Orgulloso de ser tan humilde

Un partido Barça-Madrid de futbol es un acontecimiento deportivo de resonancia mundial. Sólo hay ver los cuatrocientos millones de telespectadores potenciales. A uno le podrá parecer bien, mal o regular pero es muy difícil escapar a la matraca mediática de antes, durante y después del encuentro.

04 DE DICIEMBRE DE 2010 · 23:00

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Ruedas de prensa, manifestaciones públicas de jugadores de uno y otro bando desafiantes o conciliadores, amenazantes o precavidos. Despliegue espectacular de seguridad y pasiones contenidas o desatadas por parte de los seguidores. Muchas horas de tertulias en radio y televisión, miles de artículos periodísticos hasta empezar a hablar de la siguiente jornada liguera. Pero, al acabar el partido todos piensan en Mourinho -barcelonistas y madridistas de igual manera pero por razones contrapuestas- ¿qué dirá Mourinho? Mourinho, por si alguien no lo sabe, es un personaje provocador que pasa por soberbio, orgulloso y vanidoso cuyas actuaciones son denostadas por quienes reciben sus flechas y aplaudidas por sus seguidores. Ese Mourinho nos dio una lección de humildad -Si, de humildad aunque muchos no estarán de acuerdo con esto- entendida como el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y la actuación en consonancia. Muchos medios arriman constantemente el ascua a su sardina con lo que dice Mourinho, lo que entienden que dice y lo que les parece que dice o les hubiera gustado que dijera. Es justo ver un comportamiento humilde cuando reconoce haber recibido la mayor derrota de su vida deportiva, cuando admite que no ha tenido posibilidades de ganar, cuando renuncia a refugiarse en una derrota inmerecida, en los árbitros o en la mala suerte. La humildad de reconocer la victoria como merecida y la derrota exactamente igual. Si, como es lógico, se critican sus salidas de tono también habrá que subrayar que en la rueda de prensa posterior al partido estuvo impecable. Lo contrario sería hacer sangre por hacer sangre y eso no está bien. Éste es Mourinho también, tan auténtico como el otro. Y que conste que lo dice uno del Barça. Será torpeza por mi parte pero yo no fui capaz de detectar en él la humildad del garabato. Estaba triste por la derrota -eso saltaba a la vista ¡faltaría más!- pero le daba su verdadera dimensión. Pensaba en seguir y transmitía a sus jugadores que no era hora de llorar sino hora de luchar. Impecable. En otro orden de cosas he visto muchas personas muy orgullosas de lo humildes que son. Incapaces de disimular su vanidad, que se consideran superiores a los demás y dejan entrever un profundo desprecio por los otros. Con una simple mirada, un gesto, una mueca de su cara, un suspiro o el lugar en que se sientan.

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