Amigos del mundo, enemigos de Dios

Durante décadas, desde dentro de las iglesias, se nos ha estado vendiendo la idea de que la política, el arte o la cultura son amistad con el mundo, cuestiones en las que un cristiano de buen nombre no se debe meter.

08 DE FEBRERO DE 2016 · 10:06

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¡Oh gente adúltera! ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve enemigo de Dios.

Santiago 4:4

Estas semanas de atrás pasó algo curioso; José de Segovia publicó en este medio un artículo sobre Harry Potter y faltó tiempo para que le acusaran de hereje de parte de unos cuantos. Semanas después, a propósito de la muerte de David Bowie, Daniel Jándula fue acusado de blasfemo por hacer una serie reflexionando sobre la música y la espiritualidad del artista. Esta gente opina que un cristiano no debe hablar ni involucrarse en esas cosas “poco piadosas”, y te lo argumentan a bibliazos con toda tranquilidad. No creo que José de Segovia sea un hereje ni que Daniel Jándula sea un blasfemo; al menos en la parte en la que les conozco personalmente, he podido comprobar que no es así. Uno podría pensar que no hay que hacer caso a los que acusan, porque se trata de los cuatro (o cuatrocientos, por desgracia) necios de turno que no tienen otra cosa mejor que hacer. Sin embargo, aunque yo soy de las primeras que levantan la consigna de que no hay que alimentar al troll (al que comenta en las redes sociales adrede para crear polémicas malintencionadas, no por debatir), en este caso me dio por pensar que, quizá, debajo de todo esto hubiese algo más.

En otro orden de cosas, todos estamos sufriendo mucho con la impotencia que nos provoca la cuestión de los refugiados que llegan a Europa; y más allá, la tristeza y el dolor de saber la cantidad de niños solos y desaparecidos que se encuentran dentro de ese número inabarcable. Es algo por lo que oramos, sin duda; e intentamos colaborar en la medida de nuestras posibilidades. ¿Pero tenemos, realmente, alguna posibilidad de colaborar? La verdad es que se trata de una cuestión meramente política. El hombre de a pie, la mujer común, los que tienen que cuidar de su casa y su familia y tienen un trabajo medio, no tienen ninguna capacidad de hacer nada. Apenas las ONG tienen capacidad de hacer algo. Son los políticos los que tienen voz y brazos en esta cuestión para actuar, pero o se mueven muy lentos o no les importa. Y es aquí donde conectan estos dos temas: podría haber políticos, con convicciones y fe de las inspiradas en Cristo, que se muevan a favor de los pobres, los huérfanos, las viudas y los extranjeros, les den consuelo, cobijo y alivio, les defiendan con justicia y busquen una solución. Solo los políticos están en el nivel en el que pueden dialogar en un escenario internacional de conflicto. Pero no hay ninguno de esos en este país, y no me atrevo a decir ya en Europa. ¿Y por qué no los hay?, me pregunté. Quizá sea porque durante décadas, desde dentro de las iglesias, se nos ha estado vendiendo la idea de que la política, el arte, la cultura y esas cosas son amistad con el mundo, cuestiones en las que un cristiano de buen nombre no se debe meter. Se nos ha convencido de que los buenos cristianos no deben meterse en política, que la cultura es un lujo innecesario, que el arte es para gente ociosa. Que la amistad con el mundo de la que hablaba Santiago en su carta era eso. Que el mejor cristiano era el que lleva una vida normal, con una familia normal, con un trabajo normal, y se apartaba de esos temas.

Sé que lo que estoy diciendo es algo así como abrir una caja llena de truenos, pero que me disculpen los que se ofendan: no lo hago con mala fe, sino con intención de decir la verdad; estoy harta del discurso de “la amistad con el mundo” esgrimido contra cualquier cosa que se salga de los cortos límites de los prejuicios de unos cuantos.

Porque sí, son prejuicios, no Biblia. No es fe. No es evangelio.

