Como unos viejos zapatos

He mirado con ojos pesarosos el extremo del sendero y conociendo el espacio actual admiro sus vértices, irreconocibles, lejanos, aristas lamidas por el tiempo que me devuelven aromas del pasado.

08 DE ABRIL DE 2019 · 15:00

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Retrocedo con torpes dedos nostálgicos hasta las páginas del ayer.

Encuentro una senda polvorienta repleta de frases escritas con la caligrafía de una niña de no más de nueve años, estremecedoras palabras que me hacen ser consciente de cuánto tiempo ha pasado.

La lluvia caída ha despeinado las ilusiones que en aquel tiempo bosquejaba, sueños provistos de un inquebrantable deseo por dejar de ser soñados para así poderlos evidenciar. Quedaron sumidos tales deseos en el desvelo y poco a poco la señora realidad ha tomado posesión de un lugar en mi interior logrando conquistar a la niña soñadora que irrumpía con alegre algarabía en el escenario trágico de un mundo adulto. 

He mirado con ojos pesarosos el extremo del sendero y conociendo el espacio actual admiro sus vértices, irreconocibles, lejanos, aristas lamidas por el tiempo que me devuelven aromas del pasado.

Achacosas se convierten las palabras, teñidas de una pereza indisoluble. Cuando en días como hoy se me cuelan verbos desganados que conjugan acciones cansadas, retrocedo con mente adulta hasta su mundo de serenidad y risas, hasta ese lugar plagado de cosas sencillas, de pequeñeces contenidas en grandes ilusiones. Acudo de nuevo a verla, sugiriendo a mis pies que apresuren su búsqueda. La requiero con el ansia de quién desea  ver al viejo amigo y al hallarla portando su mejor sonrisa, miro su vestido de sueños, sus ojillos inocentes que sorprendidos observan a una mujer que la contempla desde un lugar al que ella desea ir.

Hoy no puedo ocultarme bajo la gris y apelmazada desgana, he descubierto cuánto la echo en falta, asimilando su existencia a la de unos viejos y cómodos zapatos a los que el tiempo sólo ha conseguido acrecentar mi amor por ellos.

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