El evangelio es alegría

La Biblia nos habla de un Dios que es alegre, y que comparte esa alegría con sus hijos.

06 DE SEPTIEMBRE DE 2021 · 13:59

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Imagen de Taylor Wright en Unsplash.

Os escribimos estas cosas para que nuestra alegría sea completa.

1 Juan 1:4

Hay una variante textual en este versículo de 1 Juan, en la presentación de la carta, y es que hay algunos manuscritos donde se lee “nuestra” alegría y otros donde se lee “vuestra” alegría. Pero en muchos casos esta diferencia se resume de manera muy clara: la alegría se comparte. Es la que tiene el autor al escribir a sus futuros lectores, al saber de la salud de su fe. La alegría es de ellos, pero también es del autor. Otro día volveré al sentido de comunidad y de permanencia de esa comunión del comienzo de 1 de Juan que da sentido a esta variante, pero hoy quería hacer una breve nota acerca de la alegría.

He pasado una parte importante de mi vida leyendo la Biblia e ignorando deliberadamente la alegría que desprende. Quizá yo no tenía mucha alegría en mí que resonase cada vez que me topaba con un versículo así; pero, además, estaba esa carga pesada de que la Biblia debía leerse para no pecar. Lees porque “lo importante” es apartarte del pecado, y lees porque no leerla en sí es pecado. Y a uno le meten mucho miedo con el pecado y sus consecuencias. En ese estado de ánimo poca alegría se puede ver ni compartir.

Los últimos años he hecho el esfuerzo consciente de buscar esa huella de la felicidad, el gozo, la alegría (en sus muchos nombres) entre sus páginas. Sé que es algo que he tenido que aprender del propio Señor mientras me guiaba a la lectura. Si solo leo la Biblia para huir de un posible castigo, con culpa y carga y el yugo del pecado a punto de caer sobre mi cuello, no voy a entender nada. Lo que recibí, en cambio, fue un “Oye, Noa, las instrucciones están bien, pero la Biblia no fue escrita para eso. Tan solo tienes que fijarte. ¿Qué lees?”. Y lo que leo es a personas que tienen esa felicidad agarrada a lo profundo de su ser y que ni siquiera en la peor de las circunstancias son capaces de desprenderse de ella y de lo que provoca. Esa felicidad es salud mental, y salud emocional. Y es una muestra de que cuando creemos en Jesús el Espíritu Santo va con nosotros y ya no estamos solos nunca más.

Me ha costado entender que Dios es alegre, no un Dios sancionador, castigador, siempre pendiente de a ver cómo te puede humillar. Ni de lejos. Era muy arrogante de mi parte querer darle a Dios la personalidad que yo me quería imaginar. Él es una persona independiente de mí; no tiene la personalidad que yo quiera darle, no funciona así. La Biblia nos habla de un Dios que es alegre, y que comparte esa alegría con sus hijos. En medio y a pesar de todo. Si Dios, que es consciente de todas las desgracias del mundo, que lleva sobre sus hombros toda la tristeza de cada ser humano, es capaz de ser alegre, nosotros más. A lo largo de la Biblia mucha gente pasa por situaciones de estrés, depresión, angustia y decepción. Pero nada de eso es capaz de arrancar una buena raíz de alegría anclada en lo profundo del espíritu.

El evangelio son buenas noticias, y además “literalmente”. ¿Cuándo nos olvidamos de ellas? Las buenas noticias tienen un efecto inmediato en cualquier persona que las oye: te provocan una sonrisa. Cuando alguien te dice: “Tengo una buena noticia”, automáticamente la recibes feliz y expectante. Te hacen sentir bien. Al evangelio de Cristo, desde sus mismos comienzos, se le llamo “buenas noticias” porque es esa la sensación que produce, ese alivio eterno, ese descanso inimaginable. Si lo que sientes en tu fe, o en tu vida cristiana, es una carga constante, la sensación de que nunca haces suficiente, de que el pecado te acecha y tú no puedes bajar la guardia; si te sientes obligado a leer la Biblia por preocupación, entonces, no estás viviendo las buenas noticias. El evangelio es, en gran medida, una enorme alegría, definitiva, redonda, perfecta, que se nos ha dado gratis y sin recargos. Si tú, para ser cristiano, sientes que estás de algún modo “pagando” algo, o “pagando un precio” (ya sea económicamente, o emocionalmente), y que esa sensación puede más que todo lo demás, te puedo asegurar que no es a Dios a quien estás pagando.

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