Puritanismo y cristianismo

La espiritualidad cristiana no se nutre de apariencias pietistas o esfuerzos puritanos que salvaguardan nuestra reputación cristiana.

05 DE NOVIEMBRE DE 2019 · 15:15

Desembarco de los puritanos en América, un cuadro de Antonio Gisbert. / Wikimedia Commons,
Desembarco de los puritanos en América, un cuadro de Antonio Gisbert. / Wikimedia Commons

El cristianismo no es solamente el caer en esfuerzos puritanos. Una cosa es el puritanismo religioso, y otra es el cristianismo. No cabe la menor duda.  El cristianismo es algo más que el esfuerzo por adaptar y adecuar mis actos, mis costumbres y prioridades a una moral, incluso aunque esté basada en la moral evangélica. Es algo más que el estar preocupado por el cumplimiento de determinadas normas de conducta moral, y el estar pendiente de sus realizaciones que, en muchos casos, se hace a través del esfuerzo humano, no es el cristianismo. No. No busques ser puritano, sino cristiano comprometido. 

El puritanismo está más del lado del esfuerzo y empeño. Se podría caer en una ética de cumplimiento de actos morales o religiosos que no dependen de la gracia de Dios, sino de nuestro empeño y esfuerzo. El riesgo sería el vivir la espiritualidad cristiana, el seguimiento del Maestro, como si se tratara de ciertos cumplimientos o realizaciones virtuosas, para no caer en lo que el mundo puede considerar indecente. Pues no. Eso no es el cristianismo, no es la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana que da frutos por la gracia y por la fe, de forma natural y no forzada.

El cristianismo no es un pietismo. El problema es que, muchas veces, se puede vivir en nuestras iglesias, como si fuera el auténtico cristianismo, formas de vida preocupadas solamente por la corrección de nuestros actos, sean sexuales, o con respecto a la mentira, la calumnia, guardar el respeto y las formas en nuestras congregaciones, cantar, orar, donar y otros. Queremos ser buenos, tener una vida piadosa y, con ello, nos imaginamos una garantía para ganar el cielo, la vida eterna, la felicidad en el más allá, pero el cristianismo no es un pietismo.

Una ética de cumplimientos pietistas o puritanos, no reflejan lo que es el compromiso cristiano. Pero, ¿en qué consiste entonces la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana? Lo que no es, es el esfuerzo personal, la búsqueda o apariencia de cierta piedad u honestidad, los cumplimientos religiosos, sino que, la experiencia del cristianismo significa el arrepentimiento y la novedad de vida que, sin esfuerzo y solamente por ser una nueva criatura, sigue los valores del Reino que, además de implicar honestidad, decencia y compromiso, hace que, como algo natural, como el fruto maduro cae del árbol, estemos en línea con los valores del Reino, dando frutos de justicia y amor en un mundo que nos necesita.

La auténtica espiritualidad cristiana nos lanza al servicio de forma natural, no forzada. Los valores del Reino son solidarios con el prójimo, rezuman el amor en todas sus acciones y posicionamientos, nos lanzan al servicio que es uno de los hálitos vitales del creyente, a la lucha por la dignificación de las personas, a considerar al prójimo con un amor semejante al del mismo Dios.

No son necesarios tantos esfuerzos de cumplimientos pietistas o puritanos para vivir la espiritualidad cristiana que actúa por la fe viva. La aceptación de los valores del Reino, y de los valores bíblicos en general,  o sea, el ser nuevas criaturas, nos lanza, de forma natural y no por un esfuerzo de adaptación a las normas morales, a la participación en la liberación de los oprimidos, de los marginados, de los pobres y sufrientes del mundo, como simple consecuencia de ser nuevas criaturas que siguen al Maestro. 

Nuestra conducta, ética, moral, así como nuestras prioridades y estilos de vida provienen de una fe que actúa por el amor que es su forma de respirar. El ejemplo natural que puede dar una vida cambiada, modelada por un nuevo nacimiento, hace que todas estas cosas no se hagan solamente con el esfuerzo humano, sino con la fuerza que nos da una fe que actúa por el amor. Eso está muy por encima de los esfuerzos puritanos o pietistas, y debemos reflexionar en qué lugar estamos nosotros, en cuál es nuestro posicionamiento ante Dios y ante el prójimo. 

No. La espiritualidad cristiana no se nutre de apariencias pietistas o esfuerzos puritanos que salvaguardan nuestra reputación cristiana. A veces, valoramos más, por error de una auténtica apreciación de lo que es vivir la vida cristiana, el puritanismo religioso y pietista, más visible por las apariencias y que se basa en el esfuerzo por adaptar su conducta a principios morales o éticos, que en el poder de Dios actuando a través de nosotros que nos lleva a tener una vida comprometida con el prójimo tirado al lado del camino, que nos pone en línea con la denuncia profética y que nos hace ser las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor como algo natural que es el fruto de la fe viva y actuante, y que no se consigue con esfuerzos en la línea de una ética de cumplimiento.

El puritano puede cuidar sus apariencias, conseguir logros en tener una conducta que parezca buena y honrada ante los hombres, pero el cristiano, más que con su esfuerzo y su moral de actos considerados buenos y piadosos, se ve lanzado a la práctica de una fe que actúa a través del amor, a predicar las buenas nuevas de salvación, tanto para el más allá, como para nuestro aquí y nuestro ahora, para liberar cautivos y abrirles perspectivas de salvación para la eternidad y para el aquí y el ahora en forma de servicio liberador.

Podemos afirmar que Jesús no vino para que fuéramos un poco más puritanos, más pietistas, personas que se esfuerzan en cumplimiento religiosos, sino a ofrecernos el que nos adhiramos al proyecto del Reino con sus valores, en donde muchos últimos serán los primeros, y en donde nosotros podemos ser agentes de ese reino liberador. 

Colaboradores de un reino que ya está entre nosotros, y que nos muestra que, de alguna manera, la salvación comienza ya en el momento presente, y que puede tomar formas de liberación, en nuestro aquí y nuestro ahora, de aquellos que están en tinieblas. Un Reino que nos llama a la búsqueda de la justicia y a la lucha contra la opresión, a compartir el pan con el hambriento y a ser acogedores, perdonadores y colaboradores del propio Dios hasta que Él nos llame.

No, el cristianismo no ofrece solamente vidas cambiadas por esfuerzos para vivir vidas piadosas dentro de la iglesia, no es una doctrina de simple decencia moral, sino que nos transforma en vidas cambiadas para el servicio al prójimo, para la denuncia social que oprime a los débiles, para la búsqueda de la justicia y de la misericordia, y siempre con una perspectiva de salvación eterna que debemos a Dios por gracia y por la fe, y no por el esfuerzo humano.

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