El duelo en tiempos de Zoom
El amor es lo único que puede verdaderamente derribar toda clase de obstáculos. Nuestro genuino deseo de ayudar al prójimo trasciende todas las fronteras.
29 DE OCTUBRE DE 2021 · 12:37
¡Quién me iba a decir a mí que, lo que empezó como un experimento, acabaría siendo una plataforma de ayuda y consuelo para muchísimas personas en duelo que hoy se conectan desde todos los lugares del mundo!
Durante doce años, la Asociación de Ayuda al Duelo ‘Decir Adiós’, que dirijo en Ibiza, abría sus puertas semanalmente a un grupo reducido de personas que previamente habían solicitado nuestra ayuda. Por aquél entonces, yo le daba mucha importancia al ambiente que debía crear para que los dolientes se sintieran acogidos: el café, el té, las pastas, las velas aromáticas, la música suave, los abrazos y la cercanía, eran, creía, el marco perfecto para iniciar su recuperación.
De repente, en un abrir y cerrar de ojos, la pandemia mundial trajo como consecuencia el confinamiento primero, y las restricciones impuestas por los gobiernos después, por lo que tuvimos que cerrar las puertas de nuestro idílico lugar de encuentro. Pero la gente seguía muriendo, y ahora, en muchas ocasiones lo hacía de forma aislada y sin despedidas por parte de los familiares, lo que producía un dolor añadido. Víctor Pérez, psiquiatra del Hospital del Mar de Barcelona y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica, reconoce que, “asustados por el contagio y por la falta de trajes de protección, el comité de crisis del hospital acordó que no se permitiría algo que culturalmente es sagrado, como es el duelo y el hecho de que la familia pueda estar cerca”,, y sigue diciendo: “Fue una línea roja que no debimos nunca cruzar”.
Según Paola Uribe, psicóloga y profesora del Instituto de La Familia, la pérdida de un ser querido en estos tiempos de coronavirus, en los que las malas noticias se daban por teléfono y no había tiempo para despedidas, causó muchos daños emocionales en las personas y produjo que los procesos de negación, de ira y de tristeza fueran más prolongados de lo habitual, porque, según ella, son duelos complejos en los cuales la etapa de aceptación toma más tiempo del normal, y en algunos casos, necesitarán de acompañamiento profesional.
Por eso teníamos que reinventarnos e iniciar nuevas formas de seguir ayudando a los dolientes…
Un día, a primeros de febrero del 2021, de madrugada, recibí un mensaje de una mujer de Perú. Me contaba que su exmarido había muerto por Covid-19 en el hospital, y que no había podido despedirse de él, lo que le producía un inmenso dolor. Y es que, a pesar de que ella había formado una nueva familia, seguía sintiendo un gran afecto por ese hombre, pero no podía llorar abiertamente porque su entorno no se lo permitiría ni la comprendería. (Es lo que se conoce como el ‘duelo prohibido’ o ‘duelo desautorizado’ y ocurre cuando el vínculo con la persona fallecida no ha sido aceptado por la sociedad. Sucede, por ejemplo, con la muerte de un amante, de una expareja e, incluso, de una mascota). Lo que ella buscaba era un lugar en el que poder desahogar su pena sin sentirse juzgada y así fue como buscando en las redes sociales me encontró. Me preguntó: “¿Vosotras hacéis reuniones virtuales por zoom?” Recuerdo que le contesté que no, que nosotros solo hacíamos reuniones presenciales. E intenté seguir durmiendo, pero ya no lo conseguí porque su pregunta me confrontaba ¿Y por qué no lo hacía? ¿A qué estaba esperando? Reconozco que hasta que la crisis del coronavirus estalló, no había ni siquiera escuchado hablar del Zoom ni de otra aplicación de ese tipo. Pero, ¿quién antes había oído hablar del Zoom? Y si bien es cierto que ya llevábamos unos meses como Iglesia reuniéndonos un día a la semana de forma virtual, y yo hacía mis ejercicios de estiramientos vía zoom, no tenía muy claro cómo iban a ser las reuniones de duelo desde esta plataforma. Tal como he contado al principio de este artículo, iniciamos estos grupos como un experimento sin saber muy bien si iban a funcionar. Tenía muchas dudas e inquietudes.
También tenía claro que no podía hacerlo sola, así que había que formar un equipo de personas dispuestas a embarcarse en este proyecto. Y ese fue el primer milagro, hallar un grupo de mujeres profesionales y sabias, que además han librado sus propias batallas y superado diferentes duelos a lo largo de sus vidas. Están llenas de ternura y empatía. Han desarrollado la difícil habilidad de escuchar y cuando intervienen, sus palabras son como un bálsamo para las heridas del corazón. ¡Qué privilegio contar con ellas! Ya estábamos listas para ayudar y acompañar semanalmente a las personas que se fueran uniendo de diferentes lugares del mundo y que hubieran perdido a un ser querido o bien estuvieran atravesando circunstancias difíciles.
