La renovación del entendimiento

La actitud y el carácter se muestran en acciones exteriores, pero se basan en una cuestión interna. Si queremos cambiar de acciones, debemos cambiar de actitud con respecto a ellas.

15 DE FEBRERO DE 2016 · 10:24

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No os amoldéis al mundo actual, sino sed transformados mediante la renovación de vuestra mente.

Romanos 12:2

A tenor de los comentarios del artículo de la semana pasada, me di cuenta el mismo día de la publicación que había tocado un lugar sensible del pueblo evangélico al hablar de la moral, del se puede o no se puede hacer. No es como otras veces que se te llenan de amonestaciones los comentarios (eso suele pasar sobre todo cuando hablo de temas relacionados con la mujer), sino más bien como el quejido incómodo del que está sentado en el sofá de su casa y es instado a levantarse. Por supuesto, nadie puede defender hoy en día que el cristiano no debe estar involucrado en el bienestar de su sociedad en cualquiera de sus áreas. Sin embargo, en un nivel práctico, el corazón humano es lento y terco en cambiar cosas que nos resultan cómodas; y la verdad es que nos hemos acostumbrado a ver los temas sociales (justicia social, política, arte, cultura) desde nuestra perspectiva occidental fallida y acomodada, aun desde dentro de las iglesias.

Hay ministerios y organizaciones tan loables, tan dentro del corazón de Dios, con tanto trabajo por hacer, que no podemos acomodarnos. No hace mucho leía por Internet un comentario al típico hilo de un foro de cristianos de la clase: “Pastor, ¿cómo cristiano puedo escuchar a Pablo Alborán?” (Intercámbiese por cualquier otro cantante, grupo, película, libro o videojuego). Alguien comentaba a tenor de esto (y yo creo que muy acertadamente) que le parecía una vergüenza que hubiese cristianos tan centrados en sus ombligos que esos fueran los temas que les preocupaban y que les ocupaban todo el tiempo, y no la justicia social, la iglesia perseguida, la difusión del evangelio, o cualquier otra cosa de tantas de las que hay que ocuparse, que no nos llegan las manos para hacerlo.

Por eso creo que es muy importante que volvamos un segundo, brevemente, a lo que Pablo comentaba en este versículo de Romanos, y que nos fijemos muy bien en las palabras que escoge.

Pablo habla de un hecho fundamental del evangelio: dentro del cristiano, cuando se convierte, sucede una transformación. Él mismo la experimentó. En Gálatas 1:15-19 se nos cuenta que pasó muchos años aprendiendo, no en términos de una educación formal en una escuela o seminario, sino como una vivencia personal que englobaba todas las áreas de su existencia y su experiencia.

Las palabras utilizadas y los tiempos verbales del versículo transmiten que la transformación no un evento puntual, sino un hecho continuado en el tiempo.

Nosotros estamos atrapados dentro de nuestro lenguaje, nuestras costumbres y nuestra forma de entender las cosas. Lo vemos en cosas tan ridículas como intentar acordar cómo se cocina una tortilla de patatas. Para mi desgracia (lo digo porque a veces me entretengo demasiado en ello), sigo en Facebook a bastantes videoblogs de cocina. El otro día en uno latinoamericano explicaban una receta de tortilla de patatas a la que echaban ajo y freían la cebolla aparte de las patatas. Había miles de comentarios quejándose de que era una vergüenza poner una receta de tortilla “mal hecha”, sin parar a pensar que en muchos sitios de Latinoamérica, simplemente, se hace así. Y ya no hablemos del tema de si le ponemos cebolla o no porque se puede llegar a derramar sangre.

Si esto es así con una receta de tortilla, ¿cómo no va a ser importante que lo tomemos en cuenta para todo lo demás? Tenemos automatizadas muchas creencias y conceptos que afectan a nuestras acciones cotidianas. No pensamos en cómo se monta en bicicleta, ni en cómo se conecta la cafetera; tampoco pensamos en cómo nos atamos los cordones de los zapatos, o cómo se abrocha la cremallera del abrigo: una vez aprendimos a hacerlo, se transforma en un acto automático y pasa a una parte subconsciente de nuestro cerebro que nos permite realizar acciones cotidianas sin utilizar el pensamiento consciente para no desperdiciar energía mental. Esto que funciona muy bien a nivel neurológico sucede también a nivel ideológico. Una vez implantada una creencia en nosotros, actuamos en base a ella automáticamente, sin planteárnoslo. Y la influencia del pecado es muy poderosa, y nos pone trabas. Solo el Espíritu Santo dentro de nosotros es capaz de hacernos cambiar.

