Una Reforma del siglo XXI: una poda inevitable

¿Estamos viviendo las enseñanzas de Jesús de un modo que refleje amor y compasión? ¿Estamos dispuestos a cuestionar el statu quo y a realizar los cambios necesarios antes de que sea demasiado tarde? Por Walid Zailaa.

  · Traducido por Rosa Gubianas

06 DE MAYO DE 2024 · 17:36

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En un mundo en constante evolución y cambio, es crucial que la Iglesia permanezca abierta a la reevaluación de sus prácticas y creencias.

El concepto de reforma ha sido una piedra angular de la fe protestante pero quizá haya llegado el momento de que la Iglesia de hoy examine más de cerca lo que significa realmente la reforma en nuestro contexto moderno.

¿Estamos viviendo las enseñanzas de Jesús de un modo que refleje amor y compasión? ¿Estamos dispuestos a cuestionar el statu quo y a realizar los cambios necesarios antes de que sea demasiado tarde? ¿Estamos preparados para soportar el doloroso proceso de la poda?

A continuación, sugiero cuatro señales que indican que la Iglesia necesita una reforma en el siglo XXI.

Nos dejamos llevar por la cultura

La prioridad que hoy se da a las tendencias culturales por encima de los valores bíblicos es muy preocupante. Es importante que la iglesia se dirija y guíe basándose en las enseñanzas de la Biblia, en lugar de ajustarse a las normas sociales y las tendencias modernas que, en muchos casos, pueden contradecir estas enseñanzas.

Cuando la cultura dicta nuestras creencias y prácticas corremos el riesgo de perder de vista nuestra misión.

La reforma dentro de la Iglesia es vital para garantizar que nos mantengamos fieles a nuestros principios fundacionales y sigamos teniendo un impacto cristiano en el mundo.

Aunque es importante comprometerse con nuestro contexto, siempre debemos defender las normas éticas establecidas en la Biblia, aunque vayan en contra de la opinión popular.

En el Antiguo Testamento el pueblo de Dios pidió un rey para ser como las naciones. Querían que el rey los juzgara, los guiara en la batalla y peleara sus guerras, “para que también nosotros seamos como todas las naciones y nuestro rey nos juzgue y salga delante de nosotros y pelee nuestras batallas” (1 Sam 8:20).

Sin embargo, el propósito de Israel era ser un ejemplo para otras naciones, mostrándoles cómo ser guiados por el Dios verdadero y no al revés.

Es importante que la Iglesia busque la validación de Dios y se esfuerce por ser fiel a su identidad, incluso cuando esa identidad signifique no estar en consonancia con las tendencias sociales. El pecado no puede embellecerse ni justificarse, independientemente de que la sociedad lo apruebe o no.

Manteniendo el camino de Cristo, la Iglesia sigue influyendo en el mundo y permanece fiel a su misión.

Nos guiamos por programas

La misión fundamental de la Iglesia es difundir el Evangelio y dar a conocer a Dios a todos. Esto puede lograrse predicando y viviendo el poder transformador de la gracia de Dios a través del mensaje de fe y amor.

Centrarse en los programas como el principal medio de crecimiento puede ser una trampa mortal, ya que podría conducir a una reunión temporal de personas con ideas afines en lugar de una comunidad fuerte y unificada, centrada en torno a una creencia compartida en las enseñanzas de Cristo.

En cambio, si se centra en predicar el Evangelio y encarnar sus valores, la Iglesia puede cumplir realmente su misión de difundir el amor de Dios a todos los que lo buscan.

Puede ser una buena idea tener una variedad de programas en la iglesia. Sin embargo, crear programas, actividades y diversas formas de “ministerio” para atraer a la gente puede ser peligroso.

Al volver a centrarse en la predicación del Evangelio y encarnar sus valores, la iglesia puede cumplir verdaderamente su misión de difundir el amor de Dios a todos los que lo buscan.

Según el Nuevo Testamento, el crecimiento sólo se produce cuando predicamos, enseñamos y vivimos el mensaje del Evangelio. Pablo dijo que cuando predicamos y enseñamos el Evangelio, Dios da el crecimiento (1 Cor 3:6).

En Hechos 2, Pedro predicó el Evangelio por primera vez después de la resurrección de Cristo. Su mensaje despertó la fe en muchos de los presentes (Hch 2:37).

Cuando le preguntaron qué tenían que hacer, Pedro les dijo “arrepentíos y bautizaos” (Hch 2:38).

El mensaje que predicaba era que Jesús era el Salvador y que debían obedecerle para salvarse. Vemos que “los que habían recibido su palabra se bautizaban” (Hch 2:41).

