Diagnosticados de corazón

Abrumados por tratar de reconocernos en alguno de los mensajes del choque de discursos cruzados en el que vivimos, olvidamos el diagnóstico que ya se ha realizado de nosotros.

15 DE JULIO DE 2021 · 17:30

Jonah Hill y Emma Stone protagonizan esta miniserie con toques de distopía futura y humor negro. / Fotograma de la serie, Netflix,
Jonah Hill y Emma Stone protagonizan esta miniserie con toques de distopía futura y humor negro. / Fotograma de la serie, Netflix

Una de las apuestas fuertes de Netflix en los últimos años ha sido la miniserie Maniac, que algunos sitúan a caballo entre Black Mirror y la influencia del autor de ciencia ficción Philip K. Dick. Lo cierto es que se trata de una producción nada habitual para la plataforma de contenidos audiovisuales, con actores reconocidos dando vida a los personajes y con un ritmo pausado y una intención reflexiva que no suelen encontrarse en muchas de las series que últimamente ha lanzado. De hecho, el formato de miniserie es algo más frecuente en otras firmas, sobre todo en HBO.

Pero ahí queda esta rareza de serie cuyo argumento gira alrededor de dos protagonistas, interpretados por Emma Stone y Jonnah Hill, que participan de los experimentos de prueba de un nuevo fármaco que una compañía japonesa pretende comercializar. En este leitmotiv interfieren con fuerza el amor, a través de una serie de relaciones, por lo general, frustradas, y la necesidad de confirmar una identidad, contra la que los diferentes personajes luchan a través de sus traumas, logros y enfermedades.

El marco es el de una distopía futura en la que la publicidad ejerce un poder social fuera ya de todo control, y se pone de manifiesto cuán expuestos estamos ya a toda clase de mensajes cruzados que, sin ningún tipo de filtro, tratan de asentar tendencias y establecer falsas verdades en nuestro imaginario. La amistad parece que ha desaparecido en una sociedad cada vez más individualizada, y ha dado paso a la ‘publiamistad’ (me pregunto si se trata de una referencia a la neolengua de Orwell), a la que uno recurre cuando no tiene dinero y necesita algo con urgencia. Y, es que, precisamente en un contexto de urgencia es cuando se es más vulnerable a olvidar los grandes valores, como el de la amistad. Y nosotros llevamos ya un tiempo instalados en emergencias y ‘últimas horas’ de todo tipo: políticas, climáticas, pandémicas, etc.

Diagnosticados de corazón

Nuestras identidades no están definidas por completo por nuestras situaciones. / Fotogramda de la serie, Netflix.
 

Identidades que duelen

En Maniac, el ser humano está vinculado a lo circunstancial y condicional. La vida de los protagonistas está rígidamente marcada por una adicción y una psicosis que se alimenta de traumas no resueltos. Pero también los personajes secundarios aparecen definidos por lo negativo, por una mala relación con una madre o por la obsesión con el trabajo. 

Como niños adultos arrinconados de nuevo en la infancia que no vivieron, los personajes a los que dan vida Stone y Hill se encarnan en ficciones fantasiosas que les llevan a la tierra media, a la vida de una feliz familia estadounidense de la década de 1980 o al espionaje de élite. El problema es que ninguna de esas identidades circunstanciales resuelve los traumas y las adicciones, y tampoco les sirve de contexto en el que desarrollar una relación amorosa con éxito. Uno tras otro, los escenarios diferentes van pasando a lo largo del experimento, y solo hacen que señalar la imposibilidad de las circunstancias para dar un sentido completo a las necesidades que experimentan.

También nosotros vinculamos muchas veces algo tan básico como la identidad a algo tan superficial y efímero como es lo circunstancial. A veces pensamos que, si nuestra vida fuese diferente, si se diese en otro lugar, en otro trabajo, en otras condiciones, con otros amigos y con otra familia, sería del todo diferente. Incluso puede que en ocasiones pensemos que mejor. Pero esa dependencia excesiva de las circunstancias hace que nos veamos alcanzados por la decepción constantemente. Y no aprendemos la lección de que lo que realmente nos afecta es algo propio, algo que atañe a lo que somos, a nuestra condición, y que la solución no se encuentra cambiando lo que nos rodea, nuestro exterior.

Diagnosticados de corazón

La Biblia habla de que Dios conoce nuestro corazón y no hace de él un frío diagnóstico, como cualquier máquina. / Fotograma de la serie, Netflix

¿Quién conocerá el corazón?

Una escena concentra un significado especial en esta serie: una máquina expulsando una nota de papel con el diagnóstico escrito de cada uno de los participantes en el experimento. Así, para unos la conclusión es que son unos esquizofrénicos, algunos también son psicóticos, los hay que aglutinan toda una colección de disfunciones de la personalidad y, en definitiva, todos pueden afirmar: “soy un maníaco”. 

Pero, de nuevo, como sucede con el caso de ubicar en las circunstancias unas expectativas desmedidas de definición, este diagnóstico es incompleto, no puede contener todo lo que como humanos somos en esencia. Lo cierto es que, abrumados por tratar de reconocernos en alguno de los mensajes del choque de discursos cruzados en el que vivimos, olvidamos el diagnóstico que ya se ha realizado de nosotros. Ni siquiera es válido el razonamiento que culpa a la publicidad de nuestro engaño, porque la publicidad la creamos nosotros y la creemos nosotros.

Hace tiempo ya se formuló un diagnóstico sobre nuestra condición: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). Este mensaje lo remarcó Jesús, que aseguró que el corazón humano era la fuente de todo lo malo (Mateo 15:19). Pero a diferencia de la fría máquina que emite el trozo de papel en Maniac, Jesús se implicó con el estado de nuestro corazón hasta el punto de cargar con las consecuencias. Ese mensaje, el de la cruz, no es ningún cartel publicitario que trata de convencer del poder que tienen las circunstancias externas de cambiar nuestras vidas por completo, sino que ejerce una poderosa y única obra de restauración, hasta el punto de crear a personas nuevas (2 Corintios 5:17).

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