Locura para todos
Despojados de nuestras máscaras y personajes, solo quedamos nosotros mismos, lo que somos, frente al único tipo de “locura” que nos podemos permitir: el evangelio.
19 DE DICIEMBRE DE 2024 · 11:29
La película sobre el Joker con la que Joaquín Phoenix ganó el Premio Óscar al mejor actor en 2020 había dejado el listón alto. Un drama sensible y trágico sobre las entrañas del antihéroe que, a modo de opinión personal, más capacidad de cautivar tiene.
En cierto sentido, era de esperar que la apuesta arriesgada del director Todd Phillips para la segunda entrega (Joker: folie à deux; ‘Joker: locura para dos’), de hacer un musical fichando a Lady Gaga en el reparto, no tuviera la misma acogida. Y es que, aunque Phoenix vuelve a estar cómodo en un papel que le elevó al mayo reconocimiento del cine occidental hace unos años, el realismo de la tragedia se pierde en la elaboración de las escenas musicales, que son un intento de mostrar y acercar el proceso de locura que padecen los protagonistas al espectador.
A la tristeza de la incomprensión y el desvarío impulsivo que retrataron al personaje en la primera película de una forma que hasta conmovía, se le une ahora una historia de amor marcada por la locura. O, al menos, eso es lo que parece querer hacer creer el director, aunque en realidad el romance entre el Joker y Harley Quinn muestra más bien esos instintos insaciables que nos conducen a la inercia del pecado, y que viven retroalimentándose de otros.
La tristeza
Phillips mantiene en su película esa pátina de, lo que uno de los personajes llama, “tristeza común”. Y quizá sea el rasgo más realista en cuanto a la humanidad de su Joker, o Arthur Fleck, que Phoenix, actor acostumbrado al drama, interpreta de una forma tan sensible.
Si no fuese por el rótulo que preside el ficticio manicomio de Arkham, uno pensaría que se encuentra frente a otro caso más de abuso en el polémico sistema penitenciario de Estados Unidos. U otro alegato contemporáneo más en favor de la normalización de la salud mental.
Lo cierto es que acierta Phillips al hacer de la tristeza una de sus bazas. No solo porque consigue que su Joker sea uno de los más cercanos al espectador, quizá, sino porque también apunta a esa ‘norma’ de vida no escrita que ni siquiera las fantasías de los superhéroes o archivillanos más poderosos pueden superar.
Porque, reconozcámoslo, somos criaturas tristes. Y el concepto de pecado entendido como fallo en el cometido para el que fuimos creados y que nos ha llevado a vivir en el error, aporta mucha significación en este sentido. Aunque es cierto que “con la tristeza del rostro se enmendará el corazón (Eclesiastés 7:3), en relación con el arrepentimiento que describe el evangelio, acabamos “consumidos de tristeza” (Salmo 31:9), en un falta de sosiego permanente.
Y las reacciones ante esto son tan dispares e imprevisibles como pueden serlo en la misma película del Joker, donde una estela constante de caos impide reconocer alegrías o tristezas estables y todo se desmorona con facilidad. Es esa locura compartida, de todos y para todos.
Lo que somos
Más allá de la cuestión sobre la tristeza, la segunda película que Phillips dedica al Joker estriba en los posibles trastornos que se alegan a la actitud del personaje: doble personalidad, enajenación mental, etc. Por eso, el gran momento vendrá en forma de confesión.
La cuestión clave es si vamos a enterrar la responsabilidad de nuestros actos y decisiones bajo la identidad de otro ser que tiene lugar en nosotros momentáneamente y en ocasiones, o si vamos a asumirla como algo propio. La historia juega especialmente con este dilema: qué máscara vamos a utilizar para evitar la condena o hacer, al menos, más atractiva y justificable nuestra actitud. ¿Es esto posible en triste rostro de Arthur Fleck cuando aparece dibujada la exagerada sonrisa del Joker?
Despojados de nuestras máscaras y personajes, solo quedamos nosotros mismos, lo que somos, frente al único tipo de “locura”, como dice Pablo (1 Corintios 1:18), que nos podemos permitir: el evangelio. Y ante semejante veredicto no hay excusa. O nos colocamos cualquier careta para seguir dejándonos llevar por esta loca inercia del pecado, que lo trastorna todo, o caemos de rodillas, desenmascarados ante la verdad que nos dice que somos merecedores de la muerte que acarrea el mal, pero que podemos tener una vida completa por la garantía del evangelio: esto es, que otro ha ocupado nuestro lugar en el juicio; que ha sido Jesus el que ha subido a la cruz donde nosotros merecíamos morir, para darnos su presencia por la eternidad y alejarnos de todo caos y tristeza y mal.
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Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cameo - Locura para todos