Mary Pierce: “sin Jesús pude caer en cualquier cosa tras mi lesión"

Relata a L'Équipe Magazine cómo una jugadora estadounidense le acercó a la Biblia y en la primavera de 2000, antes de ganar Roland Garros, encontró "al Señor".

PARÍS · 20 DE OCTUBRE DE 2013 · 22:00

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De Mary Pierce se recuerdan dos cosas. Una, la imagen de campeona de Roland Garros 2000 con Conchita Martínez al lado -sigue siendo el último jugador galo en ganar en París-. Y dos, los desgarradores gritos que profería agarrándose su rodilla izquierda un 26 de octubre del 2006. Tenía 31 años, se acababa de romper el ligamento cruzado y no llegó a recuperarse porque un extraño síndrome (algodistrofia) le provocó enormes dolores durante los tres años en los que intentó volver a competir. Nunca anunció su retirada. Pero fue su último partido. Quizá también el último tormento de una exigente vida profesional que comenzó con sólo 14 años. ¿Qué fue de ella? L'Équipe Magazine encontró a la ex número tres mundial, vencedora también del Abierto de Australia en 1995, en un inmenso auditorio de Trianon, en el centro de Isla Mauricio, alabando a Dios. Pierce lleva tres años viviendo allí, en una finca que el pastor evangélico Miki Hardy, fundador de la Church Team Ministries Internacional, comparte con familia, amigos, perros que fueron abandonados, cuatro caballos, tortugas, pollos y conejos. ENCONTRÓ A JESÚS MUCHO ANTES DE SU LESIÓN "Nunca me he sentido tan libre, tan feliz, ni tan realizada en la vida", le cuenta la tenista al periodista Dominique Bonnot en esa iglesia evangélica de carácter misionero, donde los cánticos se suceden a ritmo de gospel. También revela que fue una jugadora estadounidense, Linda Harvey-Wild, quien le acercó a la Biblia y le alejó de su catolicismo nominal, y que fue en la primavera de 2000, antes de “la final” con Conchita en Roland Garros que encontró "al Señor". "Cuando me lesioné en 2006, pensaba que de no haber conocido al Señor podría haber caído en cualquier cosa: la droga, el alcoholismo, la depresión...", explica Pierce, que todos los domingos acude al servicio religioso, que se puede ver por internet, con sus "hermanos". Luego vuelve a su habitación monacal. Allí está con su paz interior, algo que no le daban las victorias en el tenis. "No soy idiota. Sé que algunos piensan que me han adoctrinado. Hablan sin conocimiento, son chismes", dice. Pierce, que cuentan que colaboró para levantar el auditorio de Trianon piedra a piedra. UN PADRE DESPÓTICO Su padre la llevó a experimentar como un tormento la vida de profesional del tenis, desde que comenzó con sólo 14 años y dos meses. La sombra de su padre despótico hizo de ella una estrella a la vez que la asfixiaba hasta hacer que llegara a odiarle y repudiarle. Jim Pierce la hacía entrenar ocho horas diarias, y para conseguir su éxito como tenista ya a los 12 años la sacó del colegio. "¡Mary, mata a esa zorra!", dicen que le gritaba a su hija durante los partidos. Con 18 años, le abandonó. Tuvo que llevar guardaespaldas y en 1993 Jim Pierce fue incluso expulsado de Roland Garros por pegar a un espectador. "Las heridas del pasado han desaparecido, y ahora amo a mi padre. No tengo nada contra él. Es el gran milagro de mi vida: tener el corazón libre de odio", cuenta en la revista. Ahora Mary Pierce ayuda a dos nietos de Miki a avanzar en el tenis (uno es el 477º del ránking júnior de la ITF). Pero sin prisas. Sin los métodos que utilizaba su padre con ella.

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