¿Sectas evangélicas?

Nicolás Antiporovich Linderman

02 DE OCTUBRE DE 2011 · 22:00

,
La manipulación, los programas de modificación de pensamiento o lavado de cerebro, el aislamiento y la inducción al fanatismo y la dependencia son características presentes en muchas sectas destructivas. Pero, ¿ocurre lo mismo dentro de la iglesia? El propósito de este artículo es doble: por un lado, es un llamado a la reflexión, dirigido al cuerpo de Cristo, siempre listo para criticar el accionar destructivo de ciertos grupos religiosos, al mismo tiempo que ignora (o finge ignorar) que lo mismo ocurre en muchas de nuestras iglesias. Por otro lado, pretende abrir los ojos del entendimiento a quienes son víctimas del sistema espiritual más perverso y han caído bajo la influencia de manipuladores vestidos con piel de oveja. ¿Qué es una secta? La palabra secta tiene múltiples significados según el contexto en el que sea utilizada. Por ejemplo, desde el punto de vista etimológico, secta significa división. Así, los cristianos son una secta del judaísmo y los protestantes una secta del catolicismo, sin que haya un uso peyorativo del término. En el presente artículo –siguiendo la definición que da el investigador español José Rodríguez, gran estudioso de los grupos de manipulación psicológica- entiéndase secta como “todo aquel grupo que, en su dinámica de captación o adoctrinamiento, utilice técnicas de persuasión coercitiva que propicien la desestructuración de la personalidad previa del adepto o la dañen severamente. El que, por su dinámica vital, ocasione la destrucción de los lazos afectivos y de comunicación del sectario con su entorno social y consigo mismo. Y, por último, el que en su dinámica de funcionamiento le lleve a despreciar derechos jurídicos inalienables en un Estado de derecho”. Metidos entre nosotros Negar un hecho es lo más fácil del mundo. Mucha gente lo hace, pero el hecho sigue siendo un hecho. La historia reciente muestra que acciones propias del mundo sectario están metidas en la Iglesia de Cristo. Uno de los sucesos más lamentables ocasionados por el fanatismo sectario en Argentina ocurrió en 1978, en la reserva aborigen de Lonco Luan. Miembros de la pequeña comunidad indígena –convertidos al cristianismo evangélico- realizaron una semana de ayuno y oración con el fin de obtener la sanidad de una hermana (cuya enfermedad era atribuida al accionar demoníaco sobre su vida). En el último día del ayuno, en estado de trance y profiriendo gritos, comenzaron a reprender a los demonios, al mismo tiempo que golpearon a Sara hasta asesinarla. Posteriormente, con la convicción de que los espíritus que salieron de la difunta se apoderaron de sus dos hijos y de su sobrina, también pusieron fin a sus vidas. Las sectas evangélicas no sólo se forman en poblaciones pequeñas y aisladas, como fue el caso de Lonco Luan. Por el contrario, una enseñanza provocadora de fanatismo, de dependencia del líder como mediador entre Dios y el hombre (primer paso para la manipulación y el abuso espiritual), y de descrédito del pensamiento crítico, se ha introducido en muchas de nuestras iglesias. El desprecio por la vida y por el sentido común de quien inculcó una fe destructiva en los protagonistas de la masacre de Lonco Luan, no se diferencia mucho del que posee quien afirma: “La medicina es el instrumento de Dios para sanar sólo a los inconversos y los cristianos sin fe”. Y esta frase fue repetida hasta el hartazgo, no por un clérigo medieval ni por el excéntrico líder de algún nuevo movimiento religioso, sino por un evangelista contemporáneo de fama internacional. Conocer para prevenir Con el fin de prevenir, es útil conocer las características más comunes de una secta que, según el ya mencionado J. Rodríguez, son: - Ser un grupo cohesionado por una doctrina y encabezado por un líder carismático que pretende ser un favorito de Dios. - Tener una estructura teocrática, vertical y totalitaria, donde la palabra del líder es dogma de fe. El líder exige que sus órdenes sean ejecutadas sin la menor crítica. - Exigir una adhesión total al grupo y obligar bajo presión psicológica a romper con lazos sociales anteriores a la entrada al culto. - Vivir en dependencia del grupo. - Suprimir las libertades individuales y el derecho a la intimidad. - Controlar la información que llega hasta sus adeptos, manipulándola a su conveniencia. - Utilizar técnicas psicológicas y neurofisiológicas que sirven para anular la voluntad y el razonamiento del adepto. - Propugnar un rechazo total de la sociedad (o “del mundo” en lenguaje evangeloide) y de sus instituciones. - Tener como actividad principal el proselitismo y la recaudación de dinero. - Obtener, bajo coacción psicológica, la entrega de grandes sumas de dinero. Permanecer vinculado a uno de estos grupos puede llevar al adepto a las siguientes consecuencias: pérdida de la capacidad de elección y libre voluntad; disminución de la habilidad intelectual, lenguaje y sentido del humor; disminución de la capacidad para establecer nuevas relaciones personales; reducción del poder de abstracción; distintos trastornos tales como alucinaciones, pánico, disociación, culpa y paranoia. El remedio: ejercitar la capacidad de dudar La Biblia, lejos de ser un “panfleto oscurantista”, como la han llamado sus detractores, es un manual para la vida que nos anima a buscar sabiduría como si se tratara de un tesoro precioso. “Sabiduría” se describe con tres palabras en el Nuevo Testamento: sínesis (sentido común), sophia (conocer el origen de las cosas) y frónesis (sabiduría práctica). Significa esto que la sabiduría que Dios desea que tengamos no se reduce al conocimiento de doctrinas teológicas, sino que es una sabiduría integral y con aplicaciones prácticas en el mundo terrenal. Decía Descartes que para tener sabiduría es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas. En esta misma línea de pensamiento -aunque dieciséis siglos antes que Descartes- el apóstol Pablo exhortaba a los primeros cristianos a examinarlo todo y retener sólo lo bueno (1º Tesalonicenses 5: 21). ¡Esto incluía dudar de lo que el mismo apóstol predicaba! Sus oyentes tenían la responsabilidad de cotejar cada palabra del apóstol con lo que las Escrituras decían para comprobar así su veracidad (Hechos 17:11) y lo mismo se espera que hagamos nosotros. La Biblia es la palabra profética más segura, inmutable e infalible. Sin menospreciar a quienes ejercen un ministerio profético o de enseñanza, hay que entender que nuestra total confianza tiene que estar puesta sólo en Dios y Su Palabra revelada. Hacer esto nos evitará numerosos problemas en estos tiempos en que frecuentemente el diablo simula ser un ángel de luz. Nicolás Antiporovich Linderman , Redactor y estudiante de Antropología, Argentina

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - sin definir - ¿Sectas evangélicas?