Aplícate el cuento
Varias veces he visto exhortar con mucha viveza acerca de la confianza que el creyente debía tener en el Señor en medio de las dificultades como, por ejemplo, la enfermedad. Cómo era necesario descansar en él y aceptar su voluntad.
16 DE SEPTIEMBRE DE 2006 · 22:00
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En su momento, ver tal convicción y energía me causó mucho impacto.
La sorpresa para mí fue comprobar, posteriormente, cómo estas mismas personas que hablaban así, reaccionaban de una manera totalmente contraria cuando la enfermedad u otro percance de importancia les afectaba de cerca.
El miedo transpiraba por todo su cuerpo, y cualquier contratiempo era interpretado como culpa del entorno y de los demás (por ejemplo, de los profesionales de la medicina), que todo lo hacían mal, a desgana, y siempre se equivocaban.
Efectivamente, los profesionales se equivocan. Pero no quita que a veces las quejas dirigidas a ellos son más por la frustración de lo que no se pudo lograr, que porque haya habido realmente una negligencia. Al ser humano le alivia que exista un culpable para sus males (¡somos así!), y los cristianos no somos una excepción.
Pero volvamos a la paradoja. Si tan confiado se estaba en la voluntad de Dios, incluso la permisión divina de un error profesional sería parte de dicha voluntad, ¿no? ¿Se tendría, pues, que aceptar o…?
No abogo por la resignación impotente. No niego el derecho a exigir responsabilidades si corresponde. Creo en la lucha y, en todo caso, la aceptación final. Pero cuestiono la utilidad de exhortar tan intensamente a los otros acerca de aceptar la voluntad de Dios, y no saber aplicarlo cuando nos toca de cerca. La teoría, ¡qué poco aporta al sufrimiento! Quizá deberíamos machacar menos a los demás, y aprender a aplicarnos más el cuento.
Carlos
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