Señor, yo quiero ser una regadera

18 DE JUNIO DE 2014 · 22:00

,

Una regadera es un objeto inútil, prescindible, a no ser que sea utilizado para el propósito para el cual se fabricó. La regadera solo sirve cuando el jardinero la toma, la acerca debajo del grifo, permite que se llene de agua, la lleva a donde están las plantas y la inclina mojándolas con el líquido que hay en su interior.
No es ella el agua: es llenada de agua. No es ella quien riega las plantas: es el jardinero. No es ella quien proporciona el crecimiento: son el agua, el sol y los nutrientes de la tierra lo que la planta necesita. Así te pido que me llenes de tu agua viva, el Espíritu Santo, que me pongas debajo de tu grifo, me lleves a donde deba estar, y que me humilles (inclines) para bendecir a otros y colaborar en su crecimiento.
Ananías (Hechos 9:10-18) era una regadera. No se le conoce como apóstol ni anciano, ni siquiera como diácono; era un simple discípulo. No se dice que predicó a miles como Pedro, ni que cientos se le convirtieron; solo uno (¡y qué uno!). Aparece y desaparece; cumple su papel y luego no volvemos a saber más de él. Era una regadera.
En mi jardín hay una manguera. Su función es la misma: es estar conectada a la corriente de agua y ser usada para dar de beber a las plantas. Es más llamativa, más vistosa; si yo busco la manguera para utilizarla, siempre sé dónde encontrarla. No es así con la regadera. Es un objeto tan vulgar que a veces no sé dónde la he dejado. Si alguien visita mi casa, nadie se da cuenta de que está allí. Así quiero ser. Puede que no riegue a miles de plantas al mismo tiempo, puede ser que mi capacidad de almacenar agua no sea tan grande como la de otros. Pero si soy lleno de agua por el Jardinero y cumplo con mi misión, me siento satisfecho.
En el momento de escribir esto, no soy ni pastor, ni diácono, ni anciano, ni líder de jóvenes, ni miembro del grupo de alabanza, ni profesor de Escuela Dominical. Pero no necesito ningún reconocimiento ni ninguna posición para bendecir a otros. Lo que quiero es ser usado por mi Señor.
En una sociedad en que resulta fácil sentirse insignificante debido a la fama de predicadores cuyas iglesias cuentan miles de miembros y artistas cristianos que tienen millones de seguidores en facebook, me gusta recordar la analogía de la regadera.
No importa el término: serrucho en manos del carpintero, bisturí en manos del médico, fango en manos del alfarero… vasos de barro que contienen un gran tesoro (2Corintios 4:7). Un cantante escribió: “quiero ser cantimplora en el desierto”. A mí me gusta la ilustración de la regadera.
Señor, quiero ser una regadera.
Juan Sauce Marín – Dibujante – España

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - JUAN SAUCE MARÍN - Señor, yo quiero ser una regadera