Estas personas fueron añadidas a la iglesia (Hch 2:47). El crecimiento ocurrió como resultado del mensaje del evangelio que fue predicado, y no de un programa planeado de antemano específicamente para cierto grupo de personas.

Estamos orientados a la empresa

Cuando reflexionamos sobre la iglesia es importante recordar que su propósito no es funcionar como una corporación.

Aunque algunos aspectos de los valores y el liderazgo empresariales pueden ser beneficiosos cuando se alinean con el plan de Dios, la iglesia debe ser cautelosa y no permitir que ideales mundanos como la competencia y el beneficio se infiltren en la comunidad.

La iglesia está destinada a ser el lugar donde las personas se unen para adorar y apoyarse mutuamente en su camino de fe. Cuando nos centramos en los números y las ganancias financieras, perdemos de vista lo que realmente importa a los ojos de Dios.

Es crucial que los líderes de la iglesia den prioridad al bienestar de su congregación por encima de cualquier deseo de éxito o reconocimiento corporativo.

Al igual que Jesús, un verdadero líder/maestro dentro de la iglesia debe encarnar cualidades de humildad, servicio y desinterés, en lugar de buscar el beneficio personal o el poder.

Jesús les dijo: “Si yo, vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros”.

La iglesia debe ser un lugar donde las personas se unan para rendir culto y apoyarse mutuamente en su camino de fe.

Mientras las estrategias eficaces del mundo empresarial ayuden a la iglesia a mantenerse fiel a sus valores fundamentales, podremos garantizar que la iglesia siga siendo un lugar próspero y espiritualmente satisfactorio.

La Iglesia es algo más que una organización; es un organismo vivo que se nutre de la fe y el amor. La Iglesia es el cuerpo de Cristo (1 Cor 12:12-13).

En Éfeso estalló una revuelta contra los cristianos porque los adoradores de Artemisa temían perder los ingresos procedentes de la fabricación y venta de ídolos (Hch 19:23-41).

La Iglesia no se movía por el afán de lucro, sino que desafiaba el statu quo de los adoradores de ídolos en aquel contexto y suponía una amenaza para su existencia.

Estamos impulsados por la popularidad

Es comprensible que, en la sociedad actual, las iglesias se centren a menudo en conseguir más seguidores en las redes sociales.

Sin embargo, es importante reconocer que hay problemas acuciantes en el mundo que requieren atención y acción. Puede ser desalentador ver que se da prioridad a la popularidad antes que a defender lo que es correcto.

Es primordial recordar que el pueblo de Dios no debe permanecer en silencio ante la opresión, la guerra, la pobreza y otras crisis.

Debemos elevar nuestras voces para llamar la atención sobre estos asuntos acuciantes más que para aumentar nuestra visibilidad mediática.

La verdadera fidelidad no consiste sólo en lo próspera que parezca una iglesia sino en lo activamente que trabaje para que el mundo esté en consonancia con la misión de Dios.

La Iglesia debe ser empática con el sufrimiento de los demás y utilizar su plataforma para poner de relieve las cuestiones que realmente importan.

Debe esforzarse por liberarse de las cadenas del éxito superficial y empezar a vivir sus valores bíblicos de difundir el amor, la compasión y la justicia.

A menudo oigo hablar de la “voz profética” de la Iglesia. Si ésta es realmente la voz de la Iglesia, en tiempos de crisis hay que pagar un coste.

¿Estamos dispuestos a pagar este coste, o preferimos ir a lo seguro, en un intento de complacer tanto a la víctima como al victimario?

Dado los rápidos cambios de nuestro mundo y la forma en que la Iglesia está respondiendo, cada vez está más claro que puede ser necesaria una reforma del siglo XXI.

Aunque son muchas las voces que piden un cambio, ¿necesitamos orar para que otro Martín Lutero encabece esta reforma y clave sus Noventa y cinco Tesis en la puerta de la Iglesia Protestante? Quizá todavía no.

No obstante, estamos llamados a plantearnos un cambio radical en nuestras iglesias. Si Dios no está representado en la vida de la iglesia y a través de ella, tendremos que soportar el doloroso proceso de la poda, para que toda rama que no dé fruto el Padre la quite y toda rama que dé fruto la pode, para que dé más fruto.
 

 

Walid Zailaa es Decano Académico del Seminario Teológico Bautista Árabe (ABTS, por sus siglas en inglés) y pastor de la Iglesia Bautista de la Fe que se reúne en Mansourieh, Líbano.

Este artículo se publicó por primera vez en el blog de la ABTS y se ha vuelto a publicar con permiso.

 

 

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