La bruma 3 meses después de la riada
Hay pérdida de confort: el pueblo ya no es lo que era. Hay indignación con los políticos. Pero están también las preguntas sin resolver. ¿Por qué estoy vivo y otros no? ¿Por qué perdí sólo el coche mientras que otros su vivienda y negocio?
29 DE ENERO DE 2025 · 12:30
Han pasado 3 meses desde una gran riada que provocó una destrucción difícil de imaginar en 75 municipios en la provincia de Valencia.
Ese 29 de octubre, lluvias que acumularon hasta 700 litros por metro cuadrado en zonas de interior desembarcaron furiosamente en barrancos que anegaron totalmente una zona habitada por más de 150.000 personas.
Las marcas del agua, aún hoy visibles en muchas paredes, muestran que el agua superó en casi todos los lugares el metro de altura, y trepó hasta los 3 metros (hasta el balcón del primer piso) en zonas muy habitadas como el centro de Paiporta, la población en la que vivo con mi familia.
De forma totalmente inesperada y sin la alarma necesaria de las autoridades, una mezcla de agua, barro, troncos y toneladas de basura tomaron por sorpresa a miles de personas.
Imagen en enero de 2025 del barranco del Poio, que se desbordó en Paiporta el 29 de octubre de 2024 causando la muerte de almenos 45 personas. / Foto: Joel Forster
Cada uno de nosotros tiene una historia que contar sobre “donde estaba ese día”. 232 personas murieron en esa tarde-noche en la región, y los heridos colapsaron los hospitales de Valencia.
Hoy, conforme termina enero, centenares de familias aún viven con familiares o amigos lejos de casa, o alquilan una habitación, porque su piso en un bajo o su casa en la huerta aún no son habitables. Todos los edificios contra los que pegaron las “olas” siguen con daños. Miles de ellos. No hay ascensores para la gente mayor y fuera los coches indispensables para moverse aparcan donde pueden, al seguir inoperativos los garajes subterráneos.
Más de la mitad de los negocios familiares situados en bajos comerciales aún no han podido abrir, llevando a algunos a poner notas de despedida junto a su local vacío, explicando que les faltan las fuerzas para comenzar de nuevo.
Una nota de la propietaria de una carnicería en el centro de Paiporta anuncia su cierre definitivo. / Foto: Tabea Forster
Se sigue trabajando para que escuelas, parques, bibliotecas, transporte público, y otros servicios puedan volver a ser plenamente disponibles. Los militares siguen trabajando en grupos por las calles. Los tractores y las cubas de agua también.
La calidad del aire es aún mala muchos días, y cuando hace viento todo se llena con una nueva capa gruesa de polvo, del barro solidificado.
Un elevador de vehículos sin reparar en Paiporta, enero de 2025. / Foto: Joel Forster.
Han pasado tres, meses, pero “parece que llevamos un año”, me decía esta mañana un padre que dejaba sus dos niños pequeños en el autobús que lleva los escolares a otro centro en una población cercana no afectada.
Tres meses después, la sensación es que aunque casi todo el mundo ha vuelto a las rutinas semanales, hay una bruma sobre nuestras cabezas que no conseguimos quitarnos. Está la pérdida de confort: el pueblo ya no es lo que era. Está la indignación con los políticos. Pero están también las preguntas sin resolver. ¿Por qué estoy vivo y otros no? ¿Por qué sólo perdí el coche y algunos enseres y otros perdieron su vivienda entera y su frutería o gestoría o fontanería?
¿Es el destino? ¿Es la suerte? ¿Es el sinsentido de la vida? ¿Por qué Dios permite estas cosas? Las respuestas, cuando ves el desastre de primera mano, se te encallan un poco en la garganta, no salen fácilmente.
Y sin embargo, como cristianos, hemos experimentado de primera mano la solidez de una esperanza que va más allá de nuestros esfuerzos. Los que vivimos en estos pueblos (Paiporta, Picanya, Catarroja, Sedaví, Torrent, Alfafar, Massanassa, Sedaví, Benetússer…) tenemos una noción de fragilidad que no teníamos. Es en esta realiad, sin embargo, que las buenas noticias del evangelio tienen más sentido, no menos.
Qué increíble tener la convicción de que hay un Dios que es estable cuando todo se viene abajo. Y no sólo eso, sino que provee al necesitado y ofrece una esperanza inamovible para el que se pregunta cómo serán las cosas en el futuro. Qué increíble experimentar el acompañamiento, el abrazo, el servicio sacrificado de tantos otros que forman parte de la iglesia a nivel ya no de Valencia, sino de España entera y el extranjero. El sacrifico, la generosidad económica, la preocupación. La iglesia (no la institución, sino el cuerpo) es un inventazo de Dios.
Amigos nos preguntan estos días cómo se puede ayudar ahora. Mi respuesta, creo, es orando. Orar significa no olvidar a las personas y las situaciones.
Y orar significa pedir a Dios que siga haciendo lo que Él hace mejor: encontrarse con las personas, estén donde estén, piensen como piensen, sufran lo que sufran. En medio de la bruma.
Que Dios siga trabajando y nosotros podamos ser de alguna forma parte de su plan. La vida que Él trae es vida in-inundable.
Joel Forster, residente en Paiporta, director de Evangelical Focus.
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