Evangélicos olvidados (I)

Juan del Castillo era un eclesiástico y gran erudito en griego. Fue introducido en el movimiento alumbrado y luterano por patrocinio del Inquisidor General Manrique. Enseñó griego a una mezcla de alumbrados, erasmistas y luteranos de Toledo en 1525. Después pasará a la Universidad de Alcalá, estando bajo la influencia de Bernardino de Tovar, participando en el movimiento de los doce apóstoles de Medina de Rioseco, llegando a"/>

Juan del Castillo: luterano burgalés

Evangélicos olvidados (I)

Juan del Castillo era un eclesiástico y gran erudito en griego. Fue introducido en el movimiento alumbrado y luterano por patrocinio del Inquisidor General Manrique. Enseñó griego a una mezcla de alumbrados, erasmistas y luteranos de Toledo en 1525. Después pasará a la Universidad de Alcalá, estando bajo la influencia de Bernardino de Tovar, participando en el movimiento de los doce apóstoles de Medina de Rioseco, llegando a

09 DE FEBRERO DE 2009 · 23:00

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En 1530 escaparía para evitar la Inquisición, siendo detectado primero en París, luego en Roma y finalmente en Bolonia, donde él había conseguido una alta posición en la Universidad, enseñando griego. En febrero de 1533 sería atrapado y traído a España como un preso de la Inquisición, siendo quemado en la estaca tanto por naturaleza de sus herejías como por haberse escapado de la Inquisición. En el proceso de Vergara, aparecen mencionadas las cartas de Castillo, que parecían copiadas para distribuir como cartas de aliento entre los alumbrados. Se conservan cinco. Una está escrita a su hermana Petronila del Castillo de Lucena, que cayó en manos de Diego Hernández y este la entregó a la Inquisición. Estaba escrita en estos términos de alto sentimiento y profundidad teológica: “Que el Espíritu Santo esté contigo de una manera nueva, para que alguna vez por el sacrificio de adoración y la pureza de nuestras almas, nosotros podamos ofrecernos a nuestro Padre bendito para que Él, con su dulzor inefable y la paz soberana que sobrepasa todo entendimiento, envíe a Su Único Hijo engendrado Jesucristo para morar para siempre en nuestras almas. En Su presencia todas las cosas se hacen una, porque Él contiene la Esencia que todas las cosas deben tener, conforme al orden admirable y provisión de Dios…(1) De Juan del Castillo se sabe que la Inquisición lo mando buscar en Italia y vino pero no por propia voluntad, pues decía que nadie es profeta en su tierra. En el proceso de Petronila de Lucena aparecen datos de la Inquisición como si Castillo hubiese partido para Roma temiendo ser prendido en París. Petronila contará que estando cerca de Alcalá viviendo, Castillo que se iba para Andalucía, le confió un libro prohibido, ella lo rompió y lo echó a un arroyo siguiendo sus instrucciones. Parece ser que Castillo enseñaba griego en Bolonia por 1533. Era la época en que la Inquisición también buscaba a Servet en Alemania usando de señuelo a su propio hermano, pero no lo hallaría. Cuando llegó Castillo a Barcelona, entregó al Inquisidor General Manrique su confesión por escrito. Su caso era grave porque un compañero suyo, Juan López de Celaín había muerto en la hoguera y él estaba entre los seleccionados para el apostolado de Medina de Rioseco. También sería quemado después de un largo proceso. Las causas las detalla escuetamente Bataillon sacadas de una declaración del proceso de Petronila: Que el acusado confesó un luteranismo en el que se destaca que la salvación es para todo el mundo, pecadores y no pecadores; inutilidad de las obras; no hay libre albedrio; los preceptos de la Iglesia no son obligatorios; un sacerdote puede dejar de rezar las horas canónicas. Él mismo “dezia misa sin rezar”. No creía en la presencia real. Sencillo, sin demasiada estructura teológica, pero desestabilizador de la institución romana. Volvemos a encontrar