Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección (Hechos 17:18)

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Atenas o el poder de la filosofía

Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección (Hechos 17:18)

Una de las ciudades del mundo antiguo que se convirtió en un gran centro cu

06 DE DICIEMBRE DE 2007 · 23:00

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Atenas fue la cuna y el foco donde Sócrates y Platón ejercieron su actividad filosófica, fundando este último en dicha ciudad la célebre Academia, en la cual cursaría sus estudios el que llegaría a ser considerado en la Edad Media el filósofo por excelencia: Aristóteles. Si uno recorriera las calles de Atenas en el siglo IV a. C. encontraría una pluralidad de centros de enseñanza, donde maestros de filosofía impartían clases a todos los que quisieran escucharlos y, en ciertos casos, pudieran pagarles. Aparte de la Academia que fundara Platón, el mismo Aristóteles daba sus clases, hacia las afueras de la ciudad, en el Liceo. Antístenes y Diógenes fundaron el Cynosarges, donde su peculiar filosofía, el cinismo, era motivo de polémica y escándalo para muchos. En el centro de Atenas impartía sus clases Zenón, en un lugar denominado Stoa ubicado en el ágora de la ciudad. Epicuro tenía una casa y un jardín a su disposición para los mismos menesteres. Todo esto sin contar con los innumerables lugares donde los sofistas ambulantes enseñaban las artes de la retórica y la manipulación del lenguaje, a cambio de dinero. De manera que las escuelas filosóficas de Atenas eran tan numerosas como las setas en un otoño lluvioso y casi en cada esquina había una oferta de pensamiento cuya seriedad no siempre estaba contrastada. Es decir, Atenas era un gran mercado de ideas donde lo acertado y lo erróneo, lo estrafalario y lo riguroso competían entre sí para ver quién obtendría la hegemonía sobre el pensamiento de las selectas minorías o de las ordinarias mayorías en aquella ciudad cosmopolita. Pues bien, a esta ciudad es adonde llegó Pablo en su segundo viaje misionero. Por supuesto que la Atenas del siglo I d. C. ya no era la misma Atenas de los siglos V y IV a. C. Ahora ya no era una ciudad-estado sino simplemente parte de una provincia más, Acaya, del Imperio Romano. Toda la gloria del ayer había quedado desdibujada bajo el peso inexorable del paso del tiempo, si bien todavía retenía algo del fulgor ideológico que en el pasado la había caracterizado. Por eso no es extraño que el autor del libro de los Hechos, Lucas, refleje el encuentro que Pablo tuvo con sendos representantes de dos de las escuelas filosóficas atenienses: los epicúreos y los estoicos. Es decir, Atenas, pese a todo, todavía podía presumir del poder de la filosofía que siempre la había caracterizado, al continuar alimentando el espíritu especulativo que tanta fama le había procurado. Lucas lo deja bien claro en una apostilla en su relato: ´Porque todos los atenienses y los extranjeros residentes allí, en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo.´(1) Esta acotación es reveladora de hasta qué punto lo que empezó, siglos atrás, siendo especulación ideológica puede degradarse hasta convertirse en una mera picazón por novedades. La argumentación empleada por el apóstol Pablo en el Areópago para presentar el evangelio en este foro de intelectuales paganos, es todo un clásico de metodología misionera, pues partiendo de un punto de contacto, el altar con la inscripción AL DIOS NO CONOCIDO(2), se llega a anunciar a Jesucristo. Acostumbrado, como estaba, a llegar a las ciudades e ir a las sinagogas, donde el punto de contacto era Moisés y los profetas, lo cual proporcionaba una amplia base para la predicación del evangelio, Atenas representaba todo un desafío, porque suponía moverse en un terreno totalmente ajeno a la Revelación. Y sin embargo, mediante el raciocinio conseguirá el apóstol introducir las principales verdades de la fe cristiana. Su disertación contiene los siguientes argumentos:
  1. El Creador es mayor que la criatura, luego ésta depende de aquel y no al contrario. Eso significa que cualquier religión que esté basada en lo que la criatura pueda hacer para beneficio del Creador es falsa.
  2. La unidad de la raza humana es testimonio evidente de la unidad de Dios. Luego el politeísmo es falso.
  3. El principio de semejanza entre Creador y criatura, ´linaje suyo somos´(3), hace imposible que Dios pueda ser reducido a categorías materiales. Luego la idolatría es falsa.
  4. La conclusión de los tres puntos anteriores es que todo el saber religioso de los paganos, basado en principios filosóficos y del cual ellos se jactaban, es en realidad ignorancia(4).
Tras esta humillante declaración, el apóstol exhorta a sus oyentes a que busquen a aquel que él les anuncia por tres razones contundentes:
  1. Dada la dependencia y limitación de nuestra condición humana, es preciso y justo buscar al Creador.
  2. Esa búsqueda no es una aventura cuyo fin es impredecible, dada la inmanencia o cercanía de Dios con su creación.
  3. Como ese Creador es también Juez, es preciso prepararse mediante el arrepentimiento para comparecer ante él.
En la actualidad, el espíritu especulativo de Atenas sigue estando presente en multitud de campos del discurso ideológico. Sin embargo, al igual que entonces, mucho es puro esnobismo o deseo de estar a la última, cuando no mera ignorancia disfrazada de pretensión. Pero en realidad es un gigante muy vulnerable, como aquel filisteo al que un sencillo muchacho tumbó con una simple piedra. Pablo no eludió a la intelectual Atenas en su itinerario misionero, ya que se sentía deudor ´a sabios y a no sabios´(5). Que no la eludamos nosotros tampoco hoy en día.
1) Hechos 17:21 2) Hechos 17:23 3) Hechos 17:28 4) Hechos 17:30 5) Romanos 1:14

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