Las clases sociales en el Israel de Jesús

Pocas cuestiones hay más confusas - y han sido más manipuladas – que las referencias a los pobres en la Biblia. En esta entrega y las siguientes, nos acercaremos a tan espinoso tema.

21 DE OCTUBRE DE 2013 · 22:00

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La referencia a los pobres se convirtió hace unas décadas en uno de los elementos más llamados a crear confusión en la teología católica y, por ende, universal. Con el nacimiento de la teología de la liberación – que los hermanos Boff definieron muy acertada y honradamente como una lectura de la Biblia utilizando instrumentos del marxismo – la visión teológica se vio distorsionada y se convirtió en meta fundamental de la teología la de la redención de los pobres, entendidos éstos como "los parias de la tierra” a los que se refería la Internacional. Institución extraordinariamente rica, la iglesia católica intentó, inicialmente, integrar ese tipo de visión a través de la Conferencia de Medellín donde comenzó a utilizarse de manera profusa la expresión “opción preferencial por los pobres”. Releer a partir de ahí la Biblia en clave marxista –aunque muchas veces se ocultara– no tardó en convertir el episodio de los discípulos arrancando espigas en sábado en una ocupación de tierras y la crucifixión de Jesús en la ejecución del “Che” veinte siglos antes y por las clases dominantes. La teología de la liberación era, hermenéuticamente hablando, una suma colosal de disparates que violentaban el texto bíblico para encajarlo en una cosmovisión socialista y comenzó a retroceder, fundamentalmente, cuando lo hicieron las guerrillas de izquierda en Hispanoamérica y cuando el Vaticano, inquieto por el avance de las iglesias evangélicas en el subcontinente, llegó a la conclusión de que la alianza con el marxismo podía causarle verdadero daño. No deja de ser significativo que la elección del papa Francisco se halla producido cuando el avance evangélico continúa imparable y determinados regímenes populistas de Hispanoamérica han dado muestras de perdurabilidad. Pero no nos desviemos. La confusión en relación con el término “pobres estaba sembrada y es necesario disiparla a día de hoy si deseamos analizar con rigor la economía del Reino de Dios. Como paso previo, resulta obligado señalar cuál era el cuadro de las clases sociales en la época de Jesús [1]. CLASES ALTAS En primer lugar, se encontraban las clases altas. Las fuentes históricas dejan constancia de que el panorama de las clases altas era relativamente diversificado en el periodo sobre el que discurrieron los primeros tiempos del cristianismo. En la cúspide, se hallaba la corte. La forma de gobierno iniciada por la dinastía de Herodes tuvo como consecuencia el desarrollo de un tren de vida auténticamente fastuoso, hasta tal punto que ni Herodes ni Agripa I fueron capaces de hacer frente a sus propios gastos. LA CLASE DE LOS RICOS Tras los miembros de la corte, se hallaba situada una clase a la que podríamos denominar en un sentido general como de ricos. Sus ingresos, en buena medida, procedían de la tenencia de tierras a las que, no pocas veces, azotaba un absentismo total[2]. Tanto la pompa relacionada con la celebración de fiestas (Lam. Rab. sobre 4, 2) como la práctica de la poligamia[3] constituían signos externos claros de pertenecer a este segmento social. En cuanto al último aspecto mencionado, lo cierto es que distó de estar generalizado, muy posiblemente porque las exigencias económicas de las mujeres de la clase alta resultaban fabulosas. Los ejemplos que nos proporcionan las fuentes acerca de este último extremo son realmente impresionantes. Sabemos, por ejemplo, que había un canon establecido, el diezmo de la dote (Ket 66b), cuya finalidad era dedicarlo a gastos de tipo suntuario como los perfumes (Yoma 39b), los aderezos (Yoma 25), las dentaduras postizas cuyo refuerzo consistía