Soy cristiano, ¡arre, unicornio!

¡Arre unicornio, vamos a predicar el mensaje de la locura por si hubiera algún loco en potencia en medio de tanto racionalista!  

ESPAÑA · 20 DE OCTUBRE DE 2016 · 14:56

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Advertencia: No se tome muy en serio lo que digo en los siguientes párrafos —aunque para mí sí que es muy serio—. Estoy un poco loco, dice el médico, y aspiro al delirio divino. Quédese, mi queridísimo lector, simplemente a reírse de mí si no es cristiano; y si es cristiano, no nos riamos de nosotros mismos, que los locos no se ríen de sí.

Me gustaría empezar haciendo en este ensayo una distinción entre los dioses griegos y el Dios cristiano, el Dios verdadero, el de los locos. Para los griegos los dioses vivían en el Olimpo, pero el Olimpo formaba parte de la realidad cósmica, situado más concretamente en la montaña más alta de este mundo material. Incluso, los dioses se transformaban en animales, en personas y eran capaces de alterar el orden natural de los sucesos —como leemos por ejemplo en la Ilíada o la Odisea—, poseían cualidades y pasiones humanas y su comportamiento era caprichoso e interesado.

Pero en el cristianismo hay una diferencia fundamental con los dioses olímpicos: Dios es un ser trascendente, no habita corpóreamente —entiéndase en sentido físico— en nuestra realidad cósmica, en nuestro mundo; incluso se podría decir que para acercarse a Dios es necesario negar este mundo. Las cosas de este mundo no nos ponen en contacto con Dios, sino con lo sensible —con lo que se puede percibir a través de los sentidos—. Para ponerse en contacto con Dios es necesario acceder a la interioridad (así lo dice uno de los padres de la Iglesia, Agustín), y desde allí acceder a lo superior (a Dios).

Así que el cristiano parece convertirse en una especie de escéptico cuando quiere relacionarse con Dios: lo que hace es suprimir toda realidad material, incluso su propio cuerpo, hasta quedarse sólo con su alma, y es su alma precisamente la que cumple una doble función: la función de caminar hacia Dios y la función de ser ella misma el camino que conduce a Dios, ella es caminante y camino al mismo tiempo; su propia alma está conectada a Dios directamente, como un cable puede estar conectado a una bombilla y tener el potencial de encenderla; pero para que la bombilla se encienda es necesario que el interruptor abra el paso de la corriente.

Asimismo —hablo como loco—, todo ser humano tiene el potencial de acceder a Dios directamente, a esa realidad suprasensible, pero para ello es necesario abrir el paso de la corriente. Vemos por ejemplo que el cristiano abre el paso de la corriente enajenándose de este mundo, como por locura: ora se aparta de toda distracción y se va a las montañas, ora cierra los ojos, ora se concentra en Dios como una sustancia abstracta e inmaterial (Dios no tiene rostro ni es esta cualidad o aquella), ora balbucea palabras tan íntimas que cualquiera que las escuchara las consideraría un laberinto mental propio del loco. El cristiano entra en un estado de éxtasis —la palabra éxtasis significa “estar fuera de sí”—, se aparta de lo corpóreo y accede a lo espiritual, él mismo se convierte en espíritu, se funde en Dios, navega en su mar y se convierte en mar, en agua salada capaz de salar la insipidez de ese mundo que por el momento queda suprimido hasta el despertar.

Pero si Dios es inmaterial y no forma parte de este mundo corpóreo —entiéndase de nuevo, repito, en sentido físico—, ¿cómo pudo convertirse en hombre? ¿Cómo pudo transformarse en algo (en hombre) que no sólo es distinto sino que además es contradictorio a su ser sustancial? Jesús no sólo recorrió el camino infinito que va de ser Dios a ser hombre, como dice Kierkegaard, sino que además recorrió el camino paradójico que va de ser Dios a ser hombre. Ahí está la clave de toda incredulidad, la piedra de tropiezo del hombre lógico y racional; Jesús se convierte en una paradoja, ¡miradlo, es un hombre de carne y hueso y sangre! ¡miradlo como llora como un hombre!, ¡miradlo como come como un hombre y padece de otras necesidades físicas como hombre! Efectivamente hace milagros, pero ¿no serán los milagros una ilusión mía, no será todo esto un engaño, un truco de magia? El camino entre el entendimiento lógico humano y Dios queda derribado, ha sido cortado. No importa los muchos milagros que hayas visto, los ojos siempre quieren ver más para creer.

