Convicción y confianza

Con frecuencia se aprecia una gran distancia entre algunas de nuestras convicciones y la confianza en Dios que debieran generarnos. Muchos cristianos estaríamos de acuerdo en que Dios es nuestra gloria, escudo protector, respuesta a nuestras llamadas de auxilio y quien nos levanta cuando atravesamos por momentos de desánimo. Hasta ahí la convicción.

07 DE MARZO DE 2008 · 23:00

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Cabría esperar que ello generara tal confianza que nos sintiéramos sostenidos por él, no tuviéramos miedo y quedáramos exentos, por ejemplo, del insomnio. Sin embargo, vivimos a menudo la contradicción de que a la vez que nuestras convicciones sobre Dios se mantienen firmes —así lo pensamos y lo expresamos con energía y sinceridad—, la confianza que le tenemos se vuelve intermitente, fluctuante o simplemente desaparece cuando más falta nos hace. Cuando el rey David era ya un hombre mayor pasó por una crisis muy difícil. Se trataba de su hijo Absalón que le había dado disgustos a lo largo de toda la vida pero que él había controlado sin demasiados problemas. Ahora se había convertido en su principal enemigo y se había autoproclamado rey. Había puesto al pueblo contra su padre y obtuvo el apoyo de miles de soldados; no fueron pocos los consejeros que se cambiaron de bando aunque antes pasaban por leales a David. Un golpe de estado en toda regla. El rey tuvo que huir para evitar males mayores, indignado por la traición sufrida y sabiendo que su propio hijo estaba dispuesto a acabar con su vida. En esa situación David dice: Yo me acosté y me dormí, Desperté, pues el Señor me sostiene y No temeré a los diez millares de enemigos que se han puesto en derredor contra mí (Salmo 3:5). Estaba tranquilo, no porque supiera de antemano que todo iba a salir bien, sino porque sabía que no le iba a ocurrir nada que Dios no estuviera dispuesto a permitir. Sus convicciones y su confianza en Dios iban de la mano. ¿Cuáles son las razones para no vivir esa tranquilidad en la existencia cotidiana? Aunque, por otro lado, tal vez recordemos momentos extremadamente duros y situaciones muy complicadas con grandes incertidumbres en los que subyacía en nosotros una profunda paz, una sólida confianza y esperanza en Dios ¿por qué, entonces, esa convergencia entre convicciones y confianza en Dios que aparece en los peores momentos no aflora igual en las pequeñas cosas de cada día?

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