Fiorella Faustor, en el corazón de las tribus urbanas

“Tenemos un equipo de 40 jóvenes, artistas misioneros, dedicados a alcanzar distintas tribus urbanas y evangelizar esas personas que no quieren saber nada de la Iglesia”.

13 DE SEPTIEMBRE DE 2024 · 12:00

Fiorella Faustor,Fiorella Faustor
Fiorella Faustor

Fiorella Faustor nació en Perú, pero se ha criado en Madrid, España. Desde muy pequeña le apasionaba todo lo que tenía que ver con las palabras y la cultura. Tenía planes para ser médico, como su padre, con el sueño de trabajar con Médicos del Mundo en zonas de guerra. “Tenía muy buenas notas, buenos amigos… pero sentía que siempre me faltaba algo”.

Cuando era adolescente, su familia conoció a unos misioneros argentinos en Madrid, y con ellos empezó a entender el amor de Dios. Pero se alejó, hasta que a los 18 años su vecina la invitó a un grupo de jóvenes de su iglesia. Era gente de su edad que leía la Biblia “y que no parecían raros, al menos no más de lo normal”. Allí le hablaron del perdón, “la realidad sencilla pero demoledora del perdón de Jesús revolucionó mi vida. Pude empezar a conocer a Dios, y Él empezó a cambiar todo el caos de estar siempre buscando algo. Me dio propósito y me enseñó a vivir en ese perdonar y ser perdonada”.

Actualmente está casada con Tony, un catalán de Ripollet, Barcelona. Nada más conocerse se dieron cuenta de que compartían esa hambre por saber, por leer, por investigar la verdad. Tony fue a una iglesia evangélica por curiosidad a los 24 años, para tener una experiencia más, una experiencia “intercultural”, en sus propias palabras. Pero allí encontró a Cristo. Nunca en su vida se hubiera imaginado que él llegaría a ser cristiano. Hoy son misioneros con Juventud Con Una Misión (JCUM) y trabajan con adolescentes y jóvenes para que tengan la oportunidad de conocer a Jesús.

 

Pregunta.- ¿Cuál ha sido tu evolución o trayectoria en el servicio?

Respuesta.- Desde el principio, Debbie, la responsable de jóvenes en mi iglesia solía darme oportunidades y empujarme a ir a más. Agradezco la confianza que depositó en una chica que amaba leer y escribir pero a la que le costaba mirar a los ojos a los demás. Ahí descubrí que Dios me estaba inspirando a dedicarme de una forma especial a alcanzar a otros.

A los 22 años, me uní a Juventud Con Una Misión, y Lance McKinney, el director nacional, me invitó a formar parte de un proyecto evangelístico donde podríamos alcanzar a personas que nunca pisarían una iglesia. Desde que entregué mi vida a Jesús había soñado con ver a gente de España convirtiéndose y con compartir el evangelio con éxito con mis compañeros de clase, así que dije sí.

Durante los siguientes años trabajé en crear un equipo de artistas misioneros que realmente supieran compartir el evangelio. Hoy, contamos con unos 40 jóvenes dedicados en exclusiva a alcanzar distintas tribus urbanas y evangelizar a esas personas que no quieren saber nada de la Iglesia. Ya llevamos una década recorriendo España, colaborando con iglesias para llevar a cabo eventos masivos que traigan el mensaje del evangelio de forma accesible, a través del arte: diferentes estilos de baile, música, hiphop, multimedia, rap y teatro. Gracias a Dios, ¡Hemos podido ver que el evangelio funciona en España!

Impact (@impactspain), nuestro ministerio, es un sueño cumplido. Y se que no es solo mi sueño, ya que muchas personas en diferentes puntos de España nos han dicho que habían orado por algo como esto. Es increíble ver a tantos jóvenes unirse a la misión de Dios con lo mejor que saben hacer.

 

P.- Actualmente, ¿qué haces en tu iglesia o fuera de ella, qué labores desarrollas?

R.- En nuestra Iglesia, Comunidad Cristiana La Base, nos apasiona poder conocer a Dios juntos siendo auténticos, mostrando quiénes somos realmente, y dar a conocer a Dios sin temor. Mi enfoque es el proyecto de evangelización Alpha, una serie de sesiones interactivas donde cenamos, vemos una charla y tenemos un debate con preguntas profundas sobre la fe, la vida y el propósito, un lugar donde los más alejados pueden sentirse como en casa y tener la oportunidad de conocer a Jesús.

Soy traductora, así que también uso lo que me apasiona para ayudar a varios ministerios a que mucho material en inglés pueda estar disponible en español, para que las iglesias puedan tener acceso a recursos de evangelismo y discipulado y de formación en pensamiento cristiano.

Mi pasión es que no solo los corazones de los jóvenes sean evangelizados, si no también sus mentes. Así que llevo a cabo seminarios, talleres, encuentros de artistas y diferentes iniciativas de entrenamiento sobre temas como Fe y Razón, ¿Por qué crees lo que crees?, Cómo los artistas pueden discipular una cultura, Lo que no te cuentan de lo que ves (series, películas, etc) y otros temas que animen a los jóvenes a examinar su cosmovisión, es decir, las gafas con las que ven la vida. El objetivo es dejar atrás el ser personas que se “sienten” cristianas pero que van ciegamente tras lo que dicten los medios de comunicación, las redes o sus profesores en temas como economía, inmigración, mujer, impuestos, hijos o raza, dejándose llevar a una forma de pensar ajena a la Biblia.