Es interesante porque en Romanos 12:2 con ese “amoldéis” (o en la Reina Valera del 60 “conforméis”), συσχηματιζεσθε, Pablo se está refiriendo precisamente a esto, a las creencias, las formas, las ideas. El verbo que utiliza en griego proviene de la palabra que ha dado origen a nuestra palabra esquema, σχημα. En el original, schêma quiere decir “actitud, carácter, manera de conducirse”.

Aunque la actitud y el carácter se muestran en acciones exteriores, consisten en realidad es una cuestión interna. Actuaremos en base a lo que creemos que es bueno y es verdad. Si queremos cambiar de acciones, debemos cambiar de actitud con respecto a ellas. Si queremos dejar de fumar, debemos convencernos de que nos perjudica, y nadie va a pensar siquiera en dejarlo mientras considere su cigarrillo de la mañana su único momento alegre del día.

Una creencia no se cambia de la noche a la mañana, sino que es un proceso que en cada uno dura lo que debe de durar. Y depende del momento. Hay cosas que nos golpean y cambiamos radicalmente, pero aun así se resienten unos días; hay otras con las que solo percibimos el cambio a años vista. Una hermana me comentaba hace tiempo que a ella le costó muchos años dejar de decir palabrotas cuando se convirtió. Otros se convierten y tardan un tiempo en dejar a sus parejas, con las que no tienen una relación que agrada a Dios. En 1 Corintios 8:8 dice con respecto al tema de lo sacrificado a los ídolos: “no somos mejores por comer ni peores por no comer”, y sigue explicando que es una cuestión del que come, y que en base a eso debemos actuar y respetar a los demás en cuestiones que no afectan tanto al contenido del evangelio sino a las formas. Y esto es algo que deberían recordar muchos de los que insisten en que un cristiano, si ha dado testimonio de haber creído en Cristo, “ya no puede” hacer según qué cosas. Lo cierto es que sí, las hará. No debería hacerlas, pero las hará. Y no pasará nada mientras esté en el proceso de renovación de su mente del que habla Pablo, porque mientras se renueva tiene el perdón de Dios a su disposición. Igual que todos nosotros, que tampoco hemos llegado a renovarnos del todo, ni lo conseguiremos en esta vida.

Así pues, cuando Pablo habla de que no nos amoldemos a este mundo actual, no se refiere a lo que hacemos, sino a por qué hacemos lo que hacemos. Habla de las creencias que nos llevan a tomar esa actitud y conforman nuestro carácter. Si no nos casamos porque realmente entendemos que no es nuestra clase de vida, y en medio de todo eso vivimos para el Señor, pues gloria a Dios. Pero si decidimos no casarnos porque pensamos que somos tan despreciables que nadie puede amarnos, o porque no queremos ser sexualmente fieles a una sola persona el resto de nuestra vida, pues tenemos un problema. Y nada de eso agrada a Dios. No es el acto: es la actitud. Es la creencia, el esquema mental y social en el que basamos nuestra acción.

Sin embargo, es mucho más fácil que hayamos escuchado una predicación (o leído un libro) acerca de lo que debemos o no hacer y no acerca de lo que debemos o no creer. Cuando antes hablaba de la comodidad en la que nos hemos instalado, me refería básicamente a esto. Es fácil controlar a una masa de población cualquiera por medio de la imposición de unas normas morales y de conducta, y no me refiero a ciertas iglesias o congregaciones; es el sistema que se ha utilizado desde la Esparta clásica hasta el estalinismo. Sin embargo, eso no tiene nada que ver con el evangelio ni con la renovación de nuestra mente: el evangelio es una revolución porque afecta al interior de cada ser humano de una manera única en la historia de la humanidad. Y esa revolución interior afecta a nuestras relaciones, nuestra familia, nuestra sociedad y finalmente al propio mundo en que vivimos. Sin esa renovación interior de la mente la historia del cristianismo de los últimos dos mil años habría sido básicamente imposible, porque no se basaba solo en nuevas conductas morales que acatar, sino en personas tan impactadas en lo profundo de sus creencias por la realidad de Cristo que comenzaron a actuar de forma diferente en consecuencia.

No debemos perder esa fascinación, ese amor, esa energía interna de la que nos insufla el Espíritu Santo que se nos ha prometido a los redimidos en Cristo. Todo, todo, se basa en ello.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - La renovación del entendimiento