Confusión de género vs. la bondad del evangelio (segunda parte)

Las modas ideológicas, por muy mayoritarias que parezcan en un momento dado, caducan. Pero las consecuencias para las siguientes generaciones quedan.

08 DE NOVIEMBRE DE 2020 · 08:00

Una chica con bandera LGTB en Bruselas. / Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@massimorinaldi27">Massimo Rinaldi</a>, Unsplash, CC0,
Una chica con bandera LGTB en Bruselas. / Foto: Massimo Rinaldi, Unsplash, CC0

Esta es la segunda parte de una respuesta a los planteamientos de Luis Marián publicados en el Magacín (aquí y aquí).

Puede leer la primera parte de este artículo aquí.

 

7. La mujer en Latinoamérica

En su segundo artículo, Luis Marián aborda el problema de la violencia contra la mujer y la necesaria lucha por la igualdad comparando Latinoamérica con Islandia.

En algún punto su crítica es estereotipada. Menciona hasta tres veces unas declaraciones de la Ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos de Brasil, la evangélica Damares Alves, sobre el “azul y el rosa” de niños y niñas, pero no explica algunas de sus iniciativas, como el programa de desarrollo entre mujeres tradicionalmente marginadas como las ribereños o gitanas. Ni su esfuerzo por “abordar los beneficios de la iniciación sexual tardía en adolescentes como estrategia de prevención primaria de los embarazos”.

La violencia contra la mujer en muchos países de Latinoamérica sigue siendo una realidad de grandes dimensiones, tal como Marián muestra con las estadísticas de México. No hay ningún tipo de duda de que es una lacra a combatir. Y es evidente, como el autor apunta, que los avances contra la violencia contra la mujer pasan inevitablemente por la educación.

Sin embargo, ¿es justo decir que “a los cristianos del continente se les ha vinculado más con las protestas contra la IdG que con esas otras movilizaciones a favor de la igualdad, llegando incluso muchos creyentes a oponerse a estas últimas por considerarlas una estrategia oscura de imposición de IdG”?

Muchos evangélicos en países como Cuba, Panamá, Uruguay o Argentina, explican que el problema es que son bombardeados constantemente con un “todo o nada” cuando se trata de la protección de la mujer. Denuncian que la “perspectiva de género” forma parte de un pack más amplio de iniciativas promovidas agresivamente por entidades como la Organización de Estados Americanos o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que incluye también la promoción del aborto y de las agendas LGTB.

Es esta sensación de indefensión la que incomoda a tantos evangélicos que se han lanzado a la calle en los últimos meses. Sus manifestaciones pacíficas contrastan, por cierto, con la intimidación de grupos como los “pañuelos verdes”.

Mujeres evangélicas como la uruguaya Nadia Márquez han sido recientemente un altavoz de esta inquietud, tanto en el ámbito de la política local como en foros internacionales como la OEA.  El renovado interés de muchos evangélicos latinoamericanos por participar en la vida pública (que incluye corrientes muy distintas, desde foros teológicos a grandes denominaciones, pasando por movimientos universitarios) contrasta con el abandono de la esfera pública por parte los evangélicos europeos.

 

8. ¿Son Islandia y otros países nórdicos un ejemplo a seguir?

Marián compara la realidad al otro lado del charco con el ejemplo de Islandia, un país que ha trabajado la equiparación entre hombres y mujeres, y conseguido erradicar la violencia machista. Sin embargo, hay otra realidad de Islandia que choca con esta imagen de país ideal para las mujeres: allí no nacen niñas con Síndrome de Down. Ni niños. En 2017 era el país del mundo con la estadística más alta de terminaciones de embarazo de Síndrome de Down, rayando el 100%. “Con una población de alrededor de 330.000, nacen de media sólo uno o dos niños con Síndrome de Down al año”, explicaba un reportaje de la CBS. En 2019, el parlamento islandés reformaba la ley del aborto para liberalizarla aún más. Se aumentaba el plazo permitido desde las 16 semanas hasta las 22. El Ministro de Sanidad se congratulaba de que la clase política islandesa estaba “lista para el siglo 21”.

Suecia es otro país presentado habitualmente como modélico, también en su tolerancia con las personas LGTB (Estocolmo tiene uno de los Orgullos Gay más famosos de Europa). Sin embargo, sus tratamientos para la transexualidad entre menores de edad (que inspiran la nueva Ley Trans española) han obligado a los expertos a dar la voz de alarma. Según el Comité de Salud y Bienestar del gobierno, los diagnósticos de disforia de género entre 2008 y 2018 se habían disparado un 1.500% entre las chicas de entre 13 y 18 años. Personas que se arrepienten de haber pasado por el quirófano comenzaron a tener voz en los medios, a la vez que se denunciaban lo criterios muy laxos de las clínicas que ofrecen reasignación de género.

Otros ejemplos de una aplicación dogmática y poco estudiada de la Ideología de Género es la marcha atrás que ha tenido que dar el Reino Unido a los planes de un censo que permitía la autoidentificación de género o la aún vigente propuesta holandesa de eliminar el género del documento de identidad.