Así que si no es posible acceder a Dios por el camino de la lógica será necesario acceder a Dios por el camino de lo ilógico, como por locura, en definitiva por la fe. “La fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve”; ¿pero se puede realmente tener certeza lógica de algo que sucederá justo en el futuro? Léase a Hume y se verá lógicamente que no, que nadie puede estar seguro de que el sol vaya a salir mañana; solo porque estamos acostumbrados a verlo cada mañana no significa que por eso mañana vaya a volver a salir —de hecho sabemos que el sol también tiene un periodo de vida y que algún día dejará de brillar para siempre.

Así que con respecto al futuro no hay certeza, sino, a lo sumo, posibilidad y probabilidad: es posible y muy probable que el sol salga mañana, pero también es posible, aunque muy poco probable tal vez, que ocurra un suceso que nuestras tecnologías no habían previsto y el sol se apague junto con la vida terrestre.

Por otra parte, ¿cómo se puede tener convicción en algo que no se ve, ni se palpa, ni se huele, ni se saborea, ni se escucha? ¿No es a esta clase de personas a las que se les considera locas y se les encierra en el manicomio? Pero aún los locos están menos locos que los cristianos, porque efectivamente los locos pueden ver, oír, gustar, palpar y escuchar lo que efectivamente no existe, pero el cristiano dice que tiene convicción de lo que sabe que no percibe. Eso es la fe, locura para este mundo; eso es Cristo, piedra de tropiezo para los sabios de este mundo.

Pero por si alguien todavía duda de la locura del cristianismo le daré otro ejemplo que Erasmo de Rotterdam nos recuerda en Elogio de la locura (parafraseo de memoria): ahí está el cristiano con su locura, le pegan en una mejilla y ofrece la otra, le obligan a que dé su capa y ofrece también su túnica, le piden que lleve una carga una milla y la lleva dos, ama a sus enemigos, desprecia los placeres de este mundo, se alegra cuando lo encarcelan y lo azotan como si le hubiera tocado la lotería, cree en cosas que no ve e incluso está dispuesto a dar su vida por ellas, abandona su palacio para irse de misiones donde hay pobreza extrema y cree que está en el paraíso… Las acciones de los cristianos ya no se consideran locura por lo acostumbrados que estamos a lo religioso, pero si alguien que no perteneciera a ninguna religión hiciera todas estas cosas que hace el cristiano en su fervor no tardarían ni medio día en encerrarlo.

¿Quieres ver la salvación? ¿Quieres un milagro? ¿Quieres ser transformado? Vuélvete loco, sal de tus quicios lógicos, desencájate de tu racionalismo metódico y vislumbrarás la verdad.

Decía Pablo, un loco de remate: “lo que hablo lo hablo como en locura, con esta confianza de gloriarme” (2 Corintios 11. 17); “porque la Palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Corintios 1.18); “pero en lo que otro tenga osadía (hablo con locura), también yo tengo osadía (2 Corintios 11.21); “pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2.14); “… agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Corintios 1.21); “… estás loco, Pablo; las muchas letras te vuelven loco” (Hechos 26.24); “recibidme como a loco, para que yo también me gloríe un poquito” (2 Corintios 11.16); “… como si estuviera loco hablo…” (2 Corintios 11.23); “porque si estamos locos es para Dios…” (2 Corintios 5. 13); “… y si todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?” (1 Corintios 14. 23).

¿Qué más pruebas necesitamos de que los cristianos estamos locos? ¡Hasta las Escrituras lo dicen! ¡No se hable más y seamos realistas! ¡Arre unicornio, vamos a predicar el mensaje de la locura por si hubiera algún loco en potencia en medio de tanto racionalista!

 

Iván Campillo Moratalla - Estudiante de filosofía – Valencia (España)

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - IVÁN CAMPILLO MORATALLA - Soy cristiano, ¡arre, unicornio!