Pero para poder decir esto tenemos que acudir al texto de la polémica. He escuchado muchas predicaciones sobre ello, pero muy pocas explicaciones. Pensaba que iba a ser una cuestión complicada, pero, para mi sorpresa, mi simple diccionario de griego clásico (el mismo que usaba cuando aprendía la lengua en clase, o sea, nada místico ni trascendental), dice algo muy interesante acerca de qué es esa cosa del mundo. La palabra que utiliza Santiago es κοσμου (kosmou), y sí, tal y como suena, es la palabra de la que proviene nuestro cosmos. En el original, antes que universo se refiere a orden, convivencia, organización. Santiago se está refiriendo al orden establecido.

Podríamos pensar que entonces la interpretación tradicional que se le ha dado desde ciertos púlpitos no es desacertada. Se nos ha vendido la idea de que todo lo que no pertenezca necesariamente al ámbito de la iglesia es el mundo; sin embargo, Santiago no habla en ningún lugar de que ese orden establecido esté en oposición a la iglesia; Santiago habla del orden establecido que está en contra del mismo Dios con el que nos enemistamos. Tanto antes como después de este versículo está hablando de la raíz del pecado que habita en nosotros y nos impide acceder a Dios.

Otra cosa de la que no nos vamos a poner a hablar aquí es de dónde sale esa obsesión con que la iglesia representa un grupo cerrado aparte de la sociedad y la cultura en la que existe, un concepto tan peregrino como extrabíblico. Pero eso para otro día.

En el capítulo anterior, antes de llegar al 4:4, Santiago explica que es necesario que recibamos la sabiduría directamente de Dios, que amoldemos nuestro pensamiento al suyo para que así nuestras acciones y nuestra vida pueda honrar a Dios. En 3:13-18 se ve como no consiste simplemente en un número de reglas morales a cumplir, sino una verdadera transformación del interior de la persona que se refleja fuera. Cuando tenemos la sabiduría de Dios, actuamos con paz y bondad; cuando estamos lejos de ella, actuamos guiados por nuestras envidias e intenciones ocultas. Santiago está hablando a personas de dentro de la iglesia que, a pesar de llamarse amigos de Dios, no se comportaban como tales; y no podían disimularlo: sus acciones les delataban. Aunque pareciera que oraban muy piadosamente, no parecía que sus oraciones fueran escuchadas (4:3). ¿Tiene eso algo que ver con la cultura o la política? Más bien Santiago está hablando de las convicciones profundas del ser humano.

Más aún, la palabra clave para entender 4:4 es ese “¡Adúlteros!”, que muchos de los que usan este versículo a su antojo omiten. Keener, en su Comentario del contexto cultural, dice que este “Adúlteros” remite directamente a textos proféticos como Oseas donde se asocia la idolatría de Israel y su infidelidad a Dios con la infidelidad de una esposa. Les estaba hablando de otra cosa, de la desobediencia profunda de aquellos que rechazaban a Dios en su corazón, pero que aun así seguían pretendiendo llamarse amigos, hijos o pueblo de Dios por intereses sociales o estratégicos. Santiago recupera esa imagen porque se está refiriendo a lo mismo. El insulto no es gratuito. Keener aclara: “… proclamaban ser amigos de Dios, pero realmente eran protegidos morales del mundo (la amistad a menudo se aplicaba a las relaciones protector-protegido), es decir, ellos compartían los valores del mundo, realmente eran infieles para con Dios”.

Desde esta perspectiva, ¿acaso no conocemos nosotros a gente así? ¿Acaso no hemos sido nosotros así en algún momento? Si un cristiano no siente que cuanto más ahonda en su relación con Dios más difícil encuentra entender y aceptar los principios del resto de personas de su cotidianeidad, es que tiene un problema. Me refiero a esa otra moral, a esas otras creencias, que asumimos casi sin darnos cuenta. A esas prácticas que se nos meten dentro y nos encumbran a otros ídolos en el corazón. Por poner un ejemplo tonto, me refiero a la idea de que si no tienes una vida de éxito no vales para nada. O a la idea de que ser cristiano consiste en que cuando te mueras vas a ir al cielo, pero que a este otro lado consiste esencialmente en no faltar a la iglesia los domingos, y en lo demás somos gente muy normal.