en hilos de oro y plata (Shab 6, 5), etc. Hasta qué punto esto era considerado como un derecho y no como un lujo, lo podemos ver en casos como el de la hija de Naqdemón (seguramente el Nicodemo del Cuarto Evangelio) que maldijo a los doctores porque, cuando fijaron su pensión de viudedad, sólo destinaron cuatrocientos denarios de oro a gastos de este tipo (Ket 66b; Lam. Rab. 1, 51 sobre 1, 16). A esta clase adinerada pertenecían no sólo los terratenientes, sino también los grandes hombres de negocios, los grandes recaudadores de impuestos, los rentistas y la nobleza sacerdotal. El oficio de Sumo sacerdote ya exigía contar de por si con un caudal considerable. En no pocas ocasiones, el puesto se obtenía simoníacamente (2 Mac 4, 7-10, 24, 32; Yeb 61a) y además algunas de sus obligaciones - como la de pagar las víctimas del YomKippur - resultaban considerablemente caras (Ant III, 10, 3; Lv 16, 3). El gasto y la opulencia desembocaron irremisiblemente en la corrupción y el nepotismo. Así, fue común que se aprovecharan de ser administradores del tesoro del templo para cubrir las plazas de tesoreros con parientes (Pes 57a bar; Tos Men 13, 21). Era común asimismo que contaran con propiedades extensas (bar.Yoma 35b; Lam R. 2, 5). Capítulo especial en esta cadena de corruptelas era el constituido por la venta de animales para los sacrificios en el templo de Jerusalén. Llegado el caso de engrosar sus beneficios, tampoco se echaron atrás en la utilización de la violencia más opresiva (Pes 57a bar; Josefo, Vida XXXIX; Ant XX, 8, 8). La penetración dela predicación de Jesús en este sector social debió ser muy limitada, pero, desde luego, innegable. Nicodemofue discípulo de Jesús (Jn 7, 50; 3, 1) y proporcionó para su enterramiento cien libras romanas de mirra y áloe (Jn 19, 39). No sabemos, sin embargo, que después siguiera unido al grupo de los discípulos. Desde luego, las fuentes no vuelven a mencionarlo. Casos parecidos son los de Zaqueo y José de Arimatea. El primero fue un jefe de publicanos (Lc 19, 2) que no gozaba de especial popularidad (Lc 19, 3) y en el que el contacto con Jesús produjo un considerable impacto (Lc 19, 8). El segundo es definido por Mc 15, 43 como "eysjemon", un término que los papiros usan para designar a los hacendados ricos[4]. Al parecer, se trataba de un personaje acaudalado (Mt 27, 57), propietario de un huerto con un panteón familiar excavado en la roca al norte de Jerusalén (Jn 19, 41; 20, 15). Dado que había sido excavado recientemente, es muy posible que su familia llevara poco tiempo en Jerusalén y que entonces sus propiedades se encontraran en otro lugar. Un caso bastante poco claro es el del "discípulo amado" al que se refiere el Cuarto Evangelio. Si identificamos al mismo con Juan el de Zebedeo – lo que parece más razonable - resulta obvio que no se trataba de una persona rica aunque sí de una clase media acomodada. Pero si se rechaza, como han hecho algunos autores, tal identificación, cabría la posibilidad de que nos encontráramos ante un miembro de la clase rica - quizá incluso de la familia de los altos sacerdotes (Jn 18, 10) - que sí perteneció posteriormente al grupo de seguidores de Jesús. Por desgracia, el material que ha llegado hasta nosotros no nos permite, si rechazamos identificarlo con Juan el de Zebedeo, sino hacer conjeturas acerca de su personalidad. Terreno más seguro es el que pisamos al referirnos a otros personajes como las mujeres (Lc 8, 1-3) que seguían a Jesús. Al parecer, las mismas habían recibido curación física o liberación demoníaca por parte de aquel. Entre ellas, se hallaban tanto Juana, la mujer de Juza o Chuza, intendente de Herodes; María Magdalena, Susana y "otras muchas que le servían de sus bienes". De esta descripción se desprende que algunas pertenecían a una clase acomodada, pero desconocemos la vinculación posterior con el grupo. Pudiera ser también que María, la madre