Reflejo

Jesús: la diferencia.

Sara Moreno

10 DE OCTUBRE DE 2015 · 18:45

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Daniel recuerda el día que aceptó a Cristo como salvador de su vida. Fue muy importante.

Entendió que debía ser reflejo de Dios. Para ello, Cristo le regaló un espejo.

Desde entonces siempre lo lleva, a cualquier lugar. Es pequeño, manejable, pero lo suficientemente grande como para verse bien. Es bonito, le pega con todo, y puede ver sus cambios día a día.

Lo usa mucho, se mira constantemente. Quiere que Dios lo vea cuidado, limpio y reflejando su felicidad por estar a su lado. Pero a veces se desanima.

No entiende cómo no consigue llegar a otros. Es guapo, su cutis es perfecto, siempre va limpio, con una sonrisa de anuncio y, aunque en el reflejo no se note, huele muy bien. Respecto a su comportamiento, es ejemplar. Participa en todas las actividades de la iglesia, siempre acompañado de ese espejo.

Un día Jesús le pregunta:

–¿Cómo te va con el espejo?

–¡Genial! Me encanta mirarme, ver mis cambios y observarme cuando participo en tu obra. La gente me felicita por lo que hago. Llevo el espejo a todos sitios.

–Aja... Ya veo. Pero ¿en qué momento has usado el espejo para hablar de mi?

Daniel no entiende nada.

–Pero creía que el espejo era para mi... Además, estoy tan ocupado en mirarme y mejorar como cristiano que ¡no tengo tiempo de usarlo de otra forma!

–Es que cuando te di el espejo no me escuchaste cómo debías usarlo. Debes llevarlo siempre, sí, pero al revés e inclinado hacia mi.

–Pero entonces yo no me veré.

–Exacto, la gente me verá a mí.

Mateo 5:16

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