Para mí, esta amistad con el orden establecido a la que se refiere Santiago tiene que ver con la naturalidad con la que aceptamos las pequeñas corrupciones cotidianas (la piratería, el pagar cosas sin IVA), y la indulgencia con la que diluimos nuestra moral tirando basura al suelo o no recogiendo la caca del perro. Sentimos envidia de otros (4:2) muchas veces, pero no nos paramos a pensar que eso esté mal, porque lo hace todo el mundo. En 4:6 se nos dice que Dios nos da gracia para vencer esos malos deseos, porque esa amistad con el orden establecido, para Santiago, tiene más que ver con la obsesión por comprarte un televisor de 50 pulgadas aunque en tu congregación haya hermanos que no puedan pagarse la factura de la luz. Habla del ocio banal y superficial que se nos empuja a creer que “necesitamos”. El orden establecido en el que los ricos se aprovechan de los pobres, los hombres abusan de las mujeres y los niños son menospreciados. El orden establecido no va en contra de la iglesia, sino en contra de Dios mismo, de su Espíritu Santo en nosotros, de cómo su reino se debe expandir en esta tierra a través de las pequeñas acciones subversivas cotidianas de todos los redimidos en Cristo que forman su iglesia.

En Dios en un burdel se cuenta la dura historia de un hombre australiano, cristiano comprometido, que durante muchos años trabajó para una organización que recogía pruebas sobre esclavitud sexual y trata de personas en países del sudeste asiático para después presentar casos y actuar en contra de proxenetas y bandas organizadas. Metió a mucha gente en la cárcel, y liberó a muchas mujeres y niños de la esclavitud. Sin embargo, la mayor parte de las veces lo conseguía haciéndose pasar por un cliente más. El mantenía su moral cristiana y no se aprovechaba de las mujeres con las que contactaba en bares y burdeles, pero tenía que aparentar ser un pederasta más delante de los otros para poder recoger toda la información posible. Si ese hombre hubiese actuado creyendo que “el mundo” eran sus acciones y no la intención de su corazón, todas las mujeres y niños que liberó seguirían esclavizados; y muchos quizá muertos. Quizá esa actitud de la iglesia durante tantas décadas (haciendo esa apología de la indolencia, negándonos a actuar, cerrándonos puertas, aislándonos) tiene como resultado que ahora no somos, ni podemos ser, relevantes en la sociedad en la que vivimos. No somos sal ni luz. Es una carrera de fondo, no actitudes puntuales, y si hubiéramos empezado antes ahora estaríamos recogiendo frutos.

Quizá desde mi ignorancia o desde mi ingenuidad yo confío en que todos los que opinan que no se puede escuchar a David Bowie ni leer a Harry Potter comprendan que Dios también amaba a Bowie y ama a los que leen Harry Potter. Dios ama a los que creen que si el ser humano puede ser redimido en Cristo, también lo será cualquier cosa que “cultive” el ser humano según el mandato de Génesis de cultivar la tierra: no solo la agricultura, sino todo lo que el hombre toma y transforma. Ese mandato es anterior a la caída, y ese es un detalle importante, porque quiere decir que si alguna vez existió un hombre redimido y santo, existió un fruto de sus manos redimido y santo; si en Cristo podemos tener acceso a una parte de esa redención como seres humanos, el fruto de nuestras manos también deberá mostrar esa redención. ¿Y qué pasaría si el mundo se llenase de cristianos que se involucrasen en política, que persiguiesen leyes justas para sus pueblos y países? ¿Qué pasaría si hubiese cristianos que usando su creatividad (imagen del Dios creativo) creasen un arte y una cultura que apuntase a lo alto, hacia Dios, en vez de hacia nuestros ombligos? Yo sé lo que pasaría: que habría muchos que, creyéndose más cristianos que nadie (y más lejos de Dios que nadie) les acusarían de estar “yéndose al mundo” y haciéndose enemigos de Dios.  

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