Cuando estas corrientes se instalan en el poder, se dan situaciones inexplicables como la persecución por parte de la Fiscalía General de Finlandia contra una parlamentaria y exministra del gobierno por citar la Biblia en un tweet y escribir un libro (¡hace 15 años!) sobre la sexualidad según la Biblia. La investigación, que sigue abierta, se está dando contra el criterio de la propia policía, que ha interrogado varias veces a Päivi Rasänen y no ha encontrado indicios de odio.

 

Lo que nos jugamos

La realidad de Europa en cuestiones de género y sus ideologías fuertemente incrustadas en el ‘status quo’ político y mediático nos obliga a preguntarnos si reflejar el amor y la dignidad del evangelio pasa por acercarnos a sus postulados.

Como vemos en la breve selección de casos anterior, sus propuestas de Europa nos abocan a un futuro de confusión y crecientes problemáticas psicológicas en la raíz de los cuales está el concepto de “autoexpresión personal” llevado al extremo, tal como alertan especialistas como el citado Glynn Harrison en su libro “La gran egolatría”.

Como dice el analista cultural australiano Mark Sayers usando el símil futbolístico, “una ventaja de que nos hayan quitado el balón a los cristianos es que podemos ver cómo juegan otros”. En otras palabras, los dudosos resultados de las ideologías dominantes deberían evitar que renunciemos a nuestras convicciones.

Sería un error grave si nuestra “autocrítica” como iglesia nos lleva a comprometer o deconstruir principios fundamentales en las Escrituras como la verdad y autoridad de la Palabra de Dios (también en el área sexual), a cambio de una mayor aceptación social.

Las modas ideológicas, por muy mayoritarias que parezcan en un momento dado, caducan y son superadas por el efecto péndulo. Pero las consecuencias devastadoras para las siguientes generaciones quedan. Las semillas ideológicas que un día se plantaron, echan raíces y producen frutos visibles pasadas unas décadas. Son los hijos y nietos de los ideólogos los que sufren las consecuencias de las cosmovisiones sembradas.

Por cierto, las estadísticas nos muestran que las iglesias protestantes en Europa que han ido adaptando su doctrina a la mayoría cultural han comprobado que su pérdida de membresía e influencia seguía a pasos agigantados. Esto no nos debería sorprender. Abandonar las enseñanzas centrales de las Escrituras lleva a un evangelio gris, sin poder ni atractivo, porque se ha mimetizado con su entorno.

 

Conclusión: la bondad del evangelio, alternativa a la confusión

Todo el trabajo por la dignidad y la igualdad de las personas impulsado por los cristianos se diferencia de otras corrientes sociales en la visión moral que la origina. Creemos lo que creemos y hacemos lo que hacemos, porque Dios mismo es quien lo propone.

El llamado inicial de Jesús al comenzar su ministerio es la clave. Anuncia que “el reino de Dios se ha acercado” a la humanidad, plantea la necesidad de “arrepentirse” y llama a “creer en el evangelio” (Mc 1:15).

Podemos oír la queja de la cultura que nos rodea: ¿Estas son las “buenas noticias” de la fe cristiana? ¿Qué debemos cuestionar nuestras propias ideas y plantear que podrían estar equivocadas? ¿Que la justicia y el amor pasan irremediablemente por someternos a la realidad de Dios? No, gracias.

Y sin embargo, ese deber ser el planteamiento de la iglesia. Jesús vivió en la tensión que la autora Rebecca M. Pippert describe como “identificación radical - diferenciación radical”.

Él se sentó e identificó con las personas rechazadas, oprimidas y violentadas. Entabló relación con ellas, pasó tiempo en sus entornos personales, escuchó sus heridas y las amó como nadie antes, hasta el punto de dar su vida. Pero la Gracia de Dios no termina aquí.

Jesús no vino a afirmar nuestras ideas y confirmar nuestras ideologías. El llamamiento de Jesús, para el hombre, para la mujer, para la personas LGTB, es a descubrir nuestra verdadera identidad en Él. Esto es profundamente liberador, ya que una vez descubrimos la belleza y la bondad del evangelio, podemos poner fin a nuestra solitaria y agotadora lucha por definirnos a nosotros mismos. Una vez somos hechos hijos de Dios, otras identidades pasan a un segundo plano, e incluso se revelan como ídolos que desechar.

Las Ideologías de Género prometen hacernos más felices, iguales y “auténticamente nosotros”. Pero basta con mirar a nuestro alrededor para ver que producen más confusión, más inestabilidad emocional en nuestros niños y adolescentes, y más frustración.

Los cristianos no deberíamos sumarnos a nada que no podamos afirmar desde la Palabra. Debemos evaluar constantemente si nuestro profundo deseo de justicia y dignidad para todas las personas surge de una pasión dada por Dios mismo o por nuestro deseo de relevancia social.

Como muchas otras veces en el pasado, debemos decidir si asumimos (explícita o implícitamente) la ideología del ‘status quo’ o confiamos en la alternativa mejor del evangelio.

Mi oración es que la iglesia no venda la realidad suprema del evangelio por comprar fórmulas vacías que prometen el cielo, pero ni siquiera pueden salvarnos de nosotros mismos. Reafirmemos nuestra confianza en la bondad y el poder del evangelio. Por amor a Dios, a la iglesia, y a la sociedad en la que vivimos.

“La suma de tu palabra es verdad, y cada una de tus justas ordenanzas es eterna”. Salmo 119:60

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