el evidente deterioro por el paso del tiempo muestran que lo que un día fue grandeza y exaltación, hoy no es más que un paraje que ya sólo es una reliquia de la época de esplendor. El Reich que iba a durar mil años acabó de la peor manera posible y sus lugares emblemáticos sirven ahora de lección, a la generación actual y a las venideras, de lo que no debe volver a hacerse. Aunque teniendo en cuenta la mala memoria histórica que los seres humanos tenemos no está garantizado que así sea. La divinización de un hombre por parte de un pueblo, que creyó ver en él un salvador, fraguó una de las páginas más trágicas de su historia y aquel Reich de ensueño acabó siendo una horrible pesadilla. Hay un Salvador y hay un Reino, pero ese Salvador no es un hombre con los pies de barro y ese Reino no es una quimera engañosa, sino el designio infalible de dicho Salvador.

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