Ten compasión de mí

A Jesús nunca parecen molestarle los que a nosotros nos parecen insoportables.

07 DE OCTUBRE DE 2019 · 16:22

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Muchos lo reprendían para que se callara, pero él se puso a gritar aún más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”.

Marcos 10:48

¿Se hubiera sanado Bartimeo de no haberse puesto a gritar y a exigir la atención de Jesús? Es curioso que Jesús nunca reprende a los que llaman la atención, a los que gritan, le persiguen, le buscan con desesperación, aunque molesten. A Jesús nunca parecen molestarle los que a nosotros nos parecen insoportables. Y es un alivio, porque todos, en algún momento, formamos más parte de los maltratados y marginados que de los que tienen el poder y la autoridad.

Cómo me identifico con el grito de Bartimeo. Cuántas veces, de alguna u otra forma, ese grito ha atravesado nuestras oraciones y nuestras peticiones de auxilio, en el momento del terror, en el pánico, en la noche insomne que se hace eterna. Hay una potencia, una intensidad tal en este pasaje, que resulta de los más fascinantes del evangelio de Marcos. Qué bien narrado está. Casi se puede ver a ese Bartimeo desarrapado, cuya voz, a pesar de la súplica, suena fuerte como para imponerse al jaleo que debía haber, a la nube de voces y ruidos de la multitud que acompañaba a Jesús. No es una voz temblorosa ni falsamente pedigüeña. Bartimeo sabe lo que pide, y sabe que solamente a Jesús puede pedírselo así, con esa seguridad. No duda cuando Jesús le pregunta. 

Me impresiona siempre que Bartimeo no pide limosna. ¿Por qué no pedirle limosna a Jesús? ¿Por qué no pedirle un poco de alivio momentáneo, como hubiéramos hecho nosotros, completamente oprimidos y adaptados a nuestra falta de recursos?

Cuántas veces hemos clamado y pedido para nosotros la compasión que pedía Bartimeo. Nuestro último refugio, nuestra única salvación, en manos de un Dios que se difumina en el día a día, que no parece presente si uno no se acostumbra a verlo. Y, sin embargo, tenemos que aprender a pedir como Bartimeo, no un arreglo momentáneo, no un poco de maná, sino abundancia, algo permanente. Jesús no nos rechazará por ello.

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