Fiorella Faustor, en el corazón de las tribus urbanas

P.- ¿Cómo ves a los jóvenes evangélicos de hoy?

R.- Yo veo un hambre increíble. Los jóvenes, incluso los no creyentes, están buscando a Dios, pero no lo saben. Veo una generación, la Generación Z, que no ha sido enseñada a “conformarse y callarse” como las anteriores. Son quizás caóticos y pueden parecer poco comprometidos, pero realmente no son solo una generación de cristal. Son una generación mucho más abierta a Jesús que las anteriores, y mucho más dispuesta a moverse y unirse a causas que luchen por lo que consideran importante, aunque sea incómodo.

Lo que pasa es que muchas veces queremos pedirles compromiso por compromiso, porque antes funcionábamos así: tu líder te decía cuándo estar y dónde y que era importante, y ya era suficiente. Ahora no. Hay que mostrar las cosas, inspirar, compartir principios. Tener espacios donde pueden hacer preguntas y cuestionar. Y además tienen que ver que sabes reconocer tus carencias, o ser sincero con tus fallos. Entonces se comprometen, porque buscan algo real y esas personas auténticas a quienes seguir.

Muchas veces los jóvenes en las iglesias viven una doble línea de pensamiento. A un lado está lo que escuchan y viven en la iglesia y tal vez con sus padres. Y al otro, el resto de sus vidas, lo que les importa, lo que piensan sobre el dinero, sobre la amistad, sobre el sexo, sobre el futuro, sobre el trabajo, sobre la pobreza, sobre el medio ambiente. Y hay un muro de separación en el medio. Ese tipo de “fe” fragmentada es difícil que sobreviva. A veces no saben cómo abrir la puerta a experimentar a Jesús en su vida real, en sus problemas reales y en las cosas que les importan, especialmente si nos ven como iglesia ocupados en medir su carácter cristiano en base a si llevan tatuajes o no o cuántas veces a la semana pisan la iglesia o sirven en las actividades. Eso transmite que las cosas que le preocupan a la iglesia no tienen que ver con su vida real, si no con aparentar. Y solo es la fe que conecta con su realidad la que trae esperanza.

 

P.- ¿Cómo ves la situación actual de la mujer en las iglesias, denominaciones y entidades evangélicas? ¿Qué se puede hacer para que la mujer se integre con todo su potencial personal, intelectual y espiritual en la labor del reino de Dios y que sea reconocida?

R.- No conozco a la perfección la situación a gran escala, y nuestra realidad eclesial incluye muchos factores: culturales, étnicos, de tradición, etc. Hay una diversidad que nos puede enriquecer, pero institucionalmente la Iglesia, y en especial ciertos sectores, se puede estar quedando atrás en conceptos de igualdad y empoderamiento, sin enfocar aún tanta atención en ello. Pero quizás eso es bueno… puede ser una oportunidad de avanzar desde donde estamos. La cultura en general está en un punto reaccionario contra las ideas feministas más descabelladas. La gente está harta. Pero la Iglesia puede no estarlo todavía.

Hace 10 años empezamos a hacer en la calle una campaña interactiva con material multimedia que hablaba sobre el valor de la mujer. Entrevistábamos a los participantes al acabar. Había lágrimas, sonrisas y mucha aceptación. Varias mujeres tuvieron un encuentro con Jesús en esas campañas. Hoy en día, cuando la hacemos nos dicen “Uy, yo feminista de esas no soy” o los hombres: “Y, ¿por qué para la mujer? ¿Todo es para la mujer o qué? Es que estáis todo el rato igual” “¿Para el hombre no hay nada nunca?”

Estando a la defensiva, es difícil aprender. Pero en la iglesia tenemos la preciosa oportunidad de transmitir correctamente el verdadero valor de la mujer, y en ocasiones es aún terreno virgen al respecto. Se puede comenzar a enseñar, a tener conversaciones, a predicar, a hacer proyectos que inspiren, a hacer crítica saludable de lo que está sucediendo en la sociedad. Podemos generar contenido que ayude al conocimiento del valor bíblico de la mujer, de cuál es la verdadera igualdad de derechos y deberes e igualdad ante la ley, contenido que responda a las preguntas complicadas sobre el feminismo sin temor, y tratar de volver a ser quienes daban respuestas que satisfacían a los buscadores.

Una de las claves es contar historias. En formatos muy diferentes: vídeo, predicación, imagen, voz… Las niñas y las jóvenes necesitan referentes, y no solo del modelo humilde, silencioso, suave y acompañador de la mujer cristiana tradicional. Necesitan modelos de todo tipo de mujeres fieles que han usado sus dones al servicio de Dios y de sus familias y han marcado una diferencia. Ingenieras, directoras de ministerios, madres, pastoras, teólogas, etc… si contamos sus historias inspiraremos a las mujeres a ir más allá de las barreras, internas o externas. E inspiraremos a todos a saber encontrar y reconocer el tesoro que hay en las mujeres a su alrededor, y a apreciar su fuerza distinta y hermosa.

 

P.- ¿Te gustaría añadir algo más?

R.- Muchas gracias por la oportunidad de compartir con vosotros. Sigamos trabajando por una iglesia que muestre el valor infinito de cada persona que ha sido creada a imagen y semejanza de Dios.

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