a Juan del Castillo entre los españoles insignes en los Países Bajos al ser conocido el dato de que aparece matriculado en el Collegium Trilingue de Lovaina el 23 de julio de 1523, juntamente con otros reconocidos humanistas como Alfonso Manrique matriculado el 24 de mayo de 1524, Juan Honorato, Diego de Aldrete, Pedro de Maluenda, importante personaje en Trento y en los diálogos religiosos de Ratisbona. Aparece Juan del Castillo con el título de presbítero (Dominus Johannes a Castillo Hispanus, burgensis diócesis, presbiter) entre los apellidos de los mercaderes de Burgos y de Amberes, ciudades abundantes en judíos conversos. Aparece también, como ya hemos mencionado, entre los alumbrados de Guadalajara formando parte entre los “doce apóstoles” del Almirante Fadrique Enríquez. Sería quemado en la hoguera junto a los alumbrados protestantes López de Celaín y Alonso Garzón. Es importante no olvidar que ya no eran ideales iluministas, sino doctrinas luteranas conscientemente aceptadas tanto por el Almirante de Castilla don Fadrique Enríquez, María de Cazalla, Petronila o Juan del Castillo, los cuales como el Duque “estaban en lo de la salvación general con lo de Luctero e que no desconformaba en sentirlo”. Se encuentra una carta importantísima de López de Celaín al Almirante que expresa todo el sentir religioso del año 1525 en plena maduración del alumbradismo que buscaba expandirse apoyado en la nobleza: “Por esto si V.S. quisiera tomar la vandera de Dios y en ella seguir con la gracia y fuerzas que ese mismo Dios le diere, seré yo la trompeta y el pífaro, y aunque por mi maldad arto artroso: y así todos los llamados acudirán a la bandera y desta manera podrá V.S. ser principio de la reformación de la verdadera cristiandad. Y si a V.S. le sirviere a Nuestro Señor por su bondad a emplear lo que le resta de su vida en esto y a mi me qyuisiere hazer merced de llamarme para que le sirva siquiera de estropajo, de solo V,S, está tal obra. Recibirá mi alma las mercedes que en toda su vida deseó y así lo ofrezco todo a Nuestro Señor para que haga en todo su santa voluntad” (Bataillon, 1995, pág. 184). Castillo había dado un año de griego en 1525, traído desde Sevilla hasta Toledo por el Arzobispo e Inquisidor General Manrique, siendo sus principales oyentes sacerdotes, muchos de los cuales eran alumbrados. Hemos de insistir que cuando decimos “alumbrados” incluimos la acepción de “evangélicos” que en palabras de sus acusadores siempre se referían a “luteranos”. En los folios de Diego Hernández con el título “Cohors sive factio lutheranorum” comenzaban así: “El maestro Juan del Castillo me dijo que si se le prendiese, él moriría en la secta luterana, alabando a Dios y, si fuera quemado vivo, no revelaría los nombres de ninguno de los que él sabía eran de su secta, para que ellos pudieran seguir viviendo y extender y glorificar a Dios y que si no fuera por la Inquisición él mismo predicaría esto, pues había más penas para los luteranos en España que en Alemania, él mismo como lo hizo Juan López de Celaín se dejaría quemar y moriría en la secta como un noble y no traicionaría a nadie”
1) “Quitar el temor y poner seguridad” tal es, a juicio de un teólogo español (Melchor Cano) uno de los rasgos gracias a los cuales el iluminismo se emparienta con el luteranismo. Es impresionante la exactitud de este juicio cuando nos encontramos por azar ante una expresión algo espontánea de la piedad de los “alumbrados”, por ejemplo cierta carta devota escrita a Petronila del Castillo de Lucena, por su hermano el humanista Castillo, la cual está como bañada de alegre confianza en un Dios que se instala en el alma, como un “buen huésped” para colmarla de beneficios que “obra en nosotros obras de vida eterna” que es “nuestra vida, nuestro mantenimiento, nuestro Dios, nuestro Señor”. (Bataillon, 1995, pág. 176)

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