Mesa para todos

No existe en el mundo un espacio más íntimo, abierto y receptivo que la mesa compartida en familia. Allí todos son iguales, todos participan... El alimento compartido, las voces entremezcladas, las risas, las miradas... Es un pedacito de cielo.

Paraguay · 19 DE NOVIEMBRE DE 2015 · 04:29

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No existe en el mundo un espacio más íntimo, abierto y receptivo que la mesa compartida en familia. Allí todos son iguales, todos están al mismo nivel, todos participan, todos se miran a los ojos, todos son hospitalarios. El alimento compartido, las voces entremezcladas, las risas, las miradas... No existe en el mundo un lugar igual, es un pedacito de cielo.

Cuando Jesús instruyó a sus discípulos para que lo recordaran, escogió la mesa compartida como símbolo religioso de comunión. La fe compartida de la gran familia que parte el pan es, desde su origen, una fe hospitalaria. Una fe que dice sin medias palabras que, cuando el mundo sea finalmente reconciliado, habrá espacio para todos nosotros en la Mesa del Señor. Nadie será dejado atrás.

La Mesa del Señor nos recuerda que no hay tal cosa como la salvación del alma individual, separada de la comunidad. La salvación es real cuando todos nos sentamos fraternalmente alrededor de la misma Mesa (cf. Mateo 22.1-14).

La Eucaristía, o Cena del Señor, es el acto litúrgico por medio del cual recordamos la vida y la muerte de Jesús, y recibimos el aliento para seguir su ejemplo. También recordamos que somos una sola familia humana, donde todos somos hijos e hijas de un mismo Padre, bienvenidos a la Mesa, sin distinciones ni discriminaciones. La invitación es del dueño de casa... y todos somos llamados.

Para ser dignos huéspedes de la Mesa del Señor debemos prepararnos interiormente y espiritualmente. Con gratitud reconocemos que somos hijos e hijas del Padre, iguales en dignidad y derechos. Recordamos a Jesús con tiernos sentimientos de respeto y amor. Miramos con buena voluntad y compasión a nuestro prójimo. Nos arrepentimos de nuestros errores y de nuestros pecados y nos levantamos ayudados por la fuerza del amor fraternal. Todas estas acciones, conjuntamente, nos preparan para conmemorar todos juntos la cena del Señor en torno a su Mesa. El apóstol Pablo nos recuerda: "Examínese, pues, el hombre a sí mismo y entonces coma el pan y beba del cáliz, pues el que come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación" (1 Corintios 11. 28-29).

La Eucaristía, o Cena del Señor, no es un sencillo acto religioso sin mayores consecuencias. Es la renovación frecuente de la memoria de Jesús y de su amor incondicional. Participar de la Mesa familiar es asumir el compromiso de seguir a Jesús en todos los momentos y circunstancias de la vida, es denunciar la crueldad, la injusticia y la exclusión que el mundo ejerce, y es también anunciar proféticamente la misericordia, la justicia y el abrazo acogedor que ofrece la comunidad cristiana.

 

Andrés Omar Ayala – Reverendo - Hohenau, Paraguay

 

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