Aborto y pena de muerte

Las cifras que arroja el año 2006, en lo que a abortos se refiere en España, han cruzado un umbral jamás traspasado al haberse superado la cifra de cien mil. Y es que el curso de esta estadística no hace sino crecer, pues si en 1997 hubo cincuenta mil abortos, en el 2000 fueron sesenta mil y en el 2001 setenta mil, llegándose así a los cien mil del 2006. Esta línea ascendente indica que la sociedad española, independientemente del color del Gobierno de turno, ha optado por escoger la vía del sac

10 DE ENERO DE 2008 · 23:00

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Los datos demuestran además que la elección de tal vía goza del favor de muchos jóvenes, que cada vez más echan mano de tal ´salida´ para eludir enfrentarse con una realidad que conlleva la asunción de responsabilidad. Ni siquiera facilitando las cosas mediante la píldora del día después se ha conseguido algo; todo lo contrario, tras la introducción en el mercado de dicha píldora, el número de abortos (sin contar los producidos por la propia píldora) se ha incrementado en un 67% respecto al año 2000. Resulta cuanto menos chocante que los responsables de dirigir las políticas sociales no se hayan dado cuenta de que la introducción de una cultura de la flojedad no resuelve los problemas, sino que más bien los aumenta. Algo similar a lo que ya sucede en la educación, donde España está en los primeros puestos de Europa en fracaso escolar, lo cual es fruto de una política que pretende resolver tal fracaso mediante el relajamiento de las exigencias sobre el alumnado. Al final, sea en la cuestión del aborto o en la de la educación, la lección es que la cultura de la flojedad es el fracaso en sí. De esos cien mil abortos practicados en 2006, casi noventa y siete mil fueron realizados bajo el supuesto de riesgo para la salud de la madre, entendiéndose por tal en la mayoría de los casos salud psíquica. Ahora bien, la denominación ´salud psíquica´ es un cajón de sastre donde prácticamente cabe cualquier cosa, por lo que ese supuesto es una de esas leyes hechas con una predisposición ya torcida; una especie de componenda entre legislador, médico y mujer embarazada para que el aborto pueda realizarse legalmente. Es decir, en esa ley, por su ambigüedad calculada, ya está la trampa. Una ley pensada para fomentar la mala voluntad. Pero lo más sospechoso es que de esos cien mil abortos noventa y seis mil hayan sido realizados en clínicas privadas, lo cual indica que en esas clínicas ha de ser más fácil obtener los pertinentes dictámenes sanitarios que permitan realizarlos. En definitiva, todo un gran tinglado legal y comercial para que el aborto se ejecute. Y sin embargo, todo esto no parece ser suficiente, a tenor de lo que ha ocurrido con la detención del doctor Morín y de algunos de sus colaboradores, acusados de practicar abortos que no estaban contemplados en la actual ley. No nacidos de más de 22 semanas que eran triturados como el carnicero hace con la carne de cerdo o de ternera. ¡Qué contraste con aquel bebé prematuro nacido con apenas 22 semanas de gestación, que pesaba 280 gramos y medía 24 centímetros! En octubre de 2007, Amilia, que así le pusieron sus padres a ese bebé nacido en Floria y por el que pocos apostaban, cumplía un año de vida. Una vida precaria que salió adelante y hoy es todo un mensaje de lo que con buena voluntad, personal y científica, se puede hacer. El aborto es la expresión de que el movimiento feminista moderno ha sobrepasado sus legítimos límites reivindicativos, al haber colocado los derechos de la mujer como piedra angular en el ámbito de una decisión de vida o muerte. De la misma manera que la honorable profesión de la medicina, cuya máxima es la preservación y cuidado de la vida, tiene su negro contrapunto en estos carniceros de no nacidos, así la sublime función de madre encuentra su siniestro contraste en esa ideología que somete a su voluntad la vida del no nacido. Es una pena de muerte legal. Lo paradójico es que hay un considerable movimiento en todo el mundo para que la otra pena de muerte sea abolida. Es una lacra, una crueldad, una barbarie, un horror… No simplemente porque puede ser factible de que se cometan errores ajusticiando a inocentes como si fueran culpables, o de que la justicia no cumpla los mínimos requisitos de garantías legales, o de que esté en vigor en países cuyo uso puede ser político. No. En sí misma la pena de muerte es perversa, independientemente de cualquier consideración, y hay que hacer todo lo posible para erradicarla de nuestro mundo. Y aquí es donde me surge la pregunta ¿Cómo es posible ser tan humanos por un lado y tan inhumanos por otro? ¿Cómo se puede pedir que a un criminal convicto no se le aplique la pena de muerte y sin embargo se defienda que sí se aplique a un inocente? ¿Cómo provoca tanta indignación que un asesino pague con su vida por lo que ha hecho y no provoque ninguna que un inocente pague con la suya por el solo hecho de existir? Se argumenta que la pena de muerte es irreversible; pero por la misma lógica ¿No lo es el aborto también? ¿Queremos dar una oportunidad al culpable pero se la negamos al inocente? ¿Hemos enloquecido o es que nuestros conceptos de lo justo y lo injusto están totalmente subvertidos? Si hay que ser equitativos habría que exigir con la misma indignación que toda pena de muerte fuera eliminada. Pero no, se pone el grito en el cielo si en Estados Unidos se ejecuta a un criminal, pero nosotros podemos matar a cien mil no nacidos en un solo año y no pasa nada. De todos modos, aunque fuéramos equitativos en indignación en ambos casos, esa equidad no sería justa, porque no es posible poner en la misma balanza a un adulto reo de sangre y a una criatura inocente. ¿Por qué los que levantan la voz contra los atropellos que se cometen contra los débiles y desprotegidos no la levantan también contra la indefensión de los más vulnerables de todos? Verdaderamente, el aborto y la pena de muerte son dos cuestiones cruciales donde se aprecian de manera nítida los fundamentos, los horizontes y las contradicciones de tantos individuos, organizaciones e ideologías de nuestro tiempo.

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