Y ofrecimos en las redes nuestras reuniones virtuales. Inmediatamente empezamos a recibir peticiones de ayuda de los lugares más remotos del mundo: Argentina, Bolivia, México, E.E.U.U., Colombia, Chile, Perú, Francia, y por supuesto de muchas partes de España, Sevilla, Toledo, Benidorm, Madrid, Las Palmas, Córdoba, Ibiza…
Y fue sorprendente lo que ocurrió desde el minuto cero. La conexión que había con cada uno de las participantes era tan fuerte, que no sentíamos que nos separara ni la distancia ni la pantalla. ¡Se operó el milagro! Yo personalmente creo que se juntaron dos premisas fundamentales. Por una parte, se conectaban personas tremendamente necesitadas de ser escuchadas, comprendidas, consoladas y acompañadas en este duro trance que estaban atravesando, y por otra, un equipo de mujeres dispuestas a escuchar activamente durante dos horas ofreciéndoles todo su apoyo y comprensión. Y es que el amor es lo único que puede verdaderamente derribar toda clase de obstáculos. Nuestro genuino deseo de ayudar al prójimo trasciende todas las fronteras.
Seguimos reuniéndonos casi un año después, semanalmente, con diferentes personas que se unen desde lugares remotos del mundo y la presencia de Dios en cada una de las reuniones virtuales es tan real, tan poderosa, sanadora y consoladora, que solo puedo decir: ¡Gracias Señor por embarcarme en este proyecto en el que tú tienes todo el control!
(Para acompañar este artículo, le pedí a algunas de las participantes, a las que hoy ya considero mis amigas, que nos contaran lo que ha significado para ellas, participar en los grupos virtuales de ayuda al duelo).
Testimonios
Escribo estas líneas desde el profundo dolor de perder al amor de mi vida. Hoy hace un año a esta misma hora Javier partía. Las primeras semanas viví en modo “piloto automático”, pero poco a poco me daba cuenta de que tenía que ir conectándome con mi nueva realidad y era muy angustiador. La teoría me la sabía. Sabía que estaba en las manos del Señor, sabía que Él tiene permiso para dar y quitar, confiaba en sus promesas de consuelo y esperanza. Pero necesitaba compartir mi dolor, necesitaba hablar de lo que me pasaba. Y me daba cuenta de que, en general, no estamos preparados para escuchar. Mi entorno sólo quería que les dijera “estoy bien”, y era mentira, no lo estaba. Además, se permitían el lujo de decirme lo que tenía que hacer, esa expresión aborrecida por los que estamos en duelo: “tienes que…”. Entonces pedí a Dios que pusiera a alguien en mi camino que me pudiera ayudar. Y la respuesta no tardó. Conocí la Asociación de Ayuda al Duelo´´ Decir Adiós´´, que por motivos de la pandemia se estaban reuniendo por Zoom. ¡Gracias Señor! Eso era lo que necesitaba. Un grupo de personas que hablásemos ´´el mismo idioma”. Un tiempo juntas cada semana, desde diferentes países, donde nos damos permiso para llorar sin culpa, para reír si es necesario… para compartir nuestro dolor. No hay distancias, el dolor es un sentimiento universal, y a través de la pantalla se han creado lazos y vínculos entrañables. Lourdes Otero, Sevilla, (Periodista)
El 30 de abril de 2021 la pandemia me quitó a mi padre, así, de un plumazo, el COVID 19 me lo arrebató en menos de una semana. Hacer el duelo de un ser querido en pandemia ha sido muy difícil...En mi caso, mi padre se fue de éste mundo internado solito, sin posibilidad de despedirlo, ni de abrazarnos tranquilos ni siquiera entre nosotros como familia. Durante todo el año 2020 nos dimos "besos de nuca" como les digo yo...ni lo besé ni lo abracé como hubiese querido, por miedo, y tampoco nos vimos las veces y el tiempo que hubiéramos querido por el confinamiento…y en ese momento, no poder despedirlo ni acompañarnos o ser acompañados por familiares y amigos, tiñó el dolor haciéndolo más profundo por la soledad. Sentía que era el dolor sobre el dolor…Buscando ayuda me comentaron del grupo, y de no ser por la pandemia no hubiese llegado a éste grupo maravilloso que me contuvo y me ayudó desde el primer día y desde los lugares más remotos que jamás hubiera imaginado. Cuando pensé en unirme no tenía idea de qué se trataría, si era un espacio en el que lloraríamos frente a una pantalla unos con otros. Tampoco había atravesado un duelo anteriormente así que el dolor me estaba quemando por dentro y Dios las puso en mi camino. Desde el primer encuentro, hablando lo poco que pude por la angustia que brotaba desde mi interior, y más que nada escuchando, me sentí comprendida, aliviada, acompañada y esperanza de que era posible estar mejor. En el grupo hay padres, hay hijos, hay parejas, hay sobrinos, hay nietos que han perdido a su ser amado, pero sobre todo somos personas conectadas por ese dolor que sólo el que lo vive sabe de qué se trata, y allí está la clave por la cual las siento incluso más cercanas que a mis amistades a pesar del zoom y de los miles de kilómetros que nos separan. Nos abrazamos con el alma, con la mirada, con las palabras y hasta con simplemente escucharnos. Lo que sucede en cada zoom y la complicidad que se genera es tal, que en de cada reunión aprendemos y nos ayudamos un@s a otr@s, sea cual sea nuestro propio estado ese día o esa semana, incluso atravesando cada uno su propia tormenta puede ayudar a otro siendo el reflejo de que se puede, o de situaciones que podemos comprender desde otra perspectiva. Infinitas gracias a Gina y a las cálidas profesionales que la acompañan en ésta "cruzada de amor" que crece día a día. María Alejandra Bosco, La Pampa, Argentina (Kinesióloga)
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