´Cuando oyeron estas cosas, se llenaron de ira, y gritaron, diciendo: ¡Grande es Diana de los efesios!´
(Hechos 19:28)

Una de las vidas que merecería ser llevada al cine sería la de Richard F. Burton (1821-1890), quien nada tiene que ver con el actor que fuera marido de Elizabeth Taylor, cuya polifacética personalidad da de s"/>

Éfeso o el poder de la religión

´Cuando oyeron estas cosas, se llenaron de ira, y gritaron, diciendo: ¡Grande es Diana de los efesios!´
(Hechos 19:28)

Una de las vidas que merecería ser llevada al cine sería la de Richard F. Burton (1821-1890), quien nada tiene que ver con el actor que fuera marido de Elizabeth Taylor, cuya polifacética personalidad da de s

20 DE DICIEMBRE DE 2007 · 23:00

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Su pasión por los viajes le llevó a penetrar en algunas de las ciudades santas de los musulmanes, como Medina y La Meca en Arabia o Harar en Etiopía, fruto de los cuales escribió sendas obras en las que describe de primera mano lo que hasta entonces era casi un misterio para los occidentales. Para poder escribir Mi peregrinación a La Meca Burton se jugó la vida, al disfrazarse como peregrino musulmán y hacer el recorrido y el ceremonial completo en esa ciudad santa del Islam. Es interesante la descripción que hace del álgido momento en el que se acerca a la Piedra Negra, en la Kaaba:
´Tras haber llegado de este modo hasta la piedra… monopolizamos su uso durante al menos diez minutos. Mientras la besábamos y frotábamos nuestras palmas y frentes sobre ella, la observé de cerca y quedé convencido de que se trata de un aerolito. Resulta curioso que casi todos los visitantes están de acuerdo en un punto: que se trata de una roca volcánica.´(1)
Es por lo menos chocante, que una religión que huye por todos los medios de cualquier cosa que signifique materialización de lo espiritual, al final tenga como objeto supremo de veneración en esta tierra una piedra, aunque sea una piedra que supuestamente vino del cielo por mano del ángel Gabriel. Porque la Piedra Negra representa para los musulmanes el ojo y la mano de Allah, que al ser besada (y recordemos que el beso es un antiguo gesto de adoración en el contexto religioso(2)) comunica sus bendiciones. La Piedra Negra, pues, es la contradicción suprema del Islam y la negación patente de uno de los puntos cardinales de su teología: la total trascendencia de Allah. Precisamente una de las acusaciones que el Corán vierte una y otra vez contra los cristianos es su asociacionismo, es decir, su disposición a asociar a Jesús con Dios, tal como se afirma en el texto siguiente:
´Han tomado a sus doctores y sacerdotes como señores en vez de Allah, igual que al Cristo, hijo de María; cuando solamente se les ordenó que adoraran a un único Dios. No hay dios sino Él. ¡Glorificado sea por encima de los que le asocian!´(3)
Pero según la lógica, si la asociación que los cristianos hacemos de Jesús con Dios es idolatría ¿qué es la asociación de la Piedra Negra con Allah? ¿No es más coherente asociar a alguien con Dios que asociar a algo con Dios? Si la trascendencia de Allah es totalmente absoluta, como enseña el Islam, ello significa que no puede tener contacto con el mundo, ni siquiera por medio de la Piedra Negra. La conclusión última y terrible de esa proposición es que no hay posibilidad de relación con él. En cambio, la Biblia enseña la trascendencia de Dios, por la cual él está por encima de todas las cosas, pero también su inmanencia, por la cual está cercano a todas las cosas. Esa trascendencia e inmanencia de Dios se personalizan en la Encarnación, mediante la cual Dios, en la persona de su Hijo, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre, igual que uno de nosotros. En su tercer viaje misionero el apóstol Pablo llegó a la ciudad de Éfeso, sede del templo de Artemisa o Diana, que era la admiración de entonces y una de las siete maravillas del mundo antiguo, comparable en magnificencia a las pirámides de Egipto, a los jardines colgantes de Babilonia o al Faro de Alejandría. Aquel suntuoso templo no era cualquier cosa; se trataba del más espléndido que jamás se hubiera construido y atraía a peregrinos de todas las partes del mundo, lo cual era fuente de inmensos beneficios para la ciudad. De modo que Éfeso era el gran centro religioso de aquel tiempo. Pero Pablo no pasó de largo ni tampoco se dedicó a hacer ecumenismo con los adoradores de la diosa Diana. Su idea no era promover el diálogo y el mutuo respeto entre las distintas creencias, sino predicar el evangelio, sin provocaciones gratuitas, pero con la claridad y firmeza con la que debe ser predicado. Es interesante la reacción de fanatismo que su celo evangelizador despertó entre los efesios, que se amotinaron al grito de ´¡Grande es Diana de los efesios!´(4) Es curioso que el atributo de grandeza fuera el escogido por los habitantes de la ciudad para destacar a su diosa por encima de cualquier cosa; el mismo atributo que los musulmanes resaltan cuando perciben que el honor de Allah es puesto en entredicho. Otra coincidencia entre efesios y musulmanes, salvando las distancias, es que los primeros pensaban que la imagen de Diana, que el templo albergaba, había descendido del cielo(5), origen que los últimos también atribuyen a la Piedra Negra. Los vaticinios que se hicieron en los siglos inmediatamente anteriores al nuestro, en el sentido de que la religión iría progresivamente en declive, han fracasado estrepitosamente. Si hay un protagonista omnipresente en la actualidad es precisamente la religión. Y ante el peligro global que supone desatar las iras de los adherentes de otras creencias, especialmente los musulmanes, el discurso oficial es que debemos ser factores de concordia y tolerancia, por encima de todo. Nada de pensar en misiones ni en conversiones. Nada de predicación ni llamamientos al arrepentimiento. Todo lo más, trabajo social y ayuda humanitaria. Pero ¿es eso lo que habría hecho Pablo, en vista de lo que hizo en aquel centro de poder de la religión que era Éfeso? ¿Vamos a ser respetuosos hasta el punto de no hablar para no ofender? Si eso hacemos, la ofensa será contra quien ha puesto a Cristo ´sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero.´(6)
1) Mi peregrinación a La Meca, Richard F. Burton, Ediciones Folio, S.A. 2) 1 Reyes 19:18 3) Sura 9:31 4) Hechos 19:28 5) Hechos 19:35 6) Efesios 1:21

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