de Juan Marcos, perteneciera a este grupo de mujeres, así como al estrato superior de la sociedad. Sabemos que tenía una casa en Jerusalén (Hch 12, 12) y los datos sobre la misma hacen pensar que se trataba de un edificio espacioso (Hch 1, 13 ss). Existe, finalmente, otro dato relacionado con la presencia de miembros de las clases altas en el seno del cristianismo primitivo. Nos referimos a Sant 2, 1 ss donde se habla de cómo hay gente provista de ropa suntuosa y de anillo de oro que visita las reuniones de los judeo-cristianos. La llegada de personajes de ese tipo provocaba al parecer una atracción que Santiago juzgaba insana y que ataca con rotunda firmeza. Pasajes como el de 4, 13 ss parecen poner de manifiesto que, muy posiblemente, había también hombres de negocios en el seno del movimiento, pero que Santiago temía que pudieran incurrir en un comportamiento soberbio demasiado auto-seguros en su visión del día de mañana. En conjunto podemos señalar que hubo gente notablemente acomodada entre los seguidores de Jesús aunque, como sucede estadísticamente en la sociedad, constituyeran una minoría. Algunos, desde luego, siguieron integrados en el grupo de seguidores incluso después de la crucifixión. CLASES MEDIAS Por lo que se refiere a las clases medias, hay que empezar diciendo que, aunque algunos enfoques - no pocas veces ideológicamente interesados – han pretendido dividir la sociedad judía de esta época en sólo dos clases, lo cierto es que está muy bien documentada la existencia de diversas clases medias en el seno de la misma. Su composición era muy multiforme. Así nos encontramos con pequeños comerciantes, poseedores de alguna tienda en un bazar; artesanos, propietarios de sus talleres; personas dedicadas al hospedaje o relacionadas con el mismo; empleados y obreros del templo - que, en términos generales y partiendo de un nivel comparativo, estaban bien remunerados - y sacerdotes no pertenecientes a las clases altas. Todo hace indicar que buen número de los primeros cristianos procedían de este segmento de la sociedad. Los sacerdotes a los que se hace referencia en Hch 6, 7 corresponden, desde luego, a este entorno, al igual que el levita Bernabé (Hch 4, 36-7), los fariseos conversos (Hch 15, 5; 26, 5)y también el "Discípulo amado" si se le identifica con Juan el de Zebedeo. Los primeros discípulos de Jesús, sin duda, pertenecían también a este sector de clases medias. Así, los hijos de Zebedeo contaban, según las fuentes, con asalariados (Mc 1, 19-20 y par.); Leví había pertenecido al grupo de los publicanos (Mc 2, 13 ss y par); Pedro tenía un negocio de pesca que explotaba a medias con su hermano y que le permitía tener una casa (Mc 1, 16 ss; 1, 29-31). Por lo que sabemos, entre la muerte de Jesús y Pentecostés volvió a ocuparse de esta actividad (Jn 21, 1 ss). Quizá también a esta clase media pertenecieron - si no era de la alta - la madre de Juan Marcos (Hch 12, 12), Ananías y Safira (Hch 5, 1 ss), los que enajenaron sus bienes para entregar el producto al fondo de la comunidad (Hch 2, 45; 4, 34) y los que las conservaron (Hch 5, 42). La misma familia de Jesús podría encuadrarse en este sector, aunque legalmente se les considerara pobres a efectos de ciertos preceptos de la Torah. Prueba de ello es que un pariente de Jesús, seguidor de él y del que nos habla Eusebio (HE III, 20, 2), poseyó en un periodo situado entre los años setenta y los noventa del s. I propiedades censables en 9000 denarios. De la misma manera, parece razonable incluir en este sector a algunos de los denominados helenistas. CLASES POBRES Aunque buena parte de la población de la Palestina de la época pertenecía a las clases medias a las que hemos hecho referencia, eso no implica que el número de pobres resultara reducido. Entre los que lo eran, pero se ganaban la vida mediante su trabajo y aquellos que subsistían, total o parcialmente, gracias a las ayudas que percibían de los demás, lacantidad debía ser no pequeña. En primer lugar estaban los jornaleros. Su salario venía a rondar el denario diario (Mt 20, 2 y 9; Tob 5, 15) comida incluida (B. M, 7, 1). Carentes de cualquier tipo de protección y siendo el soporte económico de la familia, el hecho de que no encontraran trabajo - como le pasó a Hillel en Jerusalén - significaba un drama humano de dimensiones incalculables (Yoma 35b bar.). Viviendo de la ayuda que les proporcionaban los demás se hallaban, en primer lugar, los escribas (Eclo 38, 24; 39, 11; P. A. 4, 5; 1, 13; Yoma 35b bar; Mt 10, 8-10; Mc 6, 8; Lc 8, 1-3; 9, 3; 1 Co 9, 14). Sin embargo, conocemos numerosos casos de rabinos que trabajaban para ganarse el sustento pudiendo encuadrarse incluso en las clases medias. Tales serían los ejemplos de Shammay (Shab 31a), Hil.lel (Yoma 35b bar), Yojanan ben Zakkay (Sanh 41 a; SifréDeut 34, 7; Gn. Rab 100, 11 sobre 50, 14), R. Eleazar ben Sadoc (Tos. Besa 3, 8), AbbáShaul ben Batnit (Tos. Besa 3, 8; Besa 29a bar) o Pablo (Hch 18, 3), aunque este último caso no deberíamos forzarlo. Posiblemente en la decisión de trabajar debió pesar no poco el deseo de salvaguardarse de la mendicidad, así como el de mantener sus acciones a salvo de la presión de la necesidad. En esta dirección parece apuntar el hecho de que sepamos que algunos fariseos aceptaron sobornos (Guerra I, 29, 2) o que se los acuse ocasionalmente de avaricia (Lc 16, 14) e incluso de rapacidad (Mc 12, 40; Lc 20, 47). El número de mendigos también debió de ser muy alto, especialmente en Jerusalén[5]. Como ha sucedido en otras épocas, se daban casos de personas que se fingían inválidas para obtener limosna (Pea 8, 9; Ket 67b-68a). Con todo, los enfermos auténticos - por ejemplo, leprosos o ciegos - que mendigaban en sus inmediaciones o en la misma ciudad eran considerablemente numerosos (Pes 85b; San 98a). Debe tenerse en cuenta que buen número de curaciones de Jesús y de sus discípulos aparecen relacionadas con Jerusalén y con lugares típicos de mendicidad (Mt 21, 14; Jn 9, 1 y 8; 8, 58-9; 5, 2-3). Por último, en esta sección de personas que vivían de los demás, habría que hacer referencia a aquellos aprovechados que se mantenían de colarse en las bodas y las circuncisiones(Sem 12; Tos Meg 4, 15), una práctica picaresca a la que eran aficionados no pocos. Cuando se tiene en cuenta este panorama - especialmente en un medio urbano como Jerusalén - se comprende que durante la guerra del 66 d. de C. se formaran con facilidad bandas de saqueadores, para cuyos componentes Josefo sólo tiene términos durísimos (Guerra 5, 10, 5). Muchos de ellos debían proceder del hampa y la hez de la sociedad, pero no pocos tuvieron también que surgir de segmentos sociales desamparados y desesperados en medio de la tormenta. LOS ESCLAVOS Finalmente nos encontramos con los esclavos, aunque desempeñaran escaso papel, por ejemplo, en las áreas rurales. Mejor tratados que sus compañeros del mundo no-judío, su origen podía ser judío o gentil (B.M. 1, 5; M. Sh 4, 4). No era desacostumbrado que estos últimos fueran circuncidados, tras un año de reflexión, convirtiéndose así en judíos[6]. Por esta razón era muy común que los libertos fueran generalmente prosélitos salvo quizá en el caso de la corte. CRISTIANISMO PRIMITIVO De estos sectores de la población debió haber abundantes muestras en el cristianismo primitivo. El mismo Jesús procedía de una familia legalmente pobre[7](aunque posiblemente se acercaba más a la clase media como artesano), carecía de recursos (Mt 8, 20; Lc 9, 58), no llevaba dinero encima (Mt 17, 24-7; Mc 12, 13-7; Mt 22, 15-22; Lc 20, 24) y vivía de ayudas (Lc 8, 1-3). Los paralelos, pues, con algunos escribas de su tiempo resultan notables al menos en este aspecto. Esa pobreza, libremente elegida, no se limitó a Jesús sino que se dio también en relación con miembros del cristianismo primitivo, según se desprende de algunos otros datos consignados en las fuentes. Prueba de ello son las medidas económicas de la comunidad de Jerusalén, a las que dedicaremos espacio más adelante, de las que parece desprenderse que, al menos, una parte de los componentes de la misma eran de condición económica muy humilde[8] y que resultaba excepcional que alguno poseyera inmuebles o bienes de cierto valor. De hecho, sólo nos consta la existencia de dos casos - el de Bernabé y el de Ananías y Safira - en que la venta tuviera cierta relevancia y en ambos el bien no pasó de ser un campo (Hch 4, 36-37; 5, 1-2). De ahí podría desprenderse que las referencias a la enajenación de casas quizá no tuvo como resultado un gran producto (Hch 4, 34). Finalmente, aboga en favor de la precariedad económica de buen número de los miembros el que la "asistencia económica" se centrara en la mera entrega de alimentos (Hch 6, 1 ss) y que el frágil sistema de distribución pudiera verse desequilibrado por la entrada de nuevos conversos hasta el punto de provocar variaciones en la estructura ministerial de la comunidad de Jerusalén, como tendremos ocasión de ver más adelante. Cuando Santiago escribió la carta que lleva su nombre parece que el número de pobres era si no elevado, por lo menos inquietante. Algunos atravesaban una angustiosa situación de opresión económica (1, 6 ss) y otros no llegaban a percibir los jornales que se les adeudaban como pobres braceros (5, 4 ss). De hecho, la carga pudo ser tan grande para las limitadas fuerzas de la comunidad que en su seno se había despertado la insolidaridad incluso hacia los que pasaban hambre o frío (2, 15 ss). En este contexto, como ya indicamos, para muchos resultaba seductora la visita de algún personaje acaudalado a la comunidad (2, 1 ss) y los que poseían negocios mostraban una clara tendencia a autovalorarse en exceso perdiendo de vista el papel de la Providencia en su vida (4, 13 ss). Es lógico - y admirable - que en un trasfondo de ese tipo Santiago intentara mantener la cohesión de la comunidad desechando las alternativas violentas (2, 10 ss), proyectando la esperanza en la venida de Jesús (5, 7 ss) y enfocando la vida comunitaria hacia aspectos espirituales (5, 13 ss). En resumen, en el seno del cristianismo convivían todas las clases sociales –no sin tensiones inmediatamente advertidas por los apóstoles– y no encontramos ninguna referencia a la superioridad moral de los pobres o a una opción preferencial por los mismos. Continuará la próxima semana: "Pobres y pobres: espirituales y materiales"


[1]Sobre este aspecto, ver: J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús, Madrid, 1985, pgs. 105 ss; C. Vidal, El Primer Evangelio: el Documento Q, parte I, Barcelona, 1993.
[2]Un ejemplo de este tipo lo constituiría Ptolomeo, el ministro de finanzas de Herodes (Ant. XVII, 10, 9).
[3]J. Leipoldt,Jesusund die Frauen, Leipzig, 1921, pgs. 44-49.
[4]Al respeto, sigue siendo de utilidad consultar la crítica de J. Leipoldten ”Theolog. Literaturblatt”, 39, 1918, col. 180 ss a los papiros de la Biblioteca de la universidad de Basilea publicados por E. Rabel en ”Abhandlungen der koniglichenGesellschaft der WissenschaftenzuGottingen”, 16, 3, Berlín, 1917.
[5]Pes 113a indica cómo, de hecho, las gentes de Jerusalén se sentían orgullosas de su pobreza.
[6]Generalmente en caso de negarse, eran vendidos a amos gentiles. Al respecto, ver: E. Riehm, ”Handworterbuch des biblischenAltertums”, v. II, Leipzig, 1894, p. 1524 a.
[7]Tengamos en cuenta que el sacrificio de purificación de su madre es el de los pobres (Lucas 2, 24 y Levítico 12, 8).
[8]De hecho, la insistencia que encontramos en las fuentes acerca de la pobreza entre los fieles de Jerusalén parece indicar que la misma se produjo de manera prácticamente endémica (I Corintios 16, 1; Gálatas 2, 10; Romanos